Se había puesto a escribir con mayor convicción que otras veces. «Hoy lo consigo», se decía mientras la mano avanzaba con firmeza por entre las líneas enemigas. Al llegar a este punto dudó como suelen hacerlo los suicidas o los arrepentidos. No sabía cuál de las dos era su condición, hacia qué extremo tendía su naturaleza. Fue en ese instante cuando lo comprendió todo. Miró hacia atrás, al campo de olivos por el que había avanzado sin apenas notarlo, y vio las tachaduras de los hoyos, con los montoncitos de tierra recién removida al lado. «Ahí está el secreto», se dijo, «en la tierra minada». Y se puso a fantasear con el tiempo sobrante.
Imagen: Dedos, de Mario Irarrázabal. Parque Juan Carlos I, Madrid. © AJR, 2009
6 comentarios:
En la tierra minada... Excelente definición de lo verdaderamente imprescindible.
Abrazos.
Escribir, toda una aventura, rapaz.
Metaliteratura en estado puro... muy sugerente!
Gracias por el subrayado, Antonio. Quizás la frase de para un título. Y, sin duda, para estirar su sentido: «En la tierra, mi nada»... Más abrazos.
En ella andamos, rapaciña, como tú bien sabes. Gracias.
Gracias, Fernando. Y en efecto: la literatura siempre es la meta...
Publicar un comentario