jueves, 30 de julio de 2020

En la muerte del diestro Raúl Sánchez

Raúl Sánchez, en plena faena.

 (Al filo de los días). Me entero, por un muro de FB de Talavera de la Reina, de la muerte del torero Raúl Sánchez, talaverano nacido en San Román de los Montes en 1940. Hace mucho que no sigo el mundo de los toros, de hecho nunca he sido aficionado, salvo de aquella manera algo deportiva (futbolera, más bien) de estar al tanto de los escalafones y los recuentos que tuve en mis años jóvenes, o por la devoción guardada a “héroes” de mi infancia como Antonio Ordóñez, Curro Romero, Antoñete o, muy en especial, Gabriel de la Casa, entre algunos otros nombres que aún me provocan cierta ilusión de haber llegado alguna vez a comprender, o al menos a sospechar, las muy hondas vibraciones de un arte que hoy me resulta inasumible.

A Raúl Sánchez lo vi torear una vez en La Caprichosa (así se llama el coso de Talavera, célebre porque en él «el torito Bailaor a José le dio la muerte») y varias tardes más por televisión. Alguna vez incluso lo pude saludar en la sobremesa de algún restaurante local, en compañía de mi suegro, que era gran aficionado y lo tenía en muy alta estima. Al contemplar hoy esta foto, que no sé si corresponde —pero podría— a una de sus grandes faenas en Madrid, he ido en busca de las palabras que en su día le dedicó Joaquín Vidal, gran maestro de la crónica taurina, heredero valioso de un género hermosísimo, y escritor a cuya capacidad metafórica y gracia sintáctica le debo mis postreros disfrutes taurinos. Y muy probablemente la escasa comprensión —si es que alguna tengo— de esa música, callada o vocinglera (que de todo hay), que los entendidos dicen que se escucha en el revoleo de los lienzos y, más aún, en la distancia que va de los ojos del diestro al bulto de la fiera, o viceversa. Que el toreo, por definición y estética, es arte de ida y vuelta, no sólo al ruedo; también —y muy particularmente— como sentimiento trágico del vivir.
En la crónica de Vidal hay un retrato elocuente de las características del diestro talaverano y de su peculiar honradez. Una página muy hermosa. Descanse en paz el gran torero. Supongo que su busto en el paseo de la Virgen de los Jardines del Prado talaverano estará rodeado de flores. Sumo con gran respeto y admiración las mías.

miércoles, 29 de julio de 2020

Trikiklos (25)

 



No sólo es música:
el tiempo canta.

Trikiklos (24)


Aquel verano,
en el jukebox* del barrio
el Let it be.
Sonaba como
algo nuevo y distinto:
otra emoción.
Cierta sorpresa,
la letra traducida
(«no es para tanto»).
En inglés, magia
—Let it be, Let it be...—
inacabable.
Y el trabalenguas
del Whisper words of wisdom
y Let it be.

*jukebox, gramola o pianola, más conocida como “máquina de discos”; recuerdo especialmente una que hubo en unos billares rodeada de flippers, futbolines y mesas de billar.

martes, 28 de julio de 2020

Trikiklos (23)



Lemas de entonces:
del «Contamos contigo»
al «... señor Conde».
(Los suspensivos:
valen por: «Cuando un monte
se quema...», digo).
¿Qué queda intacto?
Pues, más que nada, el fuego,
año tras año.


lunes, 27 de julio de 2020

Trikiklos (22)

Amigo, acuérdate
de aquella Antología
Lindas respuestas
que parecían chistes
pero eran ciertas.
Son un legado:
ningún informe PISA
va a mejorarlo.
Qué bien describen
el gusto por lo absurdo
y la burricie.
Hoy, sin embargo,
serían impensables:
¡ya todo es plagio!

Alteraciones


La poesía nos da todo cuanto nos falta
—decirlo así y no borrar la frase.

La poesía nos da todo cuando no falta
—sentir que cabe el mundo en un resquicio.

La poesía nos da todo cuando nos habla
—esa ficción de seres inmortales.

La poesía nos da todo cuando hace falta
—el poder de las madres y su sagrado nombre.

La poesía nos da todo cuando nos salva
—a su amparo se sueltan los nudos de la muerte.

La poesía no da todo con casi nada
—el día es como un lienzo que espera un sol de nieve.