martes, 3 de enero de 2017

Peldaños


(En homenaje a John Berger, 1926-2017)

Pues todos descubrimos,
donde acampa la muerte,
una escalera neutra.
Hay quien dice que sube 
                                      y otros hablan
de un descenso infinito.
                                     Lo probable
es que fluya por dentro de los hombres
un viento encadenado,
una especie de halcón
con blanquísimas alas de paloma.

Que por eso vivamos.

(«Donde acampa la muerte», fragmento. Esquinas del destierro, 1976)

Escanos na corredoira de Santo Estevo a Paradela, en Nogueria de Ramuìn, Ourense.
Foto © AJR, 2016.

sábado, 31 de diciembre de 2016

Señora del invierno


                                         Señora de lo sueños no soñados
                                         Señora de la lluvia que no moja
                                         Señora de la llama y la llanura
                                         Señora de los niños torbellinos

                                         Señora de los líquenes de luz
                                         Señora del desierto lleno de olas
                                         Señora de la tarde enfebrecida
                                         Señora de las lágrimas mugrientas

                                         Señora sonriente de los circos
                                         Señora de la nieve circuncisa
                                         Señora de los pozos interiores

                                         Señora del soslayo y del respingo
                                         Señora de los dedos y las sienes
                                         Señora de la miel en la alacena


Sirva esta letanía casi improvisada y provisional 
como saludo de fin de año para los visitantes de este blog. 
Y también como homenaje a Juan Eduardo Cirlot
cuyo centenario se ha cumplido en 2016.
Que 2017 sea un buen año.

Imagen: Winter Queen, by Aly Fell.



martes, 27 de diciembre de 2016

Palabras para Henar


Como es bien sabido, y más a medida que van pasando los años, las fechas casi por obligación alegres de la Navidad suelen tener un rastro triste: es el tiempo en que más presente se nos vuelve la ausencia de los que ya no están con nosotros. Y hay un momento especialmente doloroso al sentir esa falta: el de la primera Navidad sin alguien muy querido. Es lo que nos ocurre este año a quienes hemos tenido el privilegio de compartir días, ilusiones, palabras y ternura con Henar González García, amiga muy cercana y esposa de mi hermano Francisco, fallecida el día 16 del pasado noviembre en Valladolid.

Henar, psicóloga de formación, ha sido una persona entregada a su vocación pedagógica, con una intensa dedicación a la orientación de escolares en las etapas cruciales de su aprendizaje, y atenta siempre a las innovaciones que podían mejorar el rendimiento de los estudiantes y su bienestar general. Pero, además de una gran profesional de la educación, Henar fue, y lo será siempre en nuestro recuerdo, una persona alegre, sensible, detallista, llena de entusiasmo. Cualidades que se pusieron de manifiesto hasta límites en verdad admirables durante los tres últimos años de su vida, en los que quienes la conocimos fuimos testigos de cómo plantó cara a su grave enfermedad, con una tenacidad y un coraje que fueron y siguen siendo un ejemplo para todos.

De los diferentes momentos vividos en su compañía, además de algunas celebraciones familiares y de las jornadas compartidas, con ella y con Paco, en su domicilio de Salamanca, recuerdo con especial viveza los magníficos paseos entre los chopos del Duratón, en la casa familiar de Laguna de Contreras, donde varias veces disfrutamos de sus innegables dotes de anfitriona, su gran generosidad y una muy buena mano culinaria, siempre auxiliada por Paco en el apartado de los vinos y los tratos con los hornos pastoriles de los alrededores.

De esos días, por ahí bullen aún las divertidas conversaciones de sobremesa, donde no faltaban las bromas y chanzas propias de quienes han aprendido a tomarse la vida con el necesario, imprescindible, sentido del humor para que todo resulte más llevadero. O sus cálidas y tan útiles conversaciones con mi hija Clara, de la que siempre estuvo tan cerca. O los juegos con Riky –el caniche que la acompaña en la foto que le hizo Sagrario en Laguna– y con Pancho, que en su mundo de disputados olores caninos hicieron buenas migas.

Brilla de forma especial en mi recuerdo una tarde-noche del mes de mayo de hace unos pocos años, tal vez en 2011, en la que compartimos una función del Cirque du Soleil, en Madrid, un espectáculo que si a todos nos fascinó, a Henar le puso un brillo en los ojos de verdad inolvidable. Son todos esos y otros muchos momentos, junto con la gran valentía vital de sus últimos días,  los instantes que no se perderán mientras tengamos capacidad de recordar.

Hoy, 27 de diciembre de 2016, Henar habría cumplido 51 años. Estas palabras, además de una evocación llena de cariño y una forma de encontrar consuelo en la tristeza, quieren ser una señal de reconocimiento y homenaje a una gran mujer. Y van envueltas en un abrazo fraternal para quien hasta el último momento de lucidez supo acompañarla en tan difícil viaje.

Querida Henar: ha sido un privilegio haberte conocido. Gracias por tu valentía y por tu entereza. Descansa en paz más allá de donde se oculta el sol. 

jueves, 22 de diciembre de 2016

Diván de Navidad


Tiene la Navidad su propia luz.
 La propia luz tiene su Navidad.
Tiene la Navidad propia su luz.
Su luz tiene la propia Navidad.
Tiene su Navidad propia la luz.
 La luz tiene su propia Navidad.

                                                                   (Da diván a la Navidad - Navidad diván)


Sirva este dado, que vino a caer sobre el tapete casi sin querer, 
tal si se hubiera desprendido del árbol del invierno, 
como felicitación para estas fiestas, 
en las que tantas formas de diván, 
y para lo más diversos usos, suelen estar presentes. 
Que conste, sin embargo, 
para evitar la fácil interpretación psiquiátrica 
a que pueden inducir estos juegos, 
que el «diván» del título tiene ante todo el valor 
de un género literario 
y que su apuesta principal bien puede formularse así: 
«Que la luz de los días felices no se apague nunca».
  
¡Feliz Navidad!

Imagen: Reconstrucción ideal del salón de lectura de La Posada a la luz del invierno.
Foto tomada de aquí

lunes, 19 de diciembre de 2016

El año en que fui Fidel Uriarte


Acabo de enterarme, por la radio, del fallecimiento de Fidel Uriarte, uno de los mejores jugadores de la historia del Athletic de Bilbao. Junto con José Ángel Iríbar, con el que compartió el día del debut en el primer equipo de San Mamés, fue mi héroe favorito en el club de fútbol del que he sido y sigo siendo forofo. Aunque tengo que recurrir a la memoria en línea para precisar algún detalle, recuerdo bien aquella temporada de 1967-68 (en mis 13 y 14 años) en la que Uriarte, reivindicando la herencia del mítico Telmo Zarra, se convirtió en el máximo goleador, el pichichi, de la Liga española, con 22 tantos, cinco de los cuales los logró en un sólo partido, contra el Betis, el 31 de diciembre de 1967..., en unos días hará 49 años (¡casi na!).

Aquel año, en el internado de los agustinos de Salamanca, formé parte de uno de los equipos del campeonato interno del colegio. Dentro de la variopinta indumentaria con que solíamos equiparnos, claro antecedente de la marca Desigual, recuerdo que me las apañé para fabricarme, con algún tipo de plástico o tela, un 1 y un 0, quizás de color verde, que cuidadosamente (o como pude) cosí o pegué en la pernera derecha de mi pantalón de deporte, este sí, seguro, de color negro, como el del Athletic.

El gesto era un claro homenaje imitativo del puesto y el número, el 10, con el que solía jugar Uriarte, aunque me parece que en ocasiones puede que él llevara el 8 a la espalda, intercambiando su condición de interior zurdo por la misma posición en el flanco derecho del ataque. Las alineaciones de aquellas y cercanas temporadas lo sitúan en ambos lados, bien integrando el quinteto formado por Argoitia, Estéfano, Arieta II, Uriarte y Rojo o Lavín, bien en la quizás más espectacular delantera compuesta por Argoitia, Uriarte, Arieta II, Clemente y Rojo. Alineación esta última que aún me baila en la memoria, sin duda porque fue la que ganó la Copa del Generalísimo de 1969, frente al Elche de Asensi. Se completaba con Iríbar, Sáez, Echevarría, Aranguren, Igartua y Larrauri.

En todo caso, la huella de aquel 10 en mi pantalón es la más memorable ocasión que recuerdo haber vivido en primera persona en un campo de fútbol.. Quizás sólo comparable a la tarde feliz e irrepetible en la que, para entonces jugando de portero, logré completar lo que las crónicas de la prensa deportiva solían describír como «una muy brillante actuación», incluida la parada de un penalti. Tiempos de gloria deportiva. Que nunca más volvieron. Pero en aquella temporada del 67-68 mi mayor aspiración era la de parecerme a Uriarte. Y supongo que en más de una ocasión me soñaría a mí mismo en alguno de esos gestos prodigiosos con los que el león de Sestao era capaz de cabecear el cuero hacia lugares donde el portero nada podía hacer para evitar el gol.


Haciendo cálculos, caigo en la cuenta de que Uriarte, que ha muerto a la temprana edad de 71 años, tenía sólo 9 años más que yo. Un lapso temporal que, visto ahora, me parece por completo irreal, y que, al tiempo que me estremece, me pone, una vez más, cara a cara frente a la perplejidad: qué extraña materia no será la del tiempo para que tan diferente y relativa nos parezca su naturaleza.

Descanse en paz el admirado deportista, al que le debo un montón de ilusiones y la intensa emoción de un año entero.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Gesto

Cuca Arsuaga: Vuelo de cigüeñas. Acuarela y tinta. Tomada de aquí.
Cortesía de la autora.

                                                          (Hacia el invierno)

Corresponde este gesto a la palabra
que se fue diluyendo
y que no vuelve
cigüeña sobre el mar bajo la lluvia
a posarse en el nido.

No es la melancolía de la noche
ni el hilo que la vida apenas tensa
entre días y horas, pasos, rostros,
la voz que se enmascara. 
                                           
                                               Como antenas
abiertas al espacio aire al aire—,
la mano deja tímidas sus huellas.
Y en un rincón del día que ya ha muerto
la duda está peinando su cadáver.

Estar aquí y alzar a vuelapluma,
esperando el regreso de los pájaros,
el gesto y la canción del resistente.


                                                               (Levedades)

lunes, 12 de diciembre de 2016

La ruta natural (2)


—¡Sé verla al revés, sé verla al revés!
En el asiento trasero, Ana no dejaba de chillar mientras, con los prismáticos dados la vuelta, miraba por la ventanilla el paisaje que se perdía al fondo del barranco, en la orilla opuesta del mar.
La carretera se había ido estrechando y las curvas eran cada vez más cerradas. Tenía la sensación de estar recorriendo un zigzag interminable.
En una de las revueltas, frente a las ruinas de lo que parecía una antigua abadía, vimos a un monje que le estaba dando de comer a una zorra. Parecía arroz. Más adelante, la luna se anuló tras una nube. Del onagro y su órgano, puro brillo imaginario entre las sombras, mejor ni hablar. 
—Juraría que ya hemos pasado por aquí —acerté a decir mientras sentía crecer el vértigo.
Ana, en cambio, cada vez más excitada, no paraba de gritar:
—¡Al revés y sé verla, al revés y sé verla!
Fue entonces cuando comprendí que «La ruta natural» era una trampa sin salida. Pero ya era tarde para emprender otro camino.

Imagen: Dunluce Castle, en Irlanda del Norte. © AJR, 2009.