viernes, 1 de abril de 2016

Liebre de abril


ARBIL SONRÍE, REÍR NOS LIBRA.

(AJR: 5:23; Palíndromos ilustrados, XLVIII)


Ilustración © Yaelumba.

jueves, 31 de marzo de 2016

La música de las esferas

La asociación entre música y astronomía se comprende bien con sólo levantar los ojos hacia el cielo en una noche estrellada. O, también, considerando la figura de algunos personajes de la historia como William Herschel, compositor y astrónomo, al que se debe, entre otros hallazgos, el descubrimiento del planeta Urano y de algunos cuerpos celestes tan prodigiosos como la Nebulosa del Velo. A media tarde, un tuit de la revista Muy Interesante ha llenado de belleza mi espacio de trabajo y las pantallas de la Posada. Enseguida he pensado qué interesante podría ser, también, ver estas imágenes acompasadas con la música de Herschel. Como suele ocurrir desde que Internet conforma el mundo, no tardé en comprobar que ya alguien lo había pensado antes. Aquí queda constancia de ello. Con un infinito agradecimiento por tanta belleza.




miércoles, 30 de marzo de 2016

Levedad


No te diré mi nombre
para que no te asustes.
Para que no estés triste
cantaré para ti.
Mi canción es sencilla
como un barco chiquito
que ni siquiera sabe
que sólo es de papel.
No tengas miedo nunca.
Pero si tienes miedo,
toma mi mano, aprieta
tu mano junto a mí.
Yo soy la que podría
curarte de la vida.
Pero a mí ¿quién me cura?
También yo sé temblar.
Yo soy el que vigila
tus ojos cuando duermes
y estoy junto a tu cama
en cada amanecer.
No te diré mi nombre,
quizás tú ya lo sepas.
Los dos sabemos tanto…
¡Ahora toca vivir!

Procedencia de la imagen: © Paula G. Furió



Rescatado de los Arcones de la Posada.
Primera publicación: 8 de mayo de 2009; 22:51.  Hora de verano de Europa Central.

martes, 22 de marzo de 2016

Al azar del viento



Frutos
Recogí contigo los frutos del azar.
Contigo del azar recogí los frutos.
Los frutos contigo recogí del azar.
Frutos del azar los recogí contigo.
Del azar contigo recogí los frutos.
Azar del contigo los recogí frutos.


Hojas
Lo que la gente llama casualidad.
Que la gente lo llama causalidad.
La gente lo llama que casualidad.
Gente que lo llama la causalidad.
Llama lo que gente la casualidad.
Casualidad la gente que lo llama.

                                      


Imagen, de autor no identificado, tomada de aquí.

sábado, 19 de marzo de 2016

Una hora, todas las horas

Luz apagada
la Hora del Planeta
en la Posada.

Un años más, sin otra convicción que la de creer aún en el poder de los símbolos para avivar la consciencia, en la Posada nos unimos a esta iniciativa global que al menos debería servir para poner en primer plano nuestra responsabilidad, individual y colectiva, en la salud de la Tierra. 
Curiosa coincidencia que el Día del Padre sea en esta ocasión el elegido para acordarnos de nuestra Madre.

jueves, 17 de marzo de 2016

La tos


Mientras trato de leer un artículo que apela a una muy peculiar concepción de la belleza, sufro un golpe de tos que conmueve todo mi edificio corporal, desde los cimientos a la azotea, con especial repercusión en las cajas interiores, ascensores, conductos de suministro y desagües. Esta experiencia de la tos es conmocionante, incluso conmovedora. En su advenimiento, quizás porque la expectoración remueve a fondo limos arraigados, se produce un a modo de vaho que huele, claramente, a enfermedad. O, con más exactitud, a atmósfera oprimida. Gases aprisionados por sus moléculas más pesadas que, además de lastrarles la volatilidad, hacen que se fijen en zonas corporales rastreras, donde se mezclan con todo tipo de residuos. Todo lo que en el cuerpo es resultado de las imperfectas combustiones. O también, lo que la alteración del proceso industrial del buen funcionamiento del edificio produce como resto no asimilado ni asimilable, pura filfa con su hedor gratuito. Y, sin embargo, en esta experiencia mórbida de la tos convulsa hay también un atisbo de realidad superior, cierto camino al trance. Ecos, tal vez lejanos pero sin duda existentes, de un movimiento derviche que traen a la memoria, y al paladar del alma (nada menos), una pizca del sabor de la melopea mística y la textura olorosa de un vuelo de incienso, sin duda algo rancio, pero todavía penetrante. Un aroma que se apodera de las papilas y los poros y, antes de que haya podido darme cuenta, me recuerda que ya está a punto de comenzar, en un nuevo ciclo del carrusel cada vez más vertiginoso, la semana de pasión. 

(Tiempo contado, 17 marzo 2016, 10:04 h)


Imagen superior, de autor desconocido, tomada de aquí. 
El supuesto parecido con un retrato infantil de Íñigo Errejón es infundado.

lunes, 14 de marzo de 2016

Rumores infundados

Cercanías del mar (Menor). ©  AJR, 2014.

Podría decirse, por la luz, que ayer fue el primer día de la primavera. Aunque la noche fría, casi heladora, lo desmintió. Como se ve, también en la naturaleza hay rumores infundados. 
Estas observaciones nos reconcilian con el deseo de entender la vida en todos sus extremos. Y no sólo desde el punto de vista humano, demasiado humano. Porque todo ocurre de la misma manera y sólo las variaciones pueden dar cuenta de lo que podemos aspirar a comprender.

(Tiempo contado, 14 marzo 2016, 11:41)

jueves, 10 de marzo de 2016

Lætitia Jarry


Si yo digo que tenemos una reina que no nos la merecemos, ustedes pueden entender lo que les plazca. Aquí, donde cae la hojarasca. O en la corte monegasca. Como prefieran. Pero lo que sí es real del todo es que tenemos una reina a la que no acabamos de comprender bien. O que quizás no sabe explicarse, por más que sea, haya sido, una profesional, y acreditada, de la comunicación. Veamos, por ejemplo, esos eseemeeses que ha desvelado el diario.es y en los que doña Lætitia da pruebas de ser poseedora de un estilo entre naif y acanallado en las distancias cortas expresivas, también entre cursi y campechano, cuando se trata de mandarle su apoyo de colega a un al parecer buen amigo de juventud, además de, según cuentan algunas crónicas, cómplice necesario para que ciertas citas premonárquicas se lograran y se mantuvieran en la intimidad. Nada del otro mundo. Ahora bien, lo que más llama la atención en su texto son esa «mierda» castellana y, muy especialmente, el «merde» francés, que brillan como joyas léxicas en pleno centro de los mensajes. Sospechábamos que Lætitia no es ni podrá ser nunca una reina convencional. Pero pocos han caído en la cuenta de que lo que en verdad está haciendo aquí la soberana es citar nada menos que a Alfred Jarry, quien en su Ubu Roi, precisamente, rompió con todas las convenciones teatrales e hizo que un actor se adelantase hacia el público, y mirándole fijamente a los ojos, lanzase aquel «MERDRE!» que todavía resuena en la dramaturgia occidental. La reina, que es persona cultivada y, según cuentan, bienhumorada, sin duda estaba pensando en Jarry y se puso, expresivamente, en jarras. Lo suyo no era tanto un chatear a la patalallana como hacer un puro ejercicio de patafísica. Y eso es todo.

Caricatura tomada de aquí.

lunes, 7 de marzo de 2016

Yo estrené mi juventud (aunque hace ya tanto...)


Al conocer la muerte de Francisco García-Salve, más conocido como «Paco el cura», inevitable y melancólicamente me he acordado de este libro, Yo estrené mi juventud, el primero y único que leí de él, en los años de Salamanca, en el colegio-seminario de San Agustín, supongo que hacia 1967 o 1968. No recuerdo apenas su contenido, pero sí que su tono me pareció entonces muy moderno en relación con otros «libros de formación» de la época. Y que debía de estar en sintonía con los tiempos de aggiornamento (es paradójico cuánto ha envejecido esta palabra) que se vivían entonces en la Iglesia. Aires nuevos que, en buena medida, fueron los responsables del cambio ideológico que a partir de los años sesenta y setenta fue extendiéndose entre buena parte de los jóvenes que fuimos educados en la más estricta ortodoxia de una España en la que la Iglesia y sus estructuras educativas eran casi la única vía para acceder a la cultura, a través de una enseñanza que, pese a todas sus constricciones, tenía la virtud de que no impedía la capacidad de reflexión (ni de construir frases subordinadas).

En lo poco que recuerdo de esta obra, tal vez muy comparable a ciertos manuales de autoayuda que hoy tienen tanto éxito, el mayor acento se ponía sobre una especie de entusiasmo vivificante (ese era, creo, el adjetivo): un ejercicio de alegría basado en el mensaje del amor de Cristo que, a diferencia de otras ideas dominantes y castradoras, además de a menudo terroríficas, estaba planteado en sentido positivo, incluso eufórico, tal como indica la propia ilustración de la cubierta del libro.

Al lado de las enseñanzas que por entonces se nos inoculaban con rigor minucioso, en este y en otros libros similares, de autores como José María Cabodevilla o Michel Quoist, muchos adolescentes de aquella época encontrábamos algo distinto que nos resultaba muy atractivo: un tono en el que, frente a la terrible negritud de obras como Energía y pureza,  quizás el mayor tratado de sadomasoquismo que haya leído nunca (lo dice alguien que en su juventud posterior fue lector de Sade y de Sacher-Masoch), nos acercaban una cara amable de nuestra fe de entonces y, en ese sentido, nos ayudaban a sentirnos menos desgraciados. Y estaba, además, el estilo: un lenguaje de cierta calidez, apoyado en un tono directo y en metáforas estimulantes que incluso podían parecernos provistas de calidad literaria.

No sé hasta qué punto en esta obra de su etapa como pedagogo jesuita estaba ya presente algún atisbo del acento social y comunista al que García-Salve dedicó el resto de sus días, al parecer sin entrar nunca en contradicción con los fundamentos de su fe, salvo en lo tocante a los dogmas jerárquicos. Tal vez no fuera un asunto cuyo estudio esté carente de interés. Y más en estos tiempos en que la confusión ideológica no solo es notable sino que a menudo resulta difícil saber de qué se está hablando cuando se habla de ideología.  

Esta mañana, cuando la cita diaria de la muerte ha subrayado, entre otros, el nombre de García-Salve, en alguna zona de mi disco duro se ha encendido la frase que encabeza este post. Y con ella, esta reflexión inacabada y algo perezosa sobre un asunto que, si bien puede que no sea del todo indiferente a los asuntos que hoy se dilucidan en el debate (y combate) ideológico, de forma inevitable se consuma y se consume en la consabida pero inevitable conclusión del tempus fugit. Y cómo.

viernes, 26 de febrero de 2016

La red sideral


Al volver sobre sus pasos vio que las palabras, desprovistas de cuerpo y liberadas por fin de toda función significante, le hacían guiños a través de su punto de fuga como si lo invitaran a elevarse en el aire y a sumarse a su danza en la red sideral...

y la red isderal ne azna dusa a esra musa yeria el ne es rave le ana rativ ni oliso moca gufe dotnu pused sevarta soñi ugna icahel etna cifingis noic nufa doted nifrop sada rebil yo preu ced sat si vorp sed, sarba lapsale uq oivso sap su serbos rev lov la

y la red sideral zen anda a sua erasmus yeriale el enrevás elea varatini oli so moca gufe donut pus de sevar tao si ñungaí cha telena cifingis no cinufa doted finpro sada rebil yo pure cedsat si vorp sed sarbal aplasque oviso pas suserbos vervolla

Για βήματά του, είδε τα λόγια, στερείται σώματος και κυκλοφόρησε μέχρι το τέλος όλων των σημαντικών καθηκόντων, έκλεισε το μάτι μέσω του σημείο φυγής του, σαν να καλούνται να αυξηθούν στον αέρα και να ενταχθούν χορό της στο αστρικό δίκτυο

шақырылған болса, онда дененің айырылған және барлық маңызды функциясы соңына қарай шығарды, ол сөздерді көріп, оның қадамдарын қайталау үшін, ол ауада көтеріледі және жұлдызды желі, оның биі қосылуға оның жойылып нүктесі арқылы подмигнул

追溯他的脚步,他看到的话,缺乏身体和所有显著功能月底公布,他通过其消失点眨了眨眼,仿佛受邀在空气上升,加入她的舞蹈恒星网

Al vol verso bresus pas os vi o quel aspa labras des pro vistas de cu erpoy libera das por fin de toda función significante, leha cían guiños a travésde supunto defu gaco mosilo in vita rana el evarse en ela ire ya sumar sea su danza en la red sideral.

Y así say...

Luna llena y murales frente al viejo Foro de Carthago Nova. 
Foto © AJR, 2015.

martes, 23 de febrero de 2016

El 23-F, siete lustros después

La escalera del Palace en la noche del 23-F. Foto © Ricardo Martín.
Siete lustros después, frente a la pantalla gigante del cine Capitol, donde El País nos ha invitado al estreno de un documental que narra cómo se vivió en el periódico «la noche más larga de la democracia», la sensación que se me impone sobre todas las demás es esta: parece mentira que haya pasado tanto tiempo, ¡nada menos que 35 años!

Y es esa misma punzada, acerada por la contraposición física entre el antes y el ahora, la que sobrevuela la sala, casi al final de la proyección, mientras pasan los títulos de crédito y junto a fotogramas fijos de las personas que han reconstruido con sus testimonios la historia, la mayoría de ellas empleadas del periódico, pero también diputados presentes en el hemeciclo (Bono, Landelino, Margallo...), un alto militar, algún guardia civil, camareros del Palace, entre otros; al lado mismo, como digo, de esos planos fijos de los testigos (y testigas, que diría Chus Lampreave) se proyectan fotos suyas de aquel año. Imágenes que de forma inevitable señalan el paso, peso y poso de toda una vida. Y revelan, con toda su viva crueldad, las heridas del viaje. 

Creo que hacía cinco años que no me había vuelto a acordar, o apenas, del aniversario del que quizás sea el segundo hecho político más determinante del que guardo memoria (el primero, cómo no, fue el Óbito). Será el hechizo de las cifras redondas. Es probable que esta vez, de no mediar la iniciativa de El País, tampoco le hubiera prestado especial atención. En la cola de acceso al cine se voceaban, sin demasiada convicción y mientras Juan Luis Cebrián se apresuraba a subir a un lujoso automóvil, ejemplares de la edición que El País sacó a la calle aquella noche y que, como el documental citado subraya, también contribuyó a que la aventura de Tejero acabara convertida en una bufonada, aunque bien pudo ser una tragedia. 

En el documental, ese carácter casi sainetesco de la intentona queda de relieve con el ameno testimonio de Miguel Ángel Aguilar, tal vez el más distendido e inteligente de todos, junto con el de Bonifacio de la Cuadra. Con su particular manejo de la ironía, Aguilar narra cómo le propuso a un colega sorprender con una zancadilla a uno de los guardias civiles, para reducirlo, quitarle el arma y gritarle al coronel golpista: «¡Ríndete, Tejero, que han llegado los leales!».  Me hizo también ilusión (no sé si es la palabra exacta) ver y oír las precisas explicaciones del periodista Fernando Orgambides, antiguo colega del Johnny y de la Facultad de Ciencias de la Información.

En esta ocasión, además de volver  a revivir la incertidumbre y el miedo de aquellas horas, en las que en algún momento Sagrario y yo hablamos de marcharnos a Neuss, en Alemania, donde vivía toda su familia, he vuelto a caer de bruces sobre la foto de la escalera del Palace (arriba). Estaba proyectada a toda pantalla cuando entramos en la sala. En ella se ve a un grupo de periodistas y fotógrafos completamente entregados a la lectura del único periódico que salió a la calle en aquella horas (el Diario 16 lo haría bastante después, cuando la cosa estaba más o menos clara). Un periódico cuya portada, con una ambigüedad calculada, incluso desde el punto de vista tipográfico, anunciaba: «Golpe de Estado: El País con la Constitución». 

Desde hace años, en relación con esa foto me persigue una duda que tampoco en esta ocasión he podido despejar: la de si la persona con barba que aparece sentada hacia la mitad de la escalera, a la derecha (según se mira), es o no Ángel Luis Fernández, periodista talaverano, viejo amigo, muy cercano en la época en que ambos éramos estudiantes (incluso compartimos piso). Y fallecido de cruel enfermedad pocos años después. La foto ha sido documentada de forma minuciosa, como puede comprobarse en esta página, pero esa persona, que podría ser mi viejo amigo, continúa sin identificar.

Confío en que no tengan que pasar otros siete lustros para salir de dudas. Aunque, ahora que lo pienso, no sería un mal síntoma el poder seguir recordando, para entonces, aquellos tiempos que ya hoy nos empiezan a parecer remotos. Estaríamos nada menos que en 2051, mañana mismo como quien dice... 

sábado, 20 de febrero de 2016

Los días con Pancho

Pancho en Los Narejos, verano de 2014. Foto © Ángela Pinto.
No necesito hacer grandes cálculos para llegar a la conclusión de que Pancho, el perro de La Posada y mascota de la familia, es el ser vivo con el que más tiempo he pasado en los últimos quince años. Son los que él cumple precisamente en este 20 de febrero. Una edad que, si fuéramos a hacer caso de esos cálculos que tratan de encontrar equivalencias entre la vida del ser humano y la de otros animales, lo retrataría como un anciano más cercano a los ochenta que a los setenta. Lo que, sin ser del todo descabellado, no se corresponde con su todavía buen aspecto general, una elegante y hasta coqueta madurez, si bien no carente de achaques y de claros y latosos síntomas  de un lento pero perceptible declinar.

Si digo que Pancho es una de las mejores cosas que nos han ocurrido a la familia en este tiempo, puede parecer que estoy exagerando. Puede que sí. Pero también estoy diciendo la verdad. O no del todo: porque si algo tenemos claro a estas alturas –y seguro que quienes compartan su vida con un can estarán de acuerdo– es que nuestro perro es uno más de la familia. O dicho de otra forma: somos los miembros de su manada. Así que hoy celebraremos la cifra redonda de los quince años de uno de los nuestros agradeciéndole la fidelidad y la alegría, quizás las dos palabras que primero se me vienen a la boca si trato de hacer un resumen de lo que Pancho significa y ha venido siendo en estos años. Dos palabras a las que puedo añadir, a modo de pinceladas biográficas y en claro homenaje a tan buen como extraordinario amigo, algunos párrafos más.  

Pancho, un mestizo de yorkshire terrier, tal como lo definió el veterinario en su cartilla de identificación (el DNI canino), llegó a la familia desde Segurilla, su lugar de nacimiento, el 5 de abril de 2001, como regalo de cumpleaños, también familiar, vía María y Jose, para Clara, mi hija. Yo nunca había convivido con un perro, sí con varios gatos (Morito, Voyou, Sugar…), en diferentes momentos y circunstancias, y tenía una gran admiración por la elegancia e independencia felinas. Así que en principio no era muy de perros. De hecho, creo que si me hubieran pedido opinión previa, hubiera puesto algún reparo.

Pero lo cierto es que Pancho me ganó desde el primer momento. Para ser exactos, desde la primera noche: como no cesaba de llorar en el rincón algo apartado que le habíamos asignado en la casa, acabó durmiendo en la alfombra de mi lado de la cama, aferrado a mi mano, que en aquel momento debió de ser para él lo más parecido al calor perdido de su madre. Es probable que esa experiencia marcara nuestro destino en común.

Los acompañantes de perros (iba a escribir «dueños», pero conviene llamar a las cosas por su nombre) podemos ser muy pesados describiendo las mil y una cualidades que adornan a nuestras mascotas. Fidelidad, gracia, sensibilidad, listeza… son algunas de las palabras que suelen oírse en boca de quienes cuentan y no paran. Todas son ciertas en el caso de Pancho. Así que me las ahorro. Sólo me detendré en destacar lo que puedo definir como el principal rasgo de su personalidad: un carácter fuerte, que se demuestra tanto en la apertura de miras y la valentía con que se relaciona con el mundo,  como en la aguerrida manera con que defiende su comida, sobre todo si cree que alguien  puede disputársela. Y hasta en cierta tozudez o incluso empecinamiento en no obedecer algún tipo de orden; verbigracia, la de que suelte algún «tesoro», comestible o no, encontrado en la calle. Aún conservo en mi mano derecha, por encima del pulgar, una mínima cicatriz que es huella de un intento de quitarle un hueso que me pareció que podía dañarle.

A vueltas con el nombre
Ese carácter franco y valeroso se puso de relieve de forma tan temprana que cuando el veterinario nos preguntó el nombre del animal, no dudé en añadir al «Pancho», que había decidido sin posible réplica Sagrario, un «Valiente» a modo de apellido, y así figura en su cartilla. De buena gana hubiera incorporado también, para completar la filiación, un «Orejudo», como rasgo evidente de fisonomía. Pero tampoco quería que el galeno de canes me tomara, además de por un excéntrico, por alguien redundante. Lo cierto es que todavía hoy  a los niños que me preguntan «cómo se llama el perrito» suele decirles que Pancho Valiente Orejudo. Y, por lo común, le vuelven a mirar con muchísimo más respeto.

Ahora sé que Pancho no podría haber tenido un nombre más apropiado. Sagrario, una vez más, tenía razón. Pero yo durante algún tiempo, tal vez cinco o diez minutos, fantaseé con la idea de que se llamara Chéspir, mitad por indisimulada pedantez,  mitad por sonoridad. Lo de Valiente, lo confesaré también ahora, además de por lo del carácter, fue un intencionado homenaje  al poeta Valente, que tenía un muñeco que se llamaba Pancho  e incluso le dedicó un poema.

De cualquier forma, lo que está fuera de toda duda es que la “che” parecía como predestinada para Pancho. La primera vez que salió a la calle fuimos al parque de Berlín, y allí hizo su primer amigo: un perrillo eléctrico, de pelaje intensamente negro, con motas marrones en las patas y hociquillo punzante. Era un pincher. Se llamaba Pincho. Lamentablemente, le perdimos pronto la pista. Su dueña también era muy guapa.

Un can enciclopédico y filósofo
Cuando Pancho llegó a casa, yo iniciaba una nueva etapa profesional. Acabábamos de crear Letraclara, una pequeña empresa de servicios editoriales que se estrenó con una ardua tarea: la actualización de la enciclopedia Espasa en la que acabaría siendo su última y parece que definitiva edición. El trabajo, que realicé coordinando un equipo de excelentes profesionales, compañeros y sin embargo amigos, suponía nada menos que el chequeo y expurgado de los 70 suplementos (unas 80.000 apretadas páginas) que la venerable enciclopedia había ido publicando desde 1934, para actualizarlos y transformarlos en ocho manejables volúmenes que prolongaran la vida práctica de una obra que se había vuelto, además de obsoleta en muchos aspectos, del todo ingobernable.

Aquel trabajo, que realizábamos casi en cadena, me llevó a mantener durante algunos años un horario nocturno y solitario (ya lo hacíamos todo on-line), en un estudio cercano a mi domicilio. Y como para entonces, en la distribución familiar de turnos para sacar a Pancho a la calle,  se me asignó el de la noche, solía llevármelo al despacho. Y allí, dormitando entre suspirillos o roncando a pierna suelta (y con las dos en alto) sobre un cómodo sillón que convirtió en su cubil, Pancho asistió a todo el trabajo enciclopédico y a no pocas conversaciones –la mayoría de las veces por teléfono, pero también presenciales– sobre los más variados temas.

Doy fe de que en más de una ocasión, en pleno fragor de una charla de madrugada acerca de la conveniencia o no de incluir una biografía o sobre qué extensión darle a los hallazgos que se iban produciendo en Atapuerca, vi cómo Pancho levantaba unos ojillos muy espabilados, me miraba, no sé si con admiración o con misericordia, y después apoyaba la cabeza sobre las patas delanteras y adoptada una postura a lo Anubis en la que podía permanecer durante mucho tiempo. Más de una vez estuve tentado de pedirle consejo, como el que consulta a un oráculo. Incluso creo que alguna vez lo hice. De esos estados solían sacarle los distintos sonidos del ordenador, que acabó reconociendo con exactitud. Cuándo aún no se había iniciado la ráfaga de la musiquilla de Windows que marcaba el cierre de la sesión, Pancho ya había saltado de su sillón y estaba moviendo el rabo cerca de la puerta. En esas actitudes, unidas a la decidida defensa de su comedero, me inspiré para dedicarle unas coplillas, cuya estrofa inicial decía:
                                                   
                                           Mi perro es un gran filósofo,
                                           todo el día está pensando:                                        
                                           cuando no piensa en su pienso,
                                           piensa en el pienso de Pancho.

Las historias pendientes
Podría contar otras muchas cosas, un sinfín de anécdotas. Tal vez algún día lo haga. Hablar por ejemplo de las «charlas» de Pancho con su más antiguo amigo, Monty, un west highland white terrier con el que, sin hacer caso de viejas y humanas rivalidades (inglés frente a escocés), mantiene una relación muy cordial, convertida a estas alturas en una de las más sólidas amistades caninas de La Prospe, nuestro barrio madrileño, por el que hemos dado juntos tantas caminatas nocturnas.

O la terrorífica aventura del husky talaverano: tal vez el momento de mayor terror de la vida de Pancho, si se exceptúan los enfrentamientos con Túbal, el enorme perro lobo (¿o era un pastor alemán?) del quinto, de unas cinco o seis veces su envergadura, y con el que no solo no estaba dispuesto a compartir territorio sino que era capaz de hacerle frente, como ahora le pasa con Rocky, el setter del segundo. Y las relaciones con sus parientes caninos: Lucas, hermano de sangre, o Dimas, primo por parentesco diferido, al igual que Lúa y Riky, sin olvidar al indescriptible Lupo, que tenía alma y hocicos de simio, o a la pequeña y dulce Cleo, la última llegada a la gran manada de los Ramos y los Pinto y allegados.

En unas hipotéticas  memorias de Pancho no faltaría el recuerdo de los meses aquellos en los que gozó de cierta fama en las ondas, en su papel de perro de Farero, en el programa Hablar por hablar, en la época en que lo conducía Mara Torres. Ni la mención de los cuentos y poemas que ha protagonizado en algunos libros con los que todavía aprenden a leer los niños españoles. O las largas temporadas en el Mar Menor, las carreras por la playa, la desconfianza ante el rumor y el trasiego de las olas. O la marcada evolución en sus referentes humanos (la cambiante percepción del orden en la manada), que le ha llevado a convertirse, ya desde hace años, en la sombra de Sagrario, hasta extremos que parecen difíciles de creer. También en esto, somos amigos de aficiones compartidas. O, en fin, la curiosa, contradictoria, intensa relación con su verdadera dueña, mi hija Clara, que a estas alturas es la que mejor conoce todas sus intenciones y sus estados de ánimos (y viceversa). Y a la que, tras años de rivalidades y disputas, y sin que hayan cedido del todo, ha terminado por convertir en su mejor amiga.

Pancho es un personaje muy importante de la historia familiar y es una suerte poder seguir contando con su compañía. Ahora ya no está tan a menudo conmigo en el lugar donde trabajo, pero seguimos compartiendo madrugadas en las que, con la casa en silencio, le gusta venir, pasito a paso y algo desorientado, hasta el salón, a ver qué hago. Y se tumba a mi lado y me mira como preguntándome si también a mí me parece que este invierno está haciendo un frío más raro que nunca. Y luego suspira un poco, se hace un ovillo y se duerme.

Día de Viento en el Puente de Hierro, en Talavera. Con Clara y Pancho, en 2007.

jueves, 11 de febrero de 2016

Bifurcaciones (2)


Bendita dispersión, cuánta alegría
siembras en el alfiz de la mañana:
miles de puertas sobre el día abiertas
y un vendaval de olores en el aire.
Si no fuera la nube que se cierne
con su sombra de duda sobre el campo...
Si no fuera la noche, que es inmensa
y puede devorar el día entero.
Grávida de mil vidas, esta vida
tan delicada, tan fugaz, tan poca
cosa que apenas da tiempo a decirla,
es cuanto tengo: mi único tesoro,
la barca que se inventa su derrota,
el sinsentido que todo lo explica.
Bendita dispersión: el viento pudo
llevar contigo la semilla al mar.

(Este poema es el envés de este otro publicado hace unos días).

Ilustración:
Mandala esotérico, con sus 14 círculos
girando en torno a un universo interior.
Tomado de aquí.

martes, 9 de febrero de 2016

Por los pelos

©Javier Zabala, 2014.

A la realidad no hay por dónde cogerla, es inaprensible. Entre otras cosas, porque estamos inmersos en ella, somos parte de ella, nos rodea por todas partes. Y no puede haber nada más inútil que el intento de salvarse de un hundimiento tirando de la propia cabellera, si es el caso y uno conserva algo de la osadía del barón aquel. Pero por algún sitio hay que empezar. Cada día. Hacerlo in media res no es sólo un buen método, narrativamente hablando, y de eficacia probada, sino que tal vez sea el único modo posible. Aunque la capacidad humana para actuar como si no nos diéramos cuenta está tan enraizada en nuestras costumbres, que incluso podemos sopesar la posibilidad de que realmente no nos demos cuenta.  Casi seguro que es por eso, y por buena educación, por lo que suspendemos o aplazamos la perplejidad en que nos sume a menudo el trato con el mundo. Y día a día sobrevivimos a esa extrañeza, tan cautivadora. Casi tanto como el uso abusivo del plural, nada mayestático y sí muy egotista, pues seguramente lo único que subraya es nuestra radical incapacidad para estar solos. 

(Tiempo contado, lunes, 8 feb 2016, 11:55 am)

Ilustración de Javier Zabala para Las aventuras del barón Münchausen, de Nórdica Libros. Publicada con permiso del autor.

jueves, 4 de febrero de 2016

Goyas en telegramas (guau, guau)

No es Truman, sino su hija. Pero también apunta maneras.
No ha sido este una año en el que haya podido prestar la atención debida al cine español. De hecho, aún estoy a la espera de poder ver algunas de las películas que optan a los grandes premios. La de Coixet, por ejemplo, a la que persigo a la peli sin suerte desde hace meses. Pero no quiero romper con una tradición de La Posada. Así pues, sin preámbulos ni apenas comentarios, más bien telegramas, aquí va mi quiniela anual de los Goya. Que gire la ruleta. Y a ver qué pasa.

Goya de honor: Mariano Ozores. Un premio a un apellido, a una gran saga. Y a una fuente permanente de trabajo.

Mejor película: La novia. Una apuesta estética, sugerente desde el punto de vista escenográfico, con poderío visual. Y la palabra en gracia de Lorca. Aunque con exceso de cristales, algunos tiempos muertos, varios ringorrangos y desiguales interpretaciones.

Mejor dirección: Cesc Gay, por Truman. La que más me ha gustado de la cosecha anual. Una delicada y firme manera de mostrar que la vida es una conversación pendiente. No sería injusto que ganara también el de mejor película. 

Mejor actriz protagonista: Inma Cuesta, por La novia.  Grande Inma, belleza rotunda. Y trágica. Tiene rivales de prestigio internacional (Binoche, Penélope), pero intuyo que se acabará imponiendo. 

Mejor actor protagonista: Ricardo Darín, por Truman. Otro gran papel del que tal vez sea el mejor actor hispánico de un momento que ya dura una década. O dos. Cualquier otro resultado sería sorprendente.

Mejor guion original: Cesc Gay y Tomàs Aragay, por Truman. No era fácil contar con equilibrio y eficacia esta historia. Lo han conseguido. Desde el abrupto principio hasta el delicado final. (Ojo al dato, que decía aquel: será, creo, la primera vez que un premio Goya dos, si se cuenta el siguiente sea entregado por un premio Nobel. Aunque don Mario bien podría acudir cualquier día en calidad de nominado. Y no sólo en plan estrella consorte. Y con suerte. Si no, al tiempo).

Mejor guion adaptado: Fernando León, por Un día perfecto.  Sus diálogos, una vez más, son simplemente perfectos. Cada palabra en su sitio.

Mejor actriz de reparto: Elvira Mínguez, por El desconocido (o Luisa Gavasa, por La novia). La escuela de actrices española: un manantial que no cesa.

Mejor actor de reparto: Javier Cámara, por Truman. Porque no hay goyas ex aequo, que si no... Darín-Cámara, con su canto a la amistad, son la pareja perfecta.

Mejor actriz revelación: Irene Escolar, por Otoño sin Berlín. Para que se alegre mi colega Manuel... Aunque Antonia Guzmán, la abuela candeledana de Daniel Guzmán, a sus 93 años, marcaría un hito. Ella es el gran acierto de A cambio de nada.

Mejor actor revelación: Miguel Herrán, por A cambio de nada. Naturalidad, como si nos lo acabáramos de encontrar en la calle. Curiosamente, su principal rival será el director Fernando Colomo en su Isla Bonita (en la que, por cierto, se ha revelado también como actor el publicista Miguel Ángel Furones, viejo amigo).

Mejor dirección novel: Daniel Guzmán,  por A cambio de nada. Tiene antecedentes (de Barrio y por ahí, incluso hasta Plácido), pero esta ópera prima resulta convincente. Será porque es verdad. Ahora bien, si en el escenario se oye la palabra "ventana", en la recogida del premio, será porque ha ganado Leticia Dolera con Requisitos para ser una persona normal. Avisados quedan.


Y en las demás categorías:

Mejor música original: Alberto Iglesias, por  Ma ma.
Mejor canción original: «Palmeras en la nieve», de Palmeras en la nieve (canta Pablo Alborán; autores: Lucas Vidal y Pablo Alborán).
Mejor dirección de producción: Luis Fernández Lago, por Un día perfecto.
Mejor dirección de fotografía: Miguel Ángel Amoedo, por La novia
. Aquí me parece que va a verse un duelo entre la arena (de La novia) y el hielo (de Nadie quiere la noche, de Coixet).
Mejor montaje: David Gallart, por Requisitos para ser una persona normal 
Mejor maquillaje y/o peluquería: el equipo de Palmeras en la nieve.
Mejor dirección artística: Jesús Bosqued Maté y Pilar Quintana, por La novia.
Mejor diseño de vestuario: Paola Torres, por Mi gran noche.
Mejores efectos especiales: Lluís Rivera y Lluís Castell, por Anacleto: agente secreto. Pero ojo a Mi gran noche.
Mejor sonido: el equipo de La novia.
Mejor película de animación: Meñique, de López Louro y Padrón Blanco.
Mejor película documental: Sueños de sal, dirigida por Alfredo Navarro.
Mejor película iberoamericana: El clande Pablo Trapaero.
Mejor película europea: Camino a la escuela, de Pascal Plisson.
Mejor corto de ficción: Cordelia, de Gracia Querejeta u Honorio dos minutos al sol, de Ramírez-Gisbert.
Mejor corto documental: Regreso a la Alcarria, de Tomás Cimadevilla Acebo.
Mejor corto de animación: La noche del océano, de María Lorenzo.


Aciertos.





martes, 2 de febrero de 2016

Ojos, ojos, ojo

     
   A LA MIRADA RÍMALA
                                     
                                         Si ojos en ojos son ojos
                                         Ojos son si en ojos ojos
                                         En ojos si ojos son ojos
                                         Ojos si ojos son en ojos
                                         Son ojos si en ojos ojos
                                         Ojos en son ojos si ojos

(AJR: 4:15; Palíndromos ilustrados, XLVII)

Videoinstalación: Bill Viola, The Quintet of the Astonished, de la serie The Passions (2000).


sábado, 30 de enero de 2016

Los gozos de Martirio


(Para Ángel Pinto, que amaba el buen cante y hasta lo cantaba. In memoriam.)

Cuando irrumpió en el panorama musical, allá por los años de las movidas (la de Madrid no fue la única), mediados los ochenta, Martirio pudo ser considerada como una encarnación de cierta estética pop, en su versión posmoderna, en el mundo de la copla y la canción flamenca. Alguien pudo creer, a la vista de las peinetas, gafas, abanicos y otros coloridos aderezos con que el personaje se mostraba, que se había escapado de alguna de aquellas películas de Almodóvar que entonces fueron como cubos de pintura plástica arrojados en mitad de un paisaje solanesco. Y algo de eso sin duda había. Pero no era todo. Ni mucho menos.

Ahora, tres décadas después, tenemos una mejor perspectiva para valorar lo que la aportación de esta mujer inteligente, nerviosa, graciosa, moderadamente deslenguada y, pese a las apariencias, natural como la vida misma, ha supuesto en la historia reciente de la música española. «Una bocanada de aire fresco», podríamos decir, si hiciéramos caso al tópico. Pero sería de nuevo insuficiente.

Uno de los grandes atractivos del proyecto que la onubense Maribel Quiñones se decidió a poner en marcha, después de un pasado intenso en grupos como Jarcha o en  la órbita innovadora de Kiko Veneno y Pata Negra, fue la osadía, con su mezcla de humor y seriedad, con que aterrizó en el todavía algo rancio mundo de la copla. Y, más en concreto, cierto descaro suavemente punki con el que plantaba cara a la asfixia doméstica en que, pese a los recientes cambios políticos y los nuevos usos, seguía recluida para muchas y muchos la vida cotidiana.

Martirio impactó con sus maneras en el espejo cutre que las radios de las madres había ido situando en el centro de la memoria de toda una generación. O de dos, que la vida pasa muy deprisa. Y, junto con los cristales rotos, saltaron también algunas nuevas formas de relacionarse con las emociones básicas. Al tiempo que se abría alguna perspectiva inédita a la hora de mirar los dramas de siempre.

Cuando parecía que la broma se acababa, la artista supo dar varios pasos más allá y mezclar lo suyo con corrientes y artistas muy diversos, aunque siempre afines: del son cubano al jazz, de Compay y Chavela hasta Jerry González o Chano Domínguez, entre otros itinerarios, en una particular manera de ir amansando («martirizando», en el literal buen sentido) géneros y modos, hasta configurar un camino muy personal, inconfundible. Un estilo que le valió para poner en circulación un repertorio que, si bien está construido con muchos «lugares comunes» (el necesario peso de la tradición), nos llega a través de una forma interpretativa, una impronta, cuya madurez es un verdadero gozo.

Y eso fue lo que se puso de relieve en el amplio y generoso recital que la artista ofreció el pasado jueves 28, en la carpa urbana del Price, para celebrar sus 30 años de carrera. Fue una noche llena de magia y de grandes artistas invitados. Convocados con delicadeza, elegancia y gratitud por la anfitriona, por el escenario fueron desfilando Kiko Veneno, Javier Ruibal, Silvia Pérez Cruz y Miguel Poveda, a los que se sumaron intervenciones especiales de todos los músicos que la acompañaron a lo largo del concierto: Javier Colina, al bajo y al acordeón; Raúl Rodríguez, con sus guitarras, Jesús Lavilla (piano) y Guillermo McGill (batería, cajón). Un cuarteto de toda solvencia.

Madre e hijo, unidos además por el arte.


Hubo muchos momentos especiales. Destacaré solo tres.

Uno. La canción de cumpleaños, adelanto de su próximo disco, que dedicó a su madre (y colega, además de «producida»), Raúl Rodríguez, guitarrista de extraordinaria limpieza sonora y buen compositor. Antropólogo además de músico, el niño de Martirio, ya cuarentón, tiene una larga y densa carrera a sus espaldas. Pero habrá que estar atento porque no creo equivocarme si pronostico que lo mejor aún está por venir.

Dos. El homenaje a Carlos Cano, que ese mismo día, como Martirio recordó, hubiera cumplido 70 años. La interpretación a dúo con Silvia Pérez Cruz de «María la Portuguesa», quizás no fue todo lo perfecta que cabría esperar (Silvia, esa gran alegría de la canción, no parecía en su mejor momento), pero fue de una emotividad enorme.

Tres. Y quizás lo más alto, desde el punto de vista artístico, los dos dúos con Miguel Poveda, en un desafío de coplas que, si en algún momento podían traer a la memoria las famosas trifulcas entre Juanito Valderrama y Dolores Abril, estaban tan llenos de ironía, complicidad y arte, que desbordaron el entusiasmo del público. Una actualización de los puntos fuertes de aquel Romance de valentía, de 2005 (como recordó Poveda), que acaso no tuvo tanta resonancia como merecía.

En resumen, una noche plena, divertida, repleta de ese tipo de sensaciones que se agrandan en la memoria e invitan a rumiarlas despacio. Quizás para seguir intentando entender lo que sentimos. Y para descifrar el poderoso y encantador misterio que hay bajo las peinetas y tras las gafas de una artista llamada Martirio.

Imágenes tomadas de la Página Oficial de Martirio en facebook.

viernes, 29 de enero de 2016

Líneas paralelas



El mundo se sostiene entre los hilos
que tejen el envés de estas palabras.
Es un lugar que está entre tus ojos
y el pensamiento que late en lo que sientes.
Un poema es tan sólo el pentagrama
donde el viento o tu mano
escribe con la música
de la respiración.


Vídeo: Birds on The Wires, de Jarbas Agnelli, sobre una foto de P. Pinto.

(Rescatado de los arcones de la Posada.
Primera publicación: 31/05/14, 14:34)


lunes, 25 de enero de 2016

Sones y senos


LdV: Estudio de desnudo para la Gioconda.
Museo Condé, Chantilly.

Senos albos o blasones.

(AJR: 4: 19; Palíndromos ilustrados, XLVI)

jueves, 21 de enero de 2016

Bifurcaciones



Maldita dispersión, qué vericuetos
trazas entre las cosas que me gustan.
De flor en flor me llevas, cual obtusa
mariposa monarca siempre en celo.
Yo no sé si mi mal tiene remedio
o si mi alma es así de perdidiza
y encuentra en el doblar de cada esquina
una señal del arte cruel de Dédalo.
La pura realidad es tan hermosa
y se abre en tantas múltiples facetas,
que hay en todo una puerta que me invita.
Es difícil no ver que en cada sombra
brilla un fulgor secreto que no cesa
de iluminar caminos en la ruina.

Ilustración: Escena de «Dentro del laberinto». Imagen: The Jim Henson Company / Lucasfilm / TriStar Pictures.
Tomada de Jot Down, «Laberintos: el arte de perderse».

viernes, 15 de enero de 2016

Poveda, entre sonetos y poemas


Miguel Poveda entre sonetos arde
por los cuatro costados del flamenco:
hondura, luz, compás, pasión. Y el cuenco
de una voz prodigiosa (que dios guarde).

Una voz donde brillan las heridas
y se incendia la lluvia de la tarde,
mientras amor y muerte, sin alarde,
dirimen sus batallas, tan queridas.

Sonetos y poemas que se quiebran
y van al aire con sus versos sueltos,
como muchachas por la playa, libres.

Palabras sin cadenas que celebran,
en la voz de Poveda, los absueltos
delitos del querer… (¡Para que vibres!)

Miguel Poveda durante su recital en el Compac Gran Vía de Madrid, el 14 de enero de 2016. Allí estuvimos.



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(Recupero de los comentarios mi crónica del recital, para facilitar su lectura a los interesados.)

Aprovecharé tu interés, querido amigo, para extenderme un poco, siquiera a vuelapluma, sobre lo visto y oído el pasado jueves 14 de enero en el añejo y algo destartalado pero aún habitable Teatro Compaq Gran Vía, antiguo cine y sede de estrenos muy notables. 

El espectáculo, de unas dos horas y media de duración, sin intermedios –aunque sí con dos "interludios" protagonizados por la guitarra de Chicuelo, el piano magistral de Joan Albert Amargós y el buen hacer palmero y percusor del resto del elenco–, tuvo tres partes bien definidas. La primera se centró en el repertorio del último disco y justifica el título homónimo de la convocatoria: Sonetos y poemas para la libertad. La inició Poveda con su ya bien conocida versión del soneto «Para la libertad», de Miguel Hernández, rompiendo muy bien la voz en los versos más hondos. Siguieron después, entre otros, sonetos de Quevedo, con los oxímoros de su «Hielo abrasador»; Borges y el homenaje al padre, a la memoria y a la ficción del tiempo (con esa prodigiosa estrofa que el parte meteorológico del momento hacía, además de verdadera, literal: «Bruscamente la tarde se ha aclarado / porque ya cae la lluvia minuciosa. / Cae o cayó. La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado...»); Neruda («Amor mío, si muero y tú no mueres…»), el más claro de los sonetos del amor oscuro de Lorca («…llena pues de palabras mi locura / o déjame vivir en mi serena / noche del alma para siempre a oscuras»), otros de Alberti, de Ángel González, de Sabina… y uno de Aute (variante, no muy lograda, del “violante” de Lope), y que dio pie para la presencia en el escenario de Pedro Guerra, autor de las músicas de los sonetos, en cuya selección también participó Luis García Montero. 

Esta parte se cerró no con un soneto, sino con «No volveré a ser joven», de Gil de Biedma, prodigioso para mí, como sabes, una pieza mayor del repertorio de Poveda, aunque puede que no fuera esta vez la ocasión en que más partido le sacara. 

El tercio de los sonetos, aunque admirable en más de un momento, no diría yo que es el terreno en la que más brilla la capacidad de Poveda para decir con la hondura y soltura que él sabe. La estructura de la estrofa se presta bien al fraseo encadenado y al efecto de los juegos verbales y las paradojas. Pero quizás es un esqueleto verbal que puede llegar a tener cierta adustez para el cante y que a veces se enquista en la lejanía de las rimas o, más aún, en los giros y quebradas de los encabalgamientos, a los que no siempre parece posible sacarles un partido bien acompasado. Sería un tema para hablarlo con más calma.

jueves, 14 de enero de 2016

Circo


(En el margen saltado, escribo de lo que pasa.) La deriva de la situación política conquista cotas que hasta hace poco parecían terreno exclusivo de los espectáculos de feria. Tot és possible. Parece oírse un grito de otro tiempo incrustado entre las cámaras ocultas de televisión que retransmiten sin cesar las ceremonias propias de los días obtusos que nos está tocando vivir. Las palabras de los políticos (de casi todos y de casi todas) son como trenes que caminan por raíles de vía estrecha: todo parece sometido de antemano al arte de hablar sin decir nada. No es fácil encontrar la salida en una situación en la que comienzan a complicarse las posibles soluciones por incomparecencia del sentido común, o porque su puesta en práctica parece crear más problemas que cuestiones resuelve. Es un consuelo que al menos la gramática nos ofrezca la posibilidad de construir frases con sentido. Y que un buen uso del ritmo narrativo haga posible que las piezas del puzle verbal encajen sin excesivos chirriamientos, aunque este último sea uno (quiero decir: si se exceptúa este último). No es inane la imagen de que es preciso llenar el tiempo de apariencia de duración para que la realidad espacial se sostenga y la tramoya no se venga abajo. Ningún político pondrá nunca en entredicho su condición de títere de un teatrillo cuyos hilos manejan intereses diversos, incluidos los apenas confesables. Tampoco estamos ya en tiempos en los que podamos creer en la inocencia, qué tontería. La capacidad para seguir representando la propia impostura sin desfallecer a causa de las grietas del maquillaje no es en sí misma una virtud. Pero sin duda contribuye a que pueda seguir la función.

(Tiempo contado, lunes 11, enero 2016, 10:06 am)

Ilustración
Marc Chagall: El caballo de circo, 1944.

lunes, 11 de enero de 2016

Boulez (vous dancer avec) Bowie


La gran música está de luto. Mueve sus caderas a ritmo de réquiem. Abre y abre los ojos de sus notas hasta dejarlos en blanco. Silencio. El pasado día 5 murió Pierre Boulez. Hoy acabamos de no creernos que se haya apagado David Bowie. Algo tan irreal como que tuviera 69 años. O como que haya tenido la tan estremecedora como valiente lucidez de anticiparnos imágenes de su muerte, en este Lazarus, que ahora cobra todo su sentido. La banda sonora del planeta, a la que los dos han contribuido tanto, no dejará de sonar. Y ya de buena mañana, en este 2016 frenético, nos volvemos a preguntar, ay ay ay, por quién doblan las campanas.

Imágenes
Pierre Boulez dirigiendo la Orquesta Acadamy, en el festival de Lucerna, en 2006. Foto Sigi Tischler/AP.
David Bowie en una actuación. Foto Ron Frehm/AP.