martes, 28 de marzo de 2017

Contra los amos del tiempo

Mural en un comercio del barrio de Prosperidad. AJR, 2014

¿A dónde van las horas robadas?  ¿De dónde salen las horas añadidas?

Por si no fuera bastante lío el tiempo en sí —¡el tiempo en sí!—, los que tienen en sus manos la manija se empeñan en demostrarnos que pueden manejarlo a su antojo.

Más allá de las nunca demostradas razones de eficiencia, no es descabellado pensar que el motivo principal de los cambios horarios estacionales sea una mera, reiterada, contundente exhibición de poder.

Alguien nos quiere hacer saber que "ellos" están ahí y, como Cronos, en cualquiera de sus reencarnaciones, pueden devorarnos.

Pero, aunque nuestros sentidos ya algo fatigados lo sufran, es tarea inútil.

El Sol y, sobre todo, la Luna —¡menuda es ella!— seguirán a su ritmo.

Y en la plenitud de la noche y en la sospecha del amanecer, seguiremos sintiendo que lo que de verdad nos importa no está al alcance de ningún instrumento de tortura.

Reloj modelo «corte de mangas». Gif tomado de acá.


(Tiempo des/contado, 29.03.17; 11:05)

lunes, 27 de marzo de 2017

Manchester frente al mar


¿Alguien puede atreverse, a estas alturas, a ilustrar la secuencia central de una película con toda  la parsimoniosa y abrumadora melancolía del adagio de Albinoni? Y una vez producido el atrevimiento, ¿quién es capaz de asegurar que el resultado, en el espectador de ojo despierto, pueda ir más allá de la pastosa sensación de estar siendo (estar siendo) emocionalmente manipulado con una mezcla de recursos retóricos a los que se les concede la condición de artísticos o poéticos por sí mismos?

Tengo para mí que de la respuesta a estas dos preguntas va a depender la opinión y el estado de ánimo del espectador de Manchester frente al mar, una película dura, incluso terrible, y frente a la que no caben, creo, medias tintas. A mí me emocionó. Aunque podría poner algún reparo a esta opinión, pero sólo a costa de ponérselo también a mis emociones. Que nada es descartable.

La secuencia a la que aludo más arriba, verdadero eje argumental de la trágica historia de culpa inexpiable que se cuenta, es estremecedora. Consigue que la majestuosa lentitud de la música, su invasión paulatina, combine a la perfección con un estallido insólito, aunque no inesperado, del argumento.

Y de esa mezcla —literalmente un incendio explosivo—surge la atmósfera que logra dar sentido, coherencia y ritmo a una historia narrada a través de saltos en el tiempo, con una gran contención interpretativa rayana a veces en la inexpresividad —pero que es la que corresponde a la tragedia del protagonista—, la acumulación algo repetitiva de motivos, una banda sonora bien medida, y tres o cuatro momentos muy brillantes que, junto con la soberbia, larga, inolvidable escena central, hacen de Manchester frente al mar una de las pelis imprescindibles de la temporada. Pero, eso sí, procuren verla en versión original.




viernes, 24 de marzo de 2017

Dado en Nueva York


 La inmensa soledad de la libertad.
Inmensa la libertad de la soledad.
Soledad la de la libertad inmensa.
De la libertad la inmensa soledad.
Libertad la de la soledad inmensa.
De la soledad la inmensa libertad.


Imagen: Lonliness Liberty Line
©by Carlos Ramos Núñez, 2017

martes, 21 de marzo de 2017

Ávidas pretensiones


Por mera coincidencia circunstancial, el llamado «Día de la Poesía» me pilla enfrascado en la lectura de Ávidas pretensiones, la novela-broma con la que Fernando Aramburu ganó en 2014 el Premio Biblioteca Breve y que dejé aparcada en su día para mejor ocasión. Que por fin ha llegado y, como diría el clásico, ¡la pintan calva! Ni tras un minucioso cálculo de posibilidades hubiera encontrado material más a propósito para festejar como se merece —repito: como se merece— una más de estas estúpidas festividades laicas de «los días de...», contra las que a menudo muchos despotricamos, por su carácter espúrio cuando no torticero o directamente mercachifle. Aunque luego, acomodaticios y contradictorios, nos sumemos, si no al sarao de lleno, sí a que prosiga la patulea. Y aquí paz y después gloria (Fuertes, por supuesto: ¡sombrerazo!).

Ávidas pretensiones es el ágil y burlón retrato de unas Jornadas Poéticas (con versal inicial) que algunos de los miembros más destacados del parnaso patrio celebran en un convento, y durante las cuales se ponen de relieve algunos tics y usos fácilmente reconocibles o sospechables de la mucha tontería en que a menudo aparece envuelta la facción poética de la tribu literaria.

No deja de ser curioso —pero sólo eso— que esta incisiva caricatura de la estulticia nacional en su vertiente literaria haya sido el preámbulo del mayor éxito de su autor, gracias a la excepcional Patria («Matria», más bien), sin duda una obra señera de nuestra narrativa reciente. Y es significativo que, con ser el tema y la intención tan diferentes, en Ávidas pretensiones y en su despliegue satírico comparezca el «estilo Aramburu» de cuerpo entero, con casi todas y las mismas armas retóricas: su peculiar asedio a la sintaxis, sus calificaciones alternativas, su prodigioso oído para captar rasgos coloquiales, la consideración del texto como un personaje más, el dominio de la intriga, la agilidad de los diálogos, etcétera.

Si alguna pega se le puede poner a la divertida y lograda sátira, al margen de su premeditado «tono menor», es que tal vez se quede algo corta en el retrato. Basta asomarse al patio poético nacional en este mentado Día de la Poesía, o recabar informaciones de sucesos recientes acaecidos en este o aquel simposio, encuentro, carrusel, descarga, maratón, mitin o batucada —que con todos esos o parecidos nombres se convocan actos tildados de "poéticos"—, para entender que, una vez más, la realidad es la ficción suprema. Y que resulta muy difícil ponerle puertas al campo. O al gato el cascabel.

Ávidas  pretensiones, por cierto, parece un buen eslogan para calificar ciertas operaciones poético-comerciales en curso, legítimas sin duda, aunque más bien obscenas por la doble o triple moral con que son planteadas. Maniobras postpoéticas nacidas en un campo sembrado, a golpe de tuits y likes, acaso con las mismas semillas sintéticas y trucadas de la posverdad. Aunque, como siempre, habría que pararse a distinguir voces y ecos, gritos y susurros, trigos y pajas.

Imagen: Fotografía de la cubierta de la primera edición de la obra. 
© Super Stock – Age fotostock

miércoles, 15 de marzo de 2017

La soledad de las vocales


Además de tener uno de esos títulos que a uno no le hubiera importado ganar en una timba, La soledad de las vocales (Ediciones B-Bruguera, 2008), del escritor gallego José María Pérez Álvarez, es una novela original y valiente, dura, ejemplar por varias razones. Y, finalmente, como la mayoría de las novelas, también olvidable. Está construida de forma casi versicular, pero en estricta prosa, alrededor de unos pocos motivos recurrentes, todos lo cuales giran en torno a una imagen central, obsesiva: la tristeza de las letras que se quedan solas, «huérfanas de sentido», en el letrero incompleto de una pensión llamada Lausana.


Con el telón de fondo de las pruebas de natación de unos juegos olímpicos y la mención expresa de modelos literarios bien precisos —Joyce, Kafka—, junto a otros que comparecen, por así decirlo, por desaparición —Queneau, Perec, incluso Filloy—, este relato poemático avanza a base de fragmentos escritos con lo que podríamos llamar una sintaxis líquida, por medio de frases construidas de forma similar a como pueden moverse las aguas de un estanque cuando sopla el viento. De ahí que sea una obra para leer en voz alta, dejándonos llevar por sus palabras tan rítmicamente acordadas: la belleza de la composición hace digerible el desfondamiento y negrura de lo descrito, que no son sino las peripecias monótonas de unas pocas vidas humanas azarosamente reunidas en un espacio común. 

Curiosamente, la mejor respuesta a la desazón que la negrura del relato me deja la encuentro en estos versos de Karmelo C. Iribarren que me salieron al paso mientras guardaba «La soledad de las vocales» en la estantería: «El amor, / ese viejo neón / al que aún / se le encienden / las letras».

El escritor José María Pérez Álvarez, retratado por Mani Moretón.
Foto tomada de wikipedia

martes, 7 de marzo de 2017

Momentos


Y ahora llega el momento
de decir que la vida
es una línea que avanza sobre el agua
y da quiebros inesperados:
por eso la queremos 
más que a nada.

                                 Y ahora llega el momento
de decir que la noche
es un pájaro negro que cruza sobre el mar
y da quiebros inesperados:
por eso nos conmueve
más que nada.

                                Y ahora llega el momento 
de decir que el silencio
es un trozo de hielo bañado por el sol
y lanza inesperados destellos cegadores:
por eso lo buscamos
y nos salva.

(Y ahora llega el momento
de callar.)


J. M. Whistler: Nocturne in blue and silver. Cremorne Lights (1872) 
Tate Britain, Londres.