sábado, 29 de febrero de 2020

Verte en Venecia

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Foto: Andrea Poscoliero: «Il medico della peste... Con il suo becco ricurvo pieno di erbe balsamiche, 
portava la sua visita ai malati di peste nella Venezia del 1630».
—Pues ya no queda nadie —dice ella.
—¿Y ahora qué hacemos? —dice él.
De inmediato comprendió lo absurdo de su pregunta. «Médico —se dijo mientras la mueca del estertor final desfiguraba su cara—, cúrate a ti mismo». Sobre la plaza subía l’acqua alta, sin testigos.
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viernes, 28 de febrero de 2020

Melmoth

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Masahisa Fucase (深瀬 昌久 ): Ipnagogicosentire.
Cuando regresó al Exil’s Corners, su bar de siempre, le vino a la cabeza lo que le había dicho el viejo la última vez que bebieron juntos: «Irremediablemente se muere en un espejo». Ya no era capaz de recordar su rostro pero su voz se multiplicaba en su mente como un eco interminable. Pidió un oporto y brindó por los fantasmas dóciles y el imposible olvido. Luego, una vez abajo y ya dentro, bajó con sumo cuidado la tapa del ataúd.
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jueves, 27 de febrero de 2020

Soñámbulos

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John Everett Millais: «La sonámbula», 1871. Col. Privada.
No nos dimos cuenta de que nos conocíamos hasta que no nos despertamos a la vez en el mismo sueño.
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miércoles, 26 de febrero de 2020

La invención de España

Henry Kamen La Invencion de España
Francisco Pradilla: La rendición de Granada, 1882.
Palacio del Senado, Madrid.
(Lecturas en voz alta). Es frecuente que cada uno arrime el ascua a su sardina (y más en tiempos de Carnaval) y los mismos argumentos van y vienen y se utilizan a conveniencia. Es lo que está pasando estos días en la prensa con los comentarios sobre el último libro de Henry Kamen, no en vano titulado La invención de España. Este artículo de El país me parece interesante porque enumera y desbarata con claridad algunos tópicos que suelen ser fuente de numerosas confusiones y demagogias varias. Lo comparto.

Tiempo (de ceniza y polvo)

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Carl Spitzweg: Ash Wednesday, 1860. Galería Estatal de Stuttgart (Alemania).
Y ahora debes pensar una palabra que dure hasta el fin de la noche. Es preciso burlar esa codicia del tiempo que se enrosca (dentro de sí mismo) y llega con su diente de víbora, escondido entre los pliegues de su cuerpo sinuoso, hasta el centro de tu corazón. Ese veneno está dentro de tu cabeza (también en la ceniza que hoy la cubre). Sin él no puedes vivir. Con él te mueres.
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martes, 25 de febrero de 2020

Adiós a Juan Eduardo Zúñiga

Muere Juan Eduardo Zúñiga, Premio Nacional de las Letras en 2016
El escritor Juan Eduardo Zúñiga (1919-2020). Foto de Jordi Belver.
(Lecturas en voz alta). Como ocurriera hace unos días con el actor Kirk Douglas, tal vez hubiera que buscar una expresión más adecuada que la de “muerte” para definir el tránsito de personas centenarias —un hecho cada vez más frecuente— cuando dejan tras de sí una vida vivida en plenitud hasta casi sus últimos momentos. Es lo que ocurrió ayer con el escritor Juan Eduardo Zúñiga, fallecido a los 101 años, tras una vida de una longevidad fecunda y lúcida que le ha llevado a estar presente en la vida cultural hasta edad muy avanzada e incluso a vivir algunos de los momentos de mayor plenitud y reconocimiento en tiempos aún cercanos. Autor de una obra especialmente relevante en la descripción de la vida cotidiana y los trágicos interiores en el Madrid de la Guerra Civil, a través de relatos escritos con la conciencia despierta del testigo directo, y corredor de fondo en una muy personal escritura de largo aliento, desarrollada con original imaginación, su obra tal vez esté aún a falta de una valoración justa que la sitúe con precisión en el lugar que le corresponde.
Desde aquí quiero hacer llegar mi sentimiento a Felicidad Orquín, su esposa, con la que tuve el honor de trabajar en diversas actividades editoriales, y sobre todo en los fértiles años del SOL, en la Fundación FGSR, y a su hija Adriana. Descanse en paz.

Billisqueira

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Francisco de Goya: Las viejas o El tiempo, 1810-1812.
Palais des Beaux-Arts, Lille.
Lo más adecuado es que la última máscara de la temporada lleve el nombre de aquella figura o personaje o acaso sólo resonancia que a ella le provocaba una mezcla de risa y enojo, puede que incluso el inicio de un verdadero enfado, casi siempre resuelto en aspavientos:
—¿E cómo podes ser tan mala persoa pra chamar a túa mai cuise nome de felo? ¡Dios me valia! ¡Tolo, mais que tolo!
Y había entonces en sus ojos, tan expresivos y teatrales, la misma luz generosa que aún veo en el espejo. Se acabó el Carnaval.
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