jueves, 31 de octubre de 2013

ManoLou, por puro Placer


Que Lou Reed y Manolo Escobar, o Manolo Escobar y Lou Reed, hayan cruzado al otro lado con escasos días de diferencia es, naturalmente, una casualidad. Hechos fortuitos que se ordenan en el tiempo sin que su proximidad signifique nada. Vale. Pero, una vez ocurrido, ese azar puede que se apodere, poderosa y acaso significativamente, de la curiosidad del que cae en la cuenta de que, en su percepción del mundo de la música, difícilmente podría encontrar dos ejemplos de artistas en apariencia más distantes. Lou Reed, el lado oscuro; Manolo Escobar, el lado tópico. Sexo, drogas y rock and roll frente a besos, coplas y guitarreos. En todo caso, antagonismo. Y sin embargo, puestos juntos por la fatal coincidencia en una misma balanza, ¿por qué, a estas alturas, nos invade (no me ha ocurrido a mí sólo) la sensación de que pesan lo mismo, de que las diferencias entre estas dos sensibilidades (o almas, si lo vemos desde el lado psicostásico egipcio), no solamente no son irreductibles, sino que hay un espacio nada chirriante que puede contenerlas a ambas? Intuición tan oscura quedaría en una mera extravagancia de no mediar el vídeo de Albert Pla que he dejado arriba: la genial versión del tópico que hizo de Lou Reed el paseante por excelencia del lado oscuro permite vislumbrar, desde la perspectiva de un fresquísimo humor, algo así como las huellas de las ruedas del carro que Manolo Escobar (o su personaje, más bien) estuvo buscando durante media vida. Que también ha sido la nuestra.

 

(Por mero azar, de nuevo, llegué al Youtube de Albert Pla a través de un comentario de Al59 en su Twitter, que yo leí en su blog. Quede constancia,) 


miércoles, 30 de octubre de 2013

B*nb*ry


«Todo ha cambiado, nada es como habíamos imaginado», proclama Bunbury en este canto de despertar,
rítmico y poderoso. 
Parecen lúcidas y son muy oportunas 
las palabras de los viejos héroes del silencio.

martes, 29 de octubre de 2013

Tiempo cortado

MC Escher, Cinta de Moebius II (1963)
Abruma pensar en los libros que quedan por leer. Y aunque no lo pensemos, hay una tristeza infinita manando de los libros que no leeremos nunca. Tantas citas volando por el aire como cintas de colores, nubes en blanco y negro, o pájaros, o cometas que te pueden transportar a otros mundos, «otros ámbitos», sugerencias de frases enlazadas como eslabones de una cadena que a veces es ya tu secuencia de adn, tu adán interior e imaginario, el origen del que te crees que vienes y el sueño que vuelve para darte una clave olvidada del caos de tu vida, de la atmósfera en la que tu piel se abre como una fruta y sientes que las gotas de lluvia, con su sonido hondo, son perfectas en su humildad y en su infinita misericordia. Rezos paganos, trazos viejos de la canción y deseos que corren por tus nervios como hormigas gigantes por los mecanos de la realidad, a punto de desvanecerse si dejas de nombrarlos, y a punto de que caiga la noche o de que por fin empiece la música. Y respiras. Detienes el pulso de esta correría que no es escritura automática, pero sí tal vez escritura-señuelo, aquella en la que uno corre detrás de una señal precisa y contundente, pero en el fondo efímera, inasible, gato encerrado en su limbo cuántico, del que nunca sabrás si aún respira o es solo la aureola que segregan tus células al sentirse alarmadas cuando, entre todas las demás inquietudes, se abre paso el sabor de la derrota que, sin embargo, no enturbia la fresca sensación de la carne puesta a prueba en una nueva evidencia del milagro de vivir.


(Tiempo contado, 14 abril 2012, sábado, 16:41)

miércoles, 23 de octubre de 2013

Amo idioma

Ramón Gaya, Omaggio a los Machiaioli (1989).

Dame, memoria,
el nombre de las cosas
o al menos una seña
de identidad 
                        o algo
que me traiga a la boca
un poco de la miel
del mundo 
                       y una gota
de asombro
                       y el sonido
del agua.

Se tú la fuente manantial, 
la lluvia
que lava el día
                       y riega 
los surcos de la sangre
y hace brillar los signos
de unas pocas palabras 
                       aún capaces
de dibujar
en la dura corteza del tiempo
el vuelo 
de la luz.

Amo idioma, en tu espejo
está la imagen clara
de lo que soy. Y todo
lo que no soy. La sombra
de los nombres
y el fuego contra el frío.

viernes, 18 de octubre de 2013

En venta (juego barroco)


Por no poderlo atender,
se traspasa laberinto 
de letras* en buen estado.
Sepan los interesados
(cuatro o cinco)
que tan solo puede ser
una aventura,
si es que no es una locura, 
como dice el enlosado
de huellas rojas urdido
y un poco desordenado.
Mas si al fin todo en la cancha 
se quedara así teñido,
yo les juro que no mancha.
Aunque de allí mesmo es
y tiene cabeza y pies.

*Estéquedon


E       S       T       E       Q       U       E       D
T       O       J       I        U       Q       N       O
Q       U       E      E       R       A       D        E
A       Í        B       A       S       O       N       E
U       C       N       U       O       N       I        V
E       R       O       B       I        E       N       C
D       A       S       U        S       A       N      G
E       L       O       D       I        T       R       U
A      H        S       A       R      T       E        R
B       E       R       L       O        H     E      R
A      B       E       Z        A        A       L      M
C      A       L       N       E       O        D        I
Q      O      U       R        T       S        N        O
U      E      É         L        V        E        Í         A


Teseo y el Minotauro, del Maestro dei Cassoni Campana (hacia 1510).
Arriba, detalle del cuadro.
Museo del Petit Palais, Avignon.


Pista 1 = Cap. XXXVI errado  *  P2 = 1243568791012111314 * P3 = imágenes pistas falsas.

jueves, 17 de octubre de 2013

La vía láctea


En la plaza del pueblo, mientras se acerca la hora del mediodía, las madres jóvenes se reúnen con sus niños de pecho para amamantarlos en grupo. Se trata de un programa de fomento de la lactancia materna promovido por el estamento oficial pertinente y apoyado por alguna entidad bancaria (no es difícil sospechar con qué futuros intereses de crecimiento). Las madres jóvenes, acaso una veintena, se sientan en los bancos que quedan a resguardo del sol bajo una sencilla pérgola cubierta de ramajes y frente a la gran iglesia neoclásica. Tienen detrás de ellas una pancarta que explica el sentido de la reunión, sin duda un subrayado innecesario. Hay un revuelo de cochecitos, de ropajes que se remueven, de cuerpos que se acomodan en busca de la mejor postura. Toda la escena queda suspendida en el aire y se llena de luz cuando van emergiendo, redondos, tersos, lunares, los senos nutritivos. En los bancos de enfrente, junto al arrobado testigo ocasional, docena y media de ancianos vivarachos contemplan, quién sabe si aún golosos, el precioso rito con el que la especie humana renueva su fidelidad de clase a los mamíferos. La milenaria ternura de la vía láctea.




Primera publicación: 5/06/2009 - 21:27

Los años van pasando y este blog alcanza ya las 500 entradas. A partir de hoy, ocasionalmente rescataré de los arcones de la Posada algunas de las ya publicados para darles una segunda oportunidad. Indicaré siempre la circunstancia de la primera publicación. Este apunte o viñeta lo escribí tras contemplar la escena que se describe, en el pueblo toledano de Sonseca, un día de finales de mayo de hace cuatro años. No me atreví a sacar una foto, pero la búsqueda en la red fue fructífera: la imagen de Fernando Blanco reproducía con gran fidelidad lo que había visto.

lunes, 14 de octubre de 2013

La cal


Cuando yo era niña, todos los veranos se jalbegaban las paredes. Recuerdo los preparativos de los cubos  y los escobones, las ropas viejas y los trapos usados que servirían para que tan laboriosa tarea pudiera realizarse sin ponerlo todo perdido. Y me acuerdo, sobre todo, de la blancura desparramada a brochazos sobre los muros ásperos, del milagro de aquella masa espesa que sabía arrancarle a la luz un fulgor nuevecito. A veces pienso que lo que en mí aún sigue vivo lo está gracias a aquel deslumbramiento. Cal viva. Cuando oigo estas dos palabras me estremezco. Pero no por lo que ustedes, tan vivos, quizás estén pensando. Sino solo porque lo único que me mantiene unida a este mundo es el gesto de esa mujer que cada año, cuando va a comenzar el verano, viene y jalbega mi sepultura. Y luego renueva las flores.


 Foto, by Pepe Gutiérrez
Publicada con permiso del autor.

jueves, 10 de octubre de 2013

Lluvia necesaria



¡A la calle! (Y ella cala)

Progresa, pero muy lentamente, el otoño. Quizás no sea el que corresponda. Hay algo en el aire que nos dice que caminamos, de nuevo, hacia un retorno de la estación deshojada del 74, del 75, quizás del 76. De otro siglo hablo.

Tiempos duros aquellos, pero llenos de esperanza. 
Tal vez lo que pasara fuera sólo que éramos muy jóvenes.
Aunque aún no sabíamos, con toda su crudeza,
qué necesaria iba a ser de verdad la lluvia.

Por eso, otros cuarenta años después (¡se dice pronto!), seguimos cantando. Para que llueva.

[AJR, 6:17; Palíndromos ilustrados, XXX]

martes, 8 de octubre de 2013

El «crítico» Montoro


Habló Montoro, el Cítrico, de cine.
Dictó sentencia con su vocezuela:
«Nuestras pelis son malas, no hay escuela
de calidad, no venden». Qué alucine
que sea él, ¡Montoro!, el que maquine
y se sume a la vieja cantinela
de que el cine español es la secuela
de la ibérica caspa. Y lo arruïne.
Montoro, el de la voz que pierde aceite
(por lo untuosa lo digo), el que decía
que la cultura es solo diversión,
hete aquí que hoy encuentra su deleite
en vengarse del cine, «A sangre fría»,
mientras financia «La gran evasión».

lunes, 30 de septiembre de 2013

Carretera y mantra

Laderas del volcán San Antonio, La Palma. © AJR, enero 2013.     

Si no hay nada que contar,
no cuentes nada.
Dale tu espacio al silencio
y luego calla.

Si no hay nada que ca(n)tar
no ca(n)tes nada.
Dale tu lengua al silencio
y luego calla.

Si no hay nada que fingir,
no finjas nada.
Dale la vuelta al silencio:
al aleli lolulo lile lala.
Y calla.




(Hojas y palinendecasílabo)



jueves, 26 de septiembre de 2013

Primicias del temblor

Por aquello de los horarios de esta Posada (privilegios y dependencias del «albergue a cualquier hora»), pude enterarme de la eliminación de Bin Laden casi media hora antes de que el presidente Obama se dirigiera a su país a través de la televisión para anunciarla de forma oficial.

La ejecución de Bin Laden seguida en directo desde la Casa Blanca.

Un flash urgente parpadeando en la página de elpais.com me puso en la pista de la noticia, tal vez a eso de las 4,30 mam de la madrugada (mam = "más o menos"). La búsqueda en Google con la frase «Bin Laden ha muerto» arrojaba ya a esas horas cientos de resultados, entre ellos las webs de varios periódicos estadounidenses. Pude ver los titulares del New York Times y el Washington Post, que en sus informaciones de alcance ya daban detalles acerca del lugar donde el jefe de Al Qaeda («La Base», no se olvide) había sido abatido.

Cierto espíritu áspero periodístico, alguna vez sentido en carne propia (en especial, un sábado de gloria, y también durante varias semanas de mediados de 1989), pero mucho más experimentado a través de películas como Luna de papel (y su remake, Primera plana) o Todo los hombres del presidente, sin olvidar ejemplos más cercanos como Buenas noches, y buena suerte...; en fin, algo así como una sensación de estar asistiendo a un "instante real" me cosquilleó en el estómago ante la gravedad de la ocasión: ese temblor que todo profesional que se precie debe sentir ante la cercanía de la primicia. Aunque no se me escapa que, en este mundo global de información que ha hecho posible Internet y todos sus adminículos (ese es el viejo nombre de lo que ahora se llaman Apps), la novedad ya es algo muy diferente.

De hecho, la primicia de esta noticia la dio, sin saberlo, su temblor. Vecinos de la casa donde se estaba produciendo el asalto definitivo, ante el movimiento de helicópteros y la presencia de grandes luminarias, comentaron en las redes sociales su extrañeza ante lo que todavía no sabían qué era, pero sin duda prometía ser algo «muy gordo». No cabe descartar la posibilidad de que el propio Bin Laden se hubiera enterado de su aciago destino inminente a través de un aviso de urgencia en su cuenta de Twitter..., si es que el jefe alqaedista frecuentaba esa red (que supongo que sí).

(Tiempo contado, madrugada de 1 al 2 de mayo de 2011)

lunes, 23 de septiembre de 2013

Mutis


Hubo un tiempo
que aún no se ha cumplido 
en que yo también quise 
ser Maqroll el Gaviero.

Para Álvaro Mutis, in memóriam.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Juan Luis Panero: el truco final

Juan Luis Panero. Foto: José Luis Huesca.
Ha muerto el poeta Juan Luis Panero. Durante años tuvo que afrontar el equívoco de ser el «hermano malo», pedante y antipático, de El desencanto. Algo así como el cómplice estético, aunque no moral, de su padre, el ogro de aquella historia que sin duda fue el primer estriptis completo (aunque muy particular) de algunos de los demonios familiares de toda una época. Por ciertos gestos e incluso por la manera, algo engolada, de estar ante la cámara vino a quedar como un decadente frente a la irrupción salvaje del vidente libertario  (Leopoldo María, en los inicios de su lenta y casi pautada empresa de «autodemolición») y a merced de la crítica directa de la parte más joven de la tribu (Michi). Lo curioso, pasado el tiempo, es que los nerviosos diálogos, con su filo familiar de ajuste de cuentas, entre el hermano mayor y el pequeño, algunos de ellos ante la presencia de esfinge de la madre, son escenas de la película que aún siguen resultando elocuentes. Cuando las aguas del fervor malditista se remansaron y fue posible ver con una perspectiva más amplia, en el mayor de los Panero se reveló un poeta de hechuras clásicas, de querencia borgiana (tal vez más anunciada que cumplida) y de fondo un tanto previsible, pero de voz bien acordada y cadencia sentenciosa. Muy consciente, sobre todo, de las máscaras. Y capaz de desvelar, tras la última, quién sabe, la carencia de rostro: los infinitos pliegues en que nos envuelve la cultura; su abrigo frente al frío de la muerte. «Niño, saluda al Sr. Eliot», recordaba en la película que le había dicho su padre en Londres, un día de su infancia. Juan Luis Panero es un poeta que nos permite estar a su lado (no siempre puede decirse eso de su hermano). En sus libros la poesía aparece como una variante noble de una imagen que él mismo utilizó, en plural, como título de uno de sus poemas y que me parece que es una definición brillante del escribir: un juego para aplazar la muerte, para hacer frente a sus trucos. A la postre, ya se ve, tarea inútil. ¿Pero qué otra cosa pueden, podemos, hacer los mortales ante el truco final? Ya lo decía también JLP en su poética, que copio abajo, como mínimo y sentido homenaje. Descanse en paz.


Arte Poética

La larga, lenta lengua de la muerte
ha lamido la mano del que escribe.
lucidez o locura, nadie sabe:
solo quedan palabras, palabras deshaciéndose.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Tic tac, tic-tac, tictac



Nunca me han gustado los relojes. Hace más de treinta, quizá cuarenta años, que no llevo uno en la muñeca. Ni en ninguna parte de mi cuerpo. A no ser eso que llaman el reloj biológico, que es una metáfora, cruenta por más señas, y no cuenta. Y si se exceptúa el reloj del móvil, que es el único que a veces consulto. Pero no tanto para saber la hora como para precisar el día. Y eso solo si no lo he podido averiguar ya por la cabecera del diario. La hora la suelo mirar en el ordenador. O por el sol, vieja querencia apache. Así que las recomendaciones "publicitarias" de Cortázar (¿qué pensaría el Gran Cronopio de saberse así doblemente utilizado, en palabras y dicción?) llueven sobre mojado. Tiempo líquido, como los horrorosos relojes blandos del delirante Dalí. Ahora que lo pienso, quizás la prevención contra el cronómetro se me acentuó con aquel pasaje de Gulliver muy tempranamente leído, y que es un placer buscar, localizar y copiar ahora aquí (en la traducción de Pollux Hernúñez para Anaya, algo añeja pero con indudable sabor cervantino).


De la landre derecha, que albergaba en el fondo una maravillosa variedad de máquina, colgaba hacia afuera una gran cadena de plata. Le indicamos que extrajera lo que quiera que hubiera al final de aquella cadena y que parecía ser una como esfera plana, mitad de plata, mitad de algún metal transparente, pues en la parte transparente se veían ciertos signos extraños dibujados en círculo, que pensamos que podríamos tocar hasta que vimos como los dedos se nos paraban ante aquella materia translúcida. Nos acercamos a la oreja este aparato, que hacía un ruido continuo como el de una aceña, y conjeturamos bien que se trataba de algún animal desconocido, bien del dios que él adora, aunque nos inclinamos más por lo último porque nos aseguró (si es que entendimos bien, pues se expresó muy imperfectamente) que pocas veces hace algo sin consultarlo. Lo llama su oráculo y dijo que indicaba la hora de cada acción de su vida.

Deduzco, a posteriori, que no llevar reloj es una forma de mostrar mi agnosticismo frente al dios del tiempo. Sin duda, una rebeldía inútil. Pero necesaria. Da gusto sentir que le podemos pegar una patada a Cronos en el cielo de la boca, aunque sea mientras nos engulle.


«El reloj de Gulliver», de G. Pérez Villalta.
Círculo de Lectores, 2004.


(Tiempo contado, viernes 13 de septiembre de 2013, a las 13:13, 
mientras por la radio El Brujo recita: «Y a la puesta del sol devoramos con calma la carne abundante».)

sábado, 14 de septiembre de 2013

Música entre el centeno

La ira de Salinger.

Las muchas y algo contradictorias noticias que han ido apareciendo en las últimas semanas sobre J. D. Salinger, quien durante mucho tiempo fue, desde el punto de vista visual, poco más que el hombre del puño amenazante, me han llevado a releer El guardián entre el centeno (en la traducción de Carmen Criado, publicada por Alianza). Más que nada para comprobar si, como me pareció en anteriores lecturas, la seguía encontrando una novela sobrevalorada, mitificada por encima de su peso literario debido, entre otras cosas, a la aureola que le han creado las leyendas urbanas y teorías conspiranoicas de que ha sido objeto.

La relectura ha sido muy gratificante. La chispa demoledora, el humor ácido y desencantado, a la vez que comprometido con una forma de vivir intensa e irreductible, y la inteligencia poética de Holden Caulfield, el adolescente protagonista, me han vuelto a cautivar. Aunque a diferencia de otras veces, he creído percibir en el trasluz de la escritura ciertos trucos de autor que me habían pasado inadvertidos, y en concreto una muy notable habilidad para jugar con las cartas marcadas. Tal vez el éxito entre adolescentes y jóvenes precoces de esta obra se deba a que los aproxima a experiencias contadas con  una capacidad de razonamiento que, salvo excepciones y pese a la apariencia cercana del estilo, aún está muy lejos de lo que ellos mismos podrían segregar.

En esta lectura lo que me ha alertado es la permanente sensación de que la obra está escrita por un adulto que aplica el espejo de una presunta mirada adolescente a conclusiones obtenidas en otra etapa muy posterior de la vida. Pero lo hace con un lenguaje jergal muy adecuado (tal vez el principal logro de la narración) y bajo la apariencia de una travesura vital, rocambolesca en más de un punto, en su sucesión de hoteles, bares de madrugada, salones de baile..., y hasta increíble en ciertos detalles (sin excluir el incidente de sospecha pederástica), lo que le permite envolver el relato de forma ventajosa en un estado de ánimo cercano a la desolación, ahora no ya solo creíble sino admirable (estimulante) para un público que fácilmente se identificará con el romanticismo libertario del protagonista.

Se trataría de algo parecido a una impostura, si lo situáramos en el terreno de la vida de todos los días. Pero literariamente funciona porque, además de ser ajena a todo el lastre de lo políticamente correcto, la letra del relato no se mide por la edad, sino solo por la capacidad de las palabras para crear y sostener un mundo. Y eso no hay duda de que lo logra. En conclusión: aunque repasando lo leído me parece que no he hecho más que elogios, sigo pensando que El guardián... tiene más éxito del que merece. Y creo haber comprendido un poco mejor que la causa de su fascinación no es puramente externa ni azarosa, sino que nace de un truco interior bien ejecutado. Y eso es también literatura. Con truco, pero literatura.

Además de a esa vaina, en esta lectura he prestado especial atención a la banda sonora de la obra, es decir, a las diferentes canciones que se mencionan en ella. Como es la primera vez que leo la novela teniendo al alcance los fantásticos recursos de la Red, no he resistido la tentación de localizar y colgar vídeos de los títulos mencionados. Mientras los buscaba, me he dado cuenta de que, naturalmente, no he sido el primero que ha tenido esta idea. Incluso a veces tenía la sensación del que camina sobre huellas ajenas. Una de las novedades que están creando las nuevas tecnologías es esa impresión de que nuestra identidad se multiplica de forma especular, tal vez porque no somos, ni mucho menos, tan distintos como a veces hubiéramos pensado. Y es que lo de la identidad personal, igual que la novela de Salinger, sin duda está excesivamente valorado. Un pensamiento, por cierto, que quizás hubiera suscrito Holden Caulfield, aunque no sé si a regañadientes. Que suene la música.

1. Song of India, Tommy Dorsey Orchestra.




2. Slaughter on Tenth Avenue, The London Festival Orchestra, dirigida por Stanley Black.




3. Just One of Those Things, Ella Fitzgerald. En la novela la interpreta un tal Buddy Singer, pero no he encontrado su rastro. Esta versión de la gran Ella tiene magia.




4. Little Shirley Beans, por Suzzy Williams acompañada por Brad Kay y su banda. La actuación es, precisamente, un homenaje a Estelle Fletcher y a la mención que de la canción se hace en la novela.




5. Tin Roof Blues, Sidney Bechet's Blue Note Jazzmen.




6. Y, finalmente, hay una mención, en la crucial escena del tiovivo, casi al final de la novela, de Smoke Gets in Your Eyes, probablemente la más famosa de todas las piezas citadas, con innumerables interpretaciones. Esta es la versión, para muchos insuperable, de Connee Boswell.





Postre. Y ya fuera del libro pero pegada a él, la canción de Guns N' Roses

viernes, 13 de septiembre de 2013

Resonancias 1+3




... el sol de media
noche y el sol de media
noche y el sol

de medianoche
y el sol de medianoche
y el sol de media

noche y el sol
de medianoche el sol
de medianoche...


Como no tengo tiempo para nada, aprovecho mis breves paseos por los alrededores de la Posada para cazar imágenes como estas, sólo posibles merced a la increíble ubicación que este sitio tiene en la red, más allá de las nubes. El tríptico de haikus es, naturalmente, solo una trampa.
Las imágenes son de de Joe Capra y la música es This World is Our, del grupo estadounidense This Will Destroy You.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

La tela letal


Al fondo de la cámara apenas queda una molécula de aire. La luz es solo el recuerdo que de ella guardan los ojos asombrados. El espesor del lino, con su rugoso tacto vegetal, va cubriendo las capas de memoria que dejan en el lienzo, a modo de negativos de una remota imagen, manchas difusas que se superponen sin confundirse. Aquella parece la de un hombre mínimamente armado que mira hacia un cielo del que no espera clemencia. Alguien conjetura, más enfático que ingenuo, si no será el prólogo de la enésima muerte de don Quijote. Ésta muestra dos grandes monolitos en llamas que llevan grabadas, como un grafiti tatuado con plomo, las palabras que el profeta escribiera hace tiempo: «La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno». Y si se desenvuelve del todo el sudario de la momia para ver lo que guarda pegado a su piel, aún podrá descubrirse un pequeño rasguño. Lo observo con detalle, tras aumentarlo todo lo que puedo en la pantalla. Al fin veo lo que es. La pisada de un pájaro. Una brizna de hierba. Un píxel de luz pura atrapado en el hilo de la trama.

Imagen: Entrelíneas © SPM, 2013.

(Memomia del 11 de septiembre)

domingo, 8 de septiembre de 2013

Así sólo Sisa


No estoy seguro, pero creo que la primera vez que vi escrito el nombre de Jaume Sisa fue en un número de la revista Ajoblanco, cuando tenía aquel formato desplegable que hacía tan incómodo su manejo, aunque era una seña más de su originalidad y atrevimiento, aparte de una manera (supongo) de abaratar costes. Daba cuenta de su aparición en las noches celestes de Zeleste y algún otro lugar de la Nit de Barcelona, en tiempos aún muy preolímpicos pero de mucho fuste y cuando la ciudad condal era considerada desde la meseta y tal vez también por debajo de Despeñaperros como la puerta de Europa. Seguí después su pista, con la dificultad que en aquella remota era preinternáutica y aún plenamente gutenbergiana (que es palabra que ya por sí sola indica tendencia) entrañaba la búsqueda de información, tarea ímproba además de acuciante si el objetivo final era conseguir un dato que nos faltaba para completar un pie de foto (por ejemplo, en aquellos libritos de los Temas  Clave que José Ramón Pardo dedicó a «la música pop» y al «canto popular»), o para saber de qué iba la cosa. Era una época en la que las paredes de Malasaña solían amanecer con una frase pintada en muchos rincones: 27 lágrimas. Yo nunca las conté, pero siempre me parecieron pocas. El caso es que ya entonces Sisa tenía un plus de modernidad, era evidente que se adelantaba o se anticipaba (que lo suyo siempre tuvo mucho de ciencia ficción) por un vía muy personal y de apariencia desquiciada, pero en el fondo muy dadaísta, a la locura que vendría después. Y, en concreto, al imperio feliz y torrencial de la ocurrencia, aquella consigna no pronunciada de «si lo piensas hazlo, pero mejor si lo haces sin pensar» que fue el verdadero secreto de la Movida, antes de que esta palabra, sucesora y hasta usurpadora de el Rollo, diera en significar algo más que el lugar y la situación donde los colegas siempre en marcha se paraban un rato, paradójicamente, para liarse los porros o compartir una pequeña dosis de polvos mágicos y también de los otros. Me parece que comprimo en un solo recuerdo metros de crónicas, pero tampoco vamos a convertir el mapa en el territorio. La verdad es que todo aquello, que ocurría sin que la dura luz de los amaneceres hubiera sido puesta a buen recaudo, tenía cierta atmósfera sonámbula y antes que nada estaba movido por un deseo muy grande de que todo tuviera otro color. O color, sin más. Sisa después se vino a Madrid y se encarnó en un no menos genial, pero ya distinto, Ricardo Solfa, que también sigue vivo en los youtubes. Pero yo creo que el ente original se perdió definitivamente en los sótanos de algún antro de cómic, quizás en los fotogramas descartados de una peli que alguien un día recuperará para reinsertarlos en la cinta restaurada y remasterizada con la aviesa intención de hacer con ella una sesión especial de cine-fórum (otro colmillo de mamut) en lo que por aquella época era todavía el destartalado Palacio de las Pipas y hoy luce como hermosa sede de la Filmo. Se podrá comprobar entonces que, como sostiene el bifronte que da título a esta crónica más fantasiosa que nostálgica, Sisa era en verdad único. Al menos en su forma de robarnos, qué quieren que les diga, la sonrisa más tierna y salvaje de aquella época en la que teníamos el corazón a la intemperie. Y olé. Ah, y sí, el sol puede salir cualquier noche de estas. Estén atentos.

*

sábado, 7 de septiembre de 2013

El Gallino

Jaume Mir, en una imagen de los años ¿70? El Correo.

A Jaume Mir lo llevamos viendo en la tele los aficionados al ciclismo desde que éramos niños. De hecho, este apasionado del deporte de la bicicleta, que ha trabajado como hombre-anuncio y relaciones públicas de diferentes equipos, tiene nada menos que 50 Vueltas, 25 Tours y 14 Giros a sus espaldas. Hubo un tiempo, a finales de los 60, en el que, con nuestra costumbre de ponerle a todo nombre en jerga propia, el grupo de amigos del internado que solíamos reunirnos ante el televisor para ver los resúmenes de las carreras comenzamos a llamarle «El Gallino». No sé bien por qué, quizás por la pelambrera y el poblado mostacho. O por cierto aire como de estar siempre en corral ajeno. El personaje se convirtió en una especie de héroe de aquellas reuniones vespertinas (entonces los resúmenes se daban por la noche, tras las noticias), hasta el punto de que el relato de la etapa del día nos parecía incompleto si no aparecía él. Pese a estar al otro lado de la pantalla, llegó a convertirse en uno más del grupo. Llevaba mucho tiempo sin verlo. Pero hoy, cuando la 13ª etapa de la Vuelta a España concluía en Castelldefels, allí surgió, inconfundible pese al paso del tiempo, saludando al vencedor como siempre, imbatible en su habilidad para conseguir el plano perfecto frente a la cámara. La exclamación con su nombre en nuestra jerga acudió espontánea a mi boca. Y con ella, una marejada de recuerdos que me tuvieron entretenido un buen rato. Curiosamente, esta es una historia que ya creo haber contado otras veces y en este mismo blog. Pero no encuentro rastro de ello. Aunque son muy numerosas las pistas que sobre Jaume Mir y sus peripecias pueden hallarse en la red. Hoy la Vuelta llega a sus etapas más prometedoras. Que, ¡vaya coincidencia!, se inician con la subida al Collado de la Gallina, en Andorra. 

viernes, 6 de septiembre de 2013

Arenas y Tal

Castillo de Arenas y Tal.

Si las declaraciones de Dolores de Cospedal ante el juez Ruz, como bien demuestran Ignacio Escolar y el común discernimiento, contienen al menos una contradicción, y gorda (la fecha en la que Bárcenas dejó el partido), leyendo las desmemoriadas respuestas de Javier Arenas se tiene la impresión de que en cualquier instante el interpelado se va a descolgar con aquello de «bicicleta, cuchara, manzana...». Y es que, de no existir (Dios no lo quiera) en la mente del señor Arenas un principio al menos de la enfermedad del doctor del que solemos olvidar el nombre, es difícil comprender la cantinela que suena a lo largo de una declaración que contiene frases como las que cortipego a continuación. Y ojo, en especial, a la última, la peripecia del reloj, que puede traer cola. Me parece que el señor Arenas va a tener que explicar en casa lo que tan malamente recuerda en sede judicial... ¡Ánimo, campeón!


«El año 91 creo que José María Aznar me nombró, me propuso vicesecretario general del partido. Creo que sí».

«En el despacho del secretario general cuando yo llegué había una caja fuerte. Esa caja fuerte estaba vacía, nunca se usó y me fuí con la caja vacía. Ahora, si usted me dice que había cajas fuertes en otros despachos, desconocimiento absoluto».

«No recuerdo jamás haber firmado un talón y tampoco el asunto de las donaciones».

«No sé nada de lo que me está preguntando».

«Señoría, desconocimiento absoluto».

«Señoría, le quiero dejar claro que he visto un apunte que pone un reloj (700 euros) y que yo no recuerdo el reloj en esa cena, porque recuerdo la bandeja de plata. Eso es lo que estoy diciendo. Y en este momento no recuerdo si tengo algún reloj de esa marca, pero creo que no. Lamentablemente a mí mi mujer me ha regalado algún reloj, que lo conservo en buena estima, empezando por cuando me pidieron que me casara con ella».