domingo, 8 de septiembre de 2019

Camilo Sesto: somos agua

(Al hilo de los días). Entre “el pájaro de nieve” y la seducción recién descubierta de Somosaguas (“somos agua”), tengo el año de mi llegada a Madrid, 1974, asociado a esta canción de Camilo Sesto. Su letra (creo que obra de la variopinta y angélica Lucía Bosé) aún me conmueve y me llena de agradecimiento a este “icono del pop” del que tanta mofa —en buena parte provocada por él mismo— hemos hecho todos. Confesaré, no sin mosqueo, que hubo una vez en mi casa de Madrid un “empleado de finca urbana” —como alguien acuñó entonces, casi al tiempo que otros llamaban “segmento de ocio” al recreo escolar: la tontería nunca ha descansado—, un portero sustituto que se empeñó en que yo tenía cierto parecido físico con el cantante y no cesaba de recordármelo. Son los reflejos de la memoria que primero han acudido a mi cabeza al enterarme de la muerte, en pleno inicio de la senectud, de Camilo Sesto. Una edad que, como hoy es común acuerdo de necrologías, venganzas y homenajes, el cantante nunca quiso aceptar. Tal vez no le faltaran razones. Descanse en paz.

Música vencida

Honoré Daumier: Don Quijote y Sancho Panza, 1866-1888.


«¿Sabía usted que puede escuchar gratis música vencida?». Así rezaba —rezaba— el post que me asaltó a media tarde en una consulta rutinaria de FB. No es difícil colegir —colegir— a qué puede referirse el anuncio. Y, en un rápido vistazo, deduje que se trataba de algo similar a los libros en dominio público. Pero toda la seducción —seducción— estaba en ese adjetivo: vencida... Tenía algo de exactitud dolorosa, como el diagnóstico de una enfermedad. Y me recordó de inmediato —supongo que por mera contigüidad (contigüidad) sonora— el poema aquel de León Felipe que interpretó Serrat, y que podemos volver a disfrutar —disfrutar— gracias a... ¿la música vencida?
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sábado, 7 de septiembre de 2019

A lagarto lagarto, trágalo, trágala

La imagen puede contener: una persona
Gian Lorenzo Bernini: Autorretrato del artista en su mediana edad, s. f. (s. XVII)·
Galleria Borghese, Roma.
Al volver sobre sus pasos procuró colocar los pies sin que se salieran de las huellas que había dejado en el camino de ida, de modo que ningún posible espía de intenciones aviesas pudiera saber cuáles eran sus verdaderos rumbos y mucho menos de qué pie cojeaba. Para mayor disimulo, durante toda la caminata fue canturreando en una lengua de la que sólo algunos conocían el secreto. Y en cada carrefour no dejó de entonar la fórmula batracia aprendida en sus años montaraces, cuando también él fue seducido por el secreto de la cueva del Monte Sión.
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viernes, 6 de septiembre de 2019

Libros de texto


libros de texto(Al hilo de los días). Resulta curioso que salga a relucir ahora, con visos de escándalo, un asunto que lleva al menos tres décadas siendo la tortura de las editoriales de Libros de Texto, obligadas a realizar hasta 17 versiones distintas de muchas de sus obras para cumplir con las exigencias, a menudo peregrinas, de las Administraciones Autonómicas. La anécdota de que en los manuales de Conocimiento del Medio para Canarias no se preste atención a los ríos, con la excusa de que el archipiélago carece de ellos, o la polémica de cómo nombrar a la Corona de Aragón, según el libro esté destinado a Barcelona o a Zaragoza, cuestiones ambas aludidas en el reportaje, son ejemplos casi paradigmáticos de la absurda deriva que se inició con la transferencia de las competencias de Educación a las Autonomías, y sobre todo con el uso provinciano, cateto, chovinista, de esa prerrogativa para primar los criterios de cercanía o peculiaridad por encima de lo científico y relevante. La verdad es que me ha extrañado que este asunto haya saltado ahora porque, como digo, quienes trabajamos en este sector de la edición lo llevamos sufriendo desde tiempos que se remontan ampliamente al siglo pasado. Aunque más grave es aún el problema de las Programaciones, verdadero caballo de batalla del que esta miopía localista no es más que una manifestación: en buena medida, ahí reside el mayor síntoma del enfoque erróneo, incluso descerebrado, de la Enseñanza en España, cuyo diseño, control y regulación, salvo excepciones, ha estado y está en manos de burócratas desalmados, sin excluir la presencia de algún torturador in péctore que ha encontrado en la concepción insidiosa de estos documentos y, de forma especial, en su prosa leprosa, la forma más segura e impune de dar rienda suelta a sus monstruosidades.

Sobre Alfanhui


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(Lecturas, relecturas y leyendas). Aproveché ciertas horas neutrales (por así decir) de este pasado agosto en el Mar Menor para volver al Alfanhuí de Ferlosio, esa joya inclasificable, una novela mágica, iniciática y picaresca, escrita en el estado de gracia que hace posible que cada palabra esté en su sitio sin estridencia alguna. Y una auténtica rara avis en la descomunal y desigual obra ferlosiana, aunque tal vez contenga, como ninguna otra, un a modo de compendio y exhibición de la principal clave de su escritura: el vuelo poético, la creencia en la capacidad de la lengua para crear realidad. Leí la preciosa edición de Random House (2016), de pequeño formato, con muy atinadas ilustraciones del artista Asen Stareishinski (1936-1991) procedentes de la edición de la obra en búlgaro de 1969. Esta edición incluye una nueva (creo) dedicatoria [«A mi nieta Laura, de todo corazón»] y está cuidada al detalle. Así que fue un placer sumergirse en sus páginas para volver a comprobar que es posible alcanzar la perfección en el arte de escribir. A veces de forma tan en apariencia sencilla y redonda como en este texto, que bien podría tomarse como un ejemplo del cuento perfecto, donde no sobra ni falta nada: sólo un lector-mediador que se deje ganar por su belleza. (Para su circulación como texto autónomo me atrevería a sugerir un título: «El surco»).
Dice así:
«También contó la patrona la historia de su padre. Eran de Cuenca. Allí había conocido ella a su marido. Su padre era labrador y tenía algunas tierras. Una tarde se durmió arando con los bueyes. Y como no volvía el arado, los bueyes siguieron y se salieron del campo. El hombre seguía andando con sus manos en la mancera. Iban hacia poniente. Tampoco a la noche se detuvieron. Pasaron vados y montañas sin que el hombre despertara. Hicieron todo el camino del Tajo y llegaron a Portugal. El hombre no despertaba. Algunos vieron pasar a este hombre que araba con sus bueyes un surco solo, largo, recto, a lo largo de las montañas, al través de los ríos. Nadie se atrevió a despertarle.
Una mañana llegó al mar. Atravesó la playa; los bueyes entraron en la mar. Rompían las olas en sus pechos. El hombre sintió el agua por el vientre y despertó. Detuvo a los bueyes y dejó de arar. En un pueblo cercano preguntó dónde estaba y vendió sus bueyes y el arado. Luego cogió los dineros y por el mismo surco que había hecho volvió a su tierra. Aquel mismo día hizo testamento y murió rodeado de todos los suyos».

(RSF: Industrias y andanzas de Alfanhuí, Madrid, Random House, 2016).

La duda

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Richard Estes: The L train, 2016. Col. particular.
Leyó en una ventanilla del diario digital la breve nota que daba cuenta de su fallecimiento. Iba a retuitearla para desmentirla y burlarse del error, pero no pudo. No pudo. «Mal momento para que se te acabe la batería», dijo alguien a su espalda. «Y encima eso», pensó mientras intentaba volverse para contestar. Pero no pudo. No pudo.
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jueves, 5 de septiembre de 2019

Sobre las NUL

(Novelas de una línea, 6)
Ingenio
No podía dejar de darle vueltas.

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En algún ocasión, he sentido que estaba explorando un territorio que linda con el actual auge del aforismo y la consolidación (signo de los tiempos y su acelerada fugacidad) del microrrelato, de modo que estos textos bien pudieran acogerse a una intersección de esos caminos, sin desdeñar los demás cruces: memorias, fogonazos, criaturas cazadas al vuelo, sobras sensibles, intuiciones versiculares, ocurrencias y todo tipo de verboludismo (incluso sin “ver”), por esa ya confesada afición al juego que a estas alturas sé que es mi verdadera naturaleza —si alguna hay— como escritor y escribidor.
Cierro el ínterin confesando que la intención —o trágalo lagarto— es llegar a las 1001 NUL, series incluidas. Y que laboro en la edición final, ordenada y corregida de la aventura.)