miércoles, 23 de mayo de 2018

Roth se vuelve espectro

Roth posa con la ciudad de Nueva York de fondo.
Philip Roth, con Nueva York al fondo. Foto tomada de aquí.
Ahora que al novelista Philip Roth acaba de aparecérsele, de forma acaso definitiva, el espectro, es inevitable recordar que tal vez sea el penúltimo novelista al que he leído con la vieja pasión del «lector de novelas» que alguna vez fui. Recuerdo bien el deslumbramiento que me produjo su Visita al maestro, aquella novela de aprendizaje (bildungsroman es el término exacto) que, en cierto modo, me sirvió para rescatar sensaciones parecidas y puestas al día de lo que había sentido leyendo a Herman Hesse o incluso al primer Musil. Nathan Zuckermann, el álter ego literario del autor, comparecía allí por primera vez y logró interesarme y enredarme en sus ocupaciones y proyectos como si fuera una parte de mí mismo.  

Tras algún interregno borroso, otro aldabonazo fue La mancha humana, a la que llegué encandilado por la interpretación de Anthony Hopkins en la película homónima. Esta obra, que hoy bien puede considerarse una «crónica del ominoso futuro», me despertó el interés por la producción última del escritor, con su marcada preferencia por la peripecia erótica, entreverada con los contratiempos de la enfermedad y la decadencia corporal. Seguí este verdadero elogio del deseo, envidiable en muchos sentidos, también algo cargante en otros, a través de títulos como El animal moribundo, Elegía o Sale el espectro, la última obra de Roth que recuerdo haber leído completa, tras un intento fallido con Némesis (tal vez, como homenaje, retome esta última ahora..., si no interfieren las lecturas de lecturas de otros lectores más fieles y atentos, como Juan Gracia Armendáriz, uno de los más notables Rothistas confesos que conozco: curiosamente su Diario del hombre pálido, cuyas entregas llegaban puntualmente a mi ordenador los viernes, no sé bien por qué está asociado a la narrativa del autor estadounidense). 

Para resumir mi «experiencia Roth», muy limitada pero significativa en mi memoria de lector, he de destacar su maestría para novelar como el que escribe memorias, mezclando con pasmosa habilidad datos biográficos, lecturas, conjeturas y deseos, hasta dar con una variante personal y reconocible de esa forma imaginaria de contar la vida real que tal vez sea el torreón desde el que la novela moderna, como género siempre en peligro de extinción, pero finalmente resistente, sigue presente entre nosotros y sobrevive como algo más que un mero entretenimiento. Más o menos. 

Y luego están los otros Roth y los grandes equívocos sin importancia.

Marquesina

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Claude Monet: La Gare Saint Lazare, 1877. Musée d’Orsay, París.
Por las raíles de la noche siempre llego a la Estación Termini. A veces ya no queda nadie. Ni siquiera es seguro que haya un reloj.
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martes, 22 de mayo de 2018

Babel (12)

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Adobes
El guajín que laboraba con la bosta seca en los muladares de las canterías ya no recordaba cómo se decía Babel en bable. Y, preocupado, se rascaba la cachola.
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lunes, 21 de mayo de 2018

Testigos (iv)

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Rembrandt (atribuida): Retrato de un joven caballero, h. 1634. Colección Privada.
Vivió muy tranquilo durante los últimos trescientos ochenta y cuatro años, más o menos, hasta que alguien decidió que había llegado su hora. Desde entonces, el joven caballero del retrato no sabe dónde fijar la mirada.
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domingo, 20 de mayo de 2018

El resto nocturno


Rubens: Psyché y el amor dormido, 1636. Museo Bonnat-Helleu, Bayona.
Cuando ella viene a mis sueños sé que en el resto del día no faltará la música.
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sábado, 19 de mayo de 2018

Reencuentro

Velázquez: Comida de pícaros, 1617. Museo Nacional de Bellas Artes, Budapest.
Había pasado el tiempo y allí estaban sus huellas, visibles e invisibles. Pero las palabras fluían por sus viejos cauces y las miradas, aunque algo más serias y perplejas, todavía encontraban caminos para las risas cómplices.
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viernes, 18 de mayo de 2018

La Roca Solitaria


(La Roca Solitaria
El Peñón de Vélez de La Gomera)

Un poema de 
Ervigio Díaz Marrero

In Memoriam
De los que amaron esta Roca Solitaria
Y en sus profundidades huecas duermen.


  
1

La soledad del mar es infinita
Y los que viven junto a él ya la conocen;
Saben que sus profundidades esconden,
Bajo la densidad, en la oscuridad abismal
De los salados silencios submarinos,
Las calaveras de las civilizaciones desaparecidas
Hace millones de años
Y las formas que en el futuro poblarán la tierra,
Cuando el mar retome para sí
Lo que surgió de lo profundo…




2

Y la roca solitaria platica con las olas
Y a cada nueva marea el océano la encuentra allí,
Separada por un brazo de tierra del continente,
Con sus cien ojos enfocados al crepúsculo,
Al horizonte inenarrable de colores
Donde nada permanece,
Salvo el deseo, incubado generación tras generación,
El indomable deseo de libertad
Que asalta a los que viven junto al mar,
Rodeados de corrientes
Y obligados a permanecer,
Estación tras estación, dentro de la roca,
Cavando sus túneles y levantando sus murallas,
Regando con su sudor un suelo infértil,
Sombras de lo que fueron,
Ojos que miran el horizonte,
La curvada ballesta del infinito azul.



3

En este silencio ultraterreno
Los recuerdos pugnan con las emociones
Y quiere abrirse paso la esperanza;
Mas por toda respuesta las olas,
Que baten perennemente la peña,
Avanzan y retroceden,
Como si la duda también existiera
Y nada pudiera sucederse
Al eterno ciclo de las mareas…
Envejecen cada día,
Se apaga el brillo de sus ojos en plena juventud
Y sus columnas vencidas
No son más que las huellas de sus mentes;
Sobre sus hombros arañados acarrean
Las piedras con que levantan las murallas,
Y sus ojos, ya hechos a la oscuridad,
Escudriñan dentro de los túneles
El agujero por el cual Dios ha de colarse.




4

Mas Él no quiere saber nada
De estupros ni de asesinatos
Y por eso los ha recluido a todos
Dentro de la roca
Y ha querido que el mundo no mirara
Sus imperfecciones;
Y los ha puesto frente al infinito
Para que sueñen con otros mares
Y puedan así sobrevivir
A la angustia de la reclusión.
Y ellos cavan túneles,
Forcejean con la piedra para abrirse paso
Y no cejarán los picos
Hasta que la roca suene a hueco.
Después se recluirán dentro,
Temerosos de la luz,
Y esperarán a desprenderse de sus conchas,
Que el mar arrojará a otras playas…




5

Verticales sobre la mar,
Crecientes en los abismos,
Las piedras se amontonan
Sobre lo que carece de solidez
Y sólo sabe moverse.
Decidme
Si no son un mosaico gigantesco
En el que están incrustadas mudas vidas;
Si no es verdad que este ganar terreno al aire,
Sobre los abismos,
No es un empeño de dementes;
O si no es de un extático misticismo
Amurallar por fuera y cavar por dentro,
Eternamente rodeados de agua
Y condenados a permanecer.




6

La bandera negra ondea al poniente,
Regresan las naves cargadas de sangre,
Las manos, acostumbradas a hendir el cuchillo,
Acarician los cuellos morenos
De las mujeres de los asesinos;
Que aman tiernamente y salan sus heridas
E ignoran en qué abruptos agujeros
Han enterrado ellos los tesoros…
Ahora, estos valientes
No pueden hacer otra cosa que hendir el pico
En el corazón de la roca
Y donde antes los piratas escondieron sus tesoros
Ellos desentierran, convictos, sus delitos.




7

La memoria de la peña está en sus piedras,
Cada una tiene grabado un nombre
Y dentro de los túneles
Viven aún, flotantes como espectros,
Las emociones intensamente sentidas
Y los deseos,
Escuálidos a fuerza de no ser satisfechos,
Pero vivientes aún,
Esperando a que alguna mano descubra
Los muros ciegos que hoy ocultan los pasadizos de la roca;
Los deseos, que quieren ver la luz del día,
Y se resisten a morir,
Porque saben que, si no alguien,
Al menos el tiempo, que todo lo derruye,
Derruirá los muros ciegos
Y el mundo no tendrá más remedio que horrorizarse
Ante la inédita visión de los deseos
Escapándose afuera de los túneles.



8

Las murallas derruidas.
Los viejos torreones,
Las almenas carcomidas de la roca…
Sus cien ojos de piedra,
Que esparcen en torno suyo una mirada de pulpo.
El sol,
Que se levanta cada día detrás de la montaña
Y se hunde tras la línea del infinito.
Las centellas brillando
Entre las ruinas de las fortificaciones
Y un nebuloso rastro de leche
Que vela el sueño pesado
De los habitantes de las cuevas.
El levante silba
Proveniente de atrás de las montañas resecas
Del continente;
Y se encañona por el valle de tuneras
Y trae los canturreos gimientes
De la raza del desierto.
El mar resuena adentro de los túneles
Y las bandadas de sardinas
Se refractan verdinosas a la luz de la luna.
El viento bate el cementerio,
Sobre el acantilado;
Colgantes sobre el océano, las tumbas
Respiran la brisa de las olas,
Que restallan contra la cueva.
Adentro de los blanqueados nichos,
Diez niñas sueñan con la infancia que nunca tuvieron.





9

Al crepúsculo, la roca
Semeja un cangrejo de contornos rojos;
Oscureciéndose en silencio,
Pero quizás a punto de retirarse para siempre
A los abismos interiores del fondo del océano.
Mas allí no podría dormitar entre la espuma
Ni recibiría los rayos del sol;
Se oscurece
Y en derredor suyo el agua brilla
Con los últimos violetas de la tarde.
A través de sus túneles respira…
Se la oye
En las calmas luminosas de primavera
Como un silbido;
Y en invierno, durante los días ventosos,
Es semejante al resoplar de la tortuga.
En su contorno submarino viven los pulpos,
Ojos que miran desde la oscuridad de la cueva,
Los mejillones, entrelazados en la rompiente,
Los meros de boca grande,
Los centollos prehistóricos
Y los zafíos chupadores;
Mas ninguno sabe desde cuando
El cangrejo está en esa posición,
O hacia donde empezarán a moverse
Sus patas atrofiadas.





10
                                                                                                           
Las sombras reviven por la noche,
Al soplo de los céfiros,
En las viejas explanadas se reúnen
Y mirando al mar sueñan…
Estuvieron tanto tiempo ahí
Deseando su libertad
Que aún después de muertos ya no la conciben
Si no es con la vista puesta en estos horizontes.
Hoy,
Que la luna brilla plateada sobre la piedra,
Puede verse a una sombra escuálida
Atisbando desde la explanada sobre el cementerio.
Más tarde
Otra sombra se escurre a través de las paredes
Y se llega hasta él.
Juntas reviven una pasión malsana
Como en los ancianos días
Cuando el centinela aguardaba cada noche
A la sombra caliente de la hija del desierto.
Y de nuevo los celos
Cruzan por su mente de mujer arena
Y se sabe repudiada;
Y antes de verle vivo y lejos,
Amante de otros cuerpos,
Ella, que lo quiere para sí,
Lo hace morir en sus brazos.
Se oye un quejido de bestia acorralada
Y la sombra femenina se aleja,
Manchando las paredes
Con la sangre del ladino.




11

¡Qué hueco es el silencio de la roca
Y cuán lejano el mar que la circunda!
Las gaviotas que anidan en sus grietas
Vuelan encima todo el día
Y se carcajean como sólo sabe hacerlo
Este ave que se alimenta de desechos.
El incansable golpeteo de los picos
Adentro de los túneles
Y los pies que se arrastran
Vencidos por el peso de las piedras,
Todo ese hormigueo laborioso
Se silencia al mediodía delante de los cuencos.
A esa hora de calor
Una pesadilla mil veces repetida
Engulle a la roca solitaria;
De lo alto de la peña se yergue el mástil de una vela
Y en medio de una mar tempestuoso,
Los vientos,
Arremolinando en torno suyo la espuma de las olas,
Sueltan un gran lienzo
Que se hincha, preñado de esperanza
Y la roca navega…




12

Cuando había sido olvidado tanto odio
Y en la negra noche la roca dormitaba…
Sus pasos sigilosos cruzan el puente,
Sobre un mar contenido,
Que junto con la brisa que dispersa
La humedad en las fortificaciones,
Son los únicos testigos de sus movimientos.
Adentro los ronquidos de los hombres de mar
En la atmósfera volátil de sus sueños
Que  cambia de color
Con la presencia inconfesable;
Manos de arena tapan las bocas saladas
Y los cuernos afilados sesgan sus cuellos.
Después las chilabas se alejan de allí
Y como sierpes reptan por las escaleras.
En sueños ven sus cabezas colgantes,
Que miran en cualquier dirección
Y aún continúan mandando aire
A unos pulmones que ya no lo reciben.




13

La roca es una tortuga
Sobre la cual han levantado una ermita.
El  viento la envuelve semanas enteras
Y la hace casi fantasmal,
Con su aspecto de caparazón habitado
Por sombras de otros tiempos.
Y los turbios ponientes,
Cuando el mar bate agrisado
Y miles de medusas rodean a la isla;
En esa hora terrible también
Los vivos y los muertos se congregan
Alrededor de San Sabino,
Y como si quisieran escapar por arriba,
Ya que el caparazón fue abandonado por la tortuga
Y yace encallado aquí desde tiempo inmemorial,
En lo alto de la roca oran,
Mientras abajo el mar bate.




14

La paz y el silencio
De un atardecer estival
Impregna la atmósfera africana de la isla
Y la rocosa montaña que vigila
Con su molino de viento, ya sin aspas.
El mar es ahora nada más
Que el cristal donde quizás mañana
Pueda el movimiento proyectarse azul.
En suspensión,
El polvo se cuela por las fosas
De aquellos que respiran con nostalgia
Y para quienes la luz del día no es ya
Más que el antecedente de la noche
Las paredes ya han sido levantadas
Sobre los abismos,
Pero el vértigo no conoce descanso;
Será necesario todavía
Levantar murallas hasta abolir la esperanza
Y cavar túneles sin denuedo
Para que una noche eterna
Se infiltre adentro de la roca.




15

Y sin embargo amanece cada día
Y en ese confuso instante del despertar
En que por última vez creemos lo que soñamos,
Los hombres se convierten otra vez en los niños que fueron.
¡Oh inutilidad
De las naves perdidas,
De las acciones nunca llevadas a efecto
Y de los sueños evaporizados
En la atmósfera mareante
De una borrachera temprana!
¡Oh pavor de la roca,
Pasiva por los siglos de los siglos!
Y sin embargo no tan femenina
Como para otorgar a los que la habitan
La ilusión de un orgasmo.


FINIS

© Ervigio Díaz Marrero, 1981