El comunicado de ETA ofreciendo una tregua, con su sinuosa lengua de serpiente (no en vano el símbolo heráldico de la banda representa un ofidio enroscado en un hacha), ha suscitado, junto a las condenas políticas por fin casi unánimes y los habituales exabruptos, un buen número de análisis lingüísticos. Este hecho acaso esté poniendo de relieve un salto cualitativo en la percepción del terrorismo etarra, enfocado ahora, no por vez primera pero sí en primer plano, como lo que también verdaderamente es: un grave, trágico, inacabable problema de lenguaje.
No se trata ya solo del énfasis enfermo que la retórica
abertzale, como otros dogmas ideológicos que banalizan la muerte, pone en palabras como “libertad”, “derecho” o “patria”, para levantar sobre ellas la coartada que permite convertir en “ajusticiamiento” o “legítima defensa” lo que en realidad es "crimen", "asesinato", "cobardía letal" o cualquiera otra de las ignominiosas variantes en las que se concreta el ejercicio del terror. Es también la contradicción palmaria entre lo que se dice y la manera de decirlo.
Como ha subrayado
Miguel Ángel Aguilar en perspicaz artículo, a la vista del último comunicado de la banda, detalles como un infrecuente uso correcto del subjuntivo (forma verbal en peligro de extinción), o el hábil trasiego entre fórmulas impersonales del singular y del plural, ponen de manifiesto un dominio autodeterminante del español que avalaría la posibilidad de que el idioma original del documento fuera el castellano; es decir, la herramienta fundamental del supuesto enemigo.
Intuición que también comparte, en su
carta al director de
El País,
Pedro Provencio, en este caso partiendo de la «fonética perfectamente española» con que la lectora del comunicado pronuncia el euskera.
Son aspectos que pueden parecer meramente circunstanciales, mas no por ello menos dignos de ser tenidos en cuenta. Porque, acaso mucho más que el propio mensaje, están evidenciando algunas novedades, cierto cambio de papeles en la cabeza del engranaje terrorista, o, quién sabe, síntomas de duda en el cada vez más diezmado bastión de la «
fe de etarra», ese credo que tanta muerte y confusión ha sembrado entre nosotros durante tantos años.
Puestos a creer en el valor de los juegos de palabras, la única propuesta escrita u oral que cabría desear por parte de ETA y su ecosistema venenoso sería una completa «fe de erratas» de su historia criminal, admisible eufemismo si, en el hipotético documento final que contuviera tal adenda, junto a cada muerte y dolor causados figurara una expresa petición de perdón por el desvarío y el empecinamiento. Pero eso es, ya lo tenemos visto, pedir peras al olmo. O, acaso con mayor propiedad, puritas nueces al árbol de Guernica, que como es sabido es un roble.
La derrota de ETA ha de ser también una victoria de la capacidad de las palabras para designar con veracidad el mundo.