lunes, 22 de febrero de 2021

Donde acampa la muerte

Corredoira en el bosque de Santo Estevo. Foto AJR.


Y ocurre que la muerte es como un pájaro
fieramente neutral
que va trazando signos parecidos
a los cromos de antaño, tan procaces.
Revuelo de hormiguitas y alacranes
y un ángel desplumado haciendo guardia
a las puertas del viejo caserón,
según el testimonio fidedigno y nocturno
de edgar allan poe.
Y risa desterrada en el colmillo
de aquel hermano lobo
que el bueno fray francisco amaestraba
a la sombra del árbol prometido.
Y ocurre que hay un soplo de mal
detrás de cada piedra
y una sonrisa ingenua de niña virgen —suma
de todo el bien del mundo—
en las incitaciones de los acantilados.
Después de tanta historia, cuando pesan
cadenas en los pies y duelen huesos
de andar siempre encorvados
y se aprenden los motivos del hombre en una esquina,
se empieza por dudar, por no saber
a qué carta quedarse.
La locura
es la misma a plena luz del día
que a plena sombra.
El hueco
que nuestros cuerpos dejan
siempre que nos movemos
es indistintamente rellenado
por la flor o la bestia.
Marchamos repitiendo escenas consabidas,
como si fuera el mismo, y siempre uno sólo,
el mismo hombre único
el que viviera todos esos momentos
que después la distancia nos vuelve diferentes.
Y ocurre —siempre ocurre lo mismo,
aunque nos duela—
que al torcer la cabeza con signo indefinido
o en franca negación o aun afirmando,
la muerte, que es a modo de pájaro incesante,
nos vuela por la sangre y nos señala
el sitio.
Y allí nos congregamos.
Donde acampa la muerte no hay estrellas,
pero tampoco tienen las tinieblas su reino.
Allí se rompe el mar, mas de algún modo
la existencia prosigue.
Y es lo mismo la piel que el barro crudo,
se confunden aristas con campanas,
se entremezcla la sangre y la saliva.
Que todos percibimos, donde acampa la muerte,
una escalera neutra:
unos dicen que sube; otros hablan
de un descenso infinito...
Lo probable
es que fluya por dentro de los hombres
un viento encadenado,
una especie de halcón
con blanquísimas alas de paloma.
Que por eso vivamos.

(De Esquinas del destierro, Madrid, 1976)



domingo, 21 de febrero de 2021

De serenos, bares y concursos


Los serenos, toda una institución. Decía una amiga que su desaparición marca un ante y un después en la historia urbana. Tal vez no exagere. Creo que de aquellos personajes de oficios callejeros que tanta presencia tenían en nuestras vidas ya sólo sobrevive —y muy transformado— el afilador. Por otra parte, ¿hay alguna ciudad en España que no tenga un bar llamado El Brillante? Seguro, pero parecería que no. Da incluso para una de aquellas propuestas de un juego al que por mi barrio talaverano llamábamos “Dólar” (por variación de “Dola” supongo) y que consistía en saltar sobre un compañero agachado (“el burro”) mientras se cumplía el requisito pedido por “la madre”: «Nombre de bares. Con cadena». Esta última expresión significaba que no valía pararse a pensarlo. Por cierto, caigo ahora en que ese era el mismo juego que recuperó Chicho Ibáñez Serrador para el primer apartado del Un, dos, tres... Juguemos: a bote pronto, ¿cuál es vuestro nombre favorito de bar? Vale el primero que se os venga a la cabeza. Ahí va el mío: La Playa.

viernes, 19 de febrero de 2021

Un paseo por las nubes (La caminata final)

Ilustración: La última caminata.
© Javier Serrano, 2021.

~~Y casi sin querer, pero sobre todo queriendo, el caminante levanta los ojos y se dispone a navegar por un mar de nubes.
I. No están las cosas para andar pensando en las nubes y mucho menos para quedarse a vivir en ellas. Pero no son pocas las tardes en que el mayor consuelo a nuestro alcance es mirar hacia el cielo y sentir que algo ha debido de hacerse bien para que sea posible aún tanta belleza.
II. Día que pasa sin que pasen nubes tal vez no merezca ser llamado día. La frase sea o no cierta —y eso siempre depende del según y cómo— tiene un alto grado de verosimilitud: al menos es una prueba de que hemos mirado al cielo. Y eso ya es mucho.
III. Para el caminante, las nubes son también pensamientos concretos. Su contemplación dispara la conciencia y, a poco que les demos capacidad de interpelación, nos exigen sostener la mirada durante el tiempo suficiente para que nazcan las palabras, aunque no salgamos del silencio. Es el espacio en el que la mirada atenta engendra un gesto y éste a su vez emite una descarga corporal que exige la respuesta casi osmótica, por pura necesidad equilibrante, de un pensamiento. Esa energía mental acaba, de algún modo que no somos capaces de precisar, formando parte de la nube y se mueve con ella a través del cielo.
IIII. A veces, en horas cercanas al crepúsculo, el cielo se puebla de restos de relatos mitológicos que dan pie a las más peregrinas interpretaciones. En una nube, por ejemplo, no es difícil ver el giro del cuello del Cisne bajo cuya apariencia Zeus poseyó a Leda. En otra, nos salta a la vista un buen pedazo de la piel del León de Nemea derrotado y destrozado por Hércules. Un conjunto de nubes agrupadas en un rincón del occidente del cielo sugieren el momento en que Perséfone vuelve su rostro hacia donde no debería y acaba siendo recluida en el reino infernal. Y otras muchos. Sin olvidar el estrépito y la pantanosa oscuridad que acompañó al Cristo al exhalar su último suspiro. Todas estas sugerencias tienen una virtud principal, más allá de la belleza o la piedad que nos transmiten: nos hacen admirar la exactitud y diligencia y gracia con que nuestros antepasados griegos fueran capaces de maquinar tantas hermosas historias —una para casi cada rincón de nuestras almas— con la sola contemplación del firmamento. Y como todo después vino a consumarse en un grito que no se olvida: «Padre, ¿por qué me abandonas?»
V. Lo que más fácil resultar ver en las nubes son los ojos. No sabemos de quién. Ni si nos miran. O si solamente, como los ángeles en Rilke, están ahí, indiferentes. Y por eso —sobre todo por eso— las admiramos.
VI. Suelen ser frecuentes en las nubes las figuraciones de animales. Entre ellas, tengo observado que abundan los dragones, quizás porque estas mismas criaturas están hechas de atmósferas nubosas. Y, de forma muy especial, porque sus bramidos sulfurosos cuadran bien con los desmadejamientos de las masas del cielo. Más curioso aún, en el mundo de las nubes dragones, es su predisposición a los enfrentamientos y los fieros combates. Así, no es extraño descubrir en lo alto, a poco que uno se fije, algún espacio donde rápidamente se perfilan dos criaturas de leyenda enzarzadas en una disputa que, dependiendo del viento o tal vez de las condiciones de humedad, no tardan en lanzarse feroces retos, avances más o menos taimados sobre las partes más delicadas e indefensas del rival, y muy a menudo se enredan en combates que acaban en fusión o incluso en esa confusión nebulosa que precede a la destrucción mutua.
VII. De las nubes podemos aprender tanto que, con toda probabilidad, no vamos a tener tiempo suficiente ni para calibrar el impacto en nuestra vidas ni para agotar los caminos que no cesan de arrastrar hacia ellas como polvo sobre las arenas del desierto o besos de espuma en la cresta del mar. Son, además, el lugar más oportuno y adecuado para dirigir los pasos de nuestras caminatas.
VIII. Y así poner en ellas el fin de nuestras torpes oraciones.

jueves, 18 de febrero de 2021

Narbona sobre Margarit

(En voz alta). Lúcido y muy sensible este artículo de Rafael Narbona sobre Joan Margarit, con el dolor de la muerte cercana como telón de fondo. Leído hace unos meses, he vuelto a encontrar en él ahora una forma concreta y nada retórica de rendir homenaje al poeta fallecido

lunes, 15 de febrero de 2021

Canción de corro o comba


Hola, palabra, vienes saltando
como si nada fuera contigo,
sabes reírte de los que espían
detrás del muro, de los borrosos,
de los que nunca osan decirte,
de los que escupen cuando tú pasas
y tantas otras cavilaciones.
Hola, palabra: qué tontería
pensar que puedes venirte así,
como una loca cabra cabrita
o un corderillo blanco y mortal,
tú que rechinas entre mis dientes
y quemas hondo los intersticios
por donde pasas, ¿por dónde no?
Hola, palabra: palabra ola,
me das tu espuma, ya eres el mar
que, milenario, pasa a los lejos,
alma, paisaje, vida y color,
cromos queridos, tan deseados,
del álbum triste que voy llenando
con estas pocas gravitaciones...
Hola, palabra, aquí te dejo,
por mí el primero y mis compañeros,
no digas nada, todo está bien.

domingo, 14 de febrero de 2021

Querida Ángela Molina

(En voz alta). Una magnífica entrevista con una actriz a la que siempre he admirado. Su designación para recibir el Goya de honor en la próxima edición de los premios no sólo es justa sino, si se me permite, necesaria para evitar que se prolongue durante más tiempo una palmaria injusticia. Una tarde, en la cola para entrar a un concierto de Supertramp, pude mostrarle mi entusiasmo e incluso me dio tiempo a comentarle alguna anécdota infantil, en relación con su padre (y su voz prodigiosa), lo que me valió una sonrisa amplia y hasta un beso. ¿Cómo no voy a querer aún más a esta mujer? Una leyenda viva. Viva.



sábado, 13 de febrero de 2021

(Un)décimas de fiebre

(Resonancias). Ayer, para celebrar el muy curioso día palindrómico (12022021), el mago Pedro Poitevin compuso una décima bifronte capaz de engendrar millones de criaturas de la misma especie (una actualización del juego aquel de Mil millones de sonetos del OuLiPo pero en bumerán). Al leerla esta mañana en su cuenta de Twitter, preso mi ánimo de tan alta admiración como de gozo tan extraño, un mecanismo semiautónomo rotuló con mi mano esta undécima de versus (sic) intercambiables hasta extremos que, si no tienen otra cosa mejor que hacer y todavía conservan algo de humor y no poca paciencia, pueden comprobar por ustedes-vosotros mismos. Estamos ¿vivos? de milagro.


Marcador de décimas (de fiebre)
cuyos versus pueden combinarse
a gusto del lector o lectriz

es algo fenomenal
este prodigio me inquieta
es décima o es veleta
una que gira orbital
sin principio y sin final
lleva dentro un mecanismo
de muñeca pizpireta
y al final le da lo mismo
hace sonar la trompeta
cuando ha llegado a la meta

o al asomarse al abismo