viernes, 10 de enero de 2014

El futuro no es un broma



Tal como me ha llegado, y después de pensarlo durante diez minutos (y, en algún sentido, durante toda una vida), me hago eco de este «corto» que pretende i(nte)rrumpir (en) el panorama político (de hecho ya lo ha hecho: ¡bingo!) aportando alguna novedad digna de tenerse en cuenta. Atención al giro del minuto 2:41. Juzgad vosotros mismos.

domingo, 5 de enero de 2014

En la noche de Reyes, una voz...

Mosaico de la iglesia de San Apolinar Nuevo, Rávena.
¡Arrima la mirra!

[AJR, 3:13; Palíndromos ilustrados, XXXV]


Teníamos claro lo de oro. Y estábamos familiarizados, a través de los cultos religiosos, y mucho antes de que la ola hippie (o, ahora, jipi) nos volviera a acercar sus aromas, con el incienso. Pero a ciencia cierta nadie sabía qué era la mirra. Aún hoy, aunque le pongamos la referencia genérica de «resina aromática» y hasta nos documentemos visualmente en alguna página web, nos sigue pareciendo, con mucho, el más enigmático de los regalos que los Magos año tras año llevan al portal.  Por eso, escuchar en el silencio de la noche de Reyes ese grito, entre avisador y suplicante, «¡Arrima la mirra!», me hace pensar que hay misterios que nunca se desvelan del todo y magias de efecto permanente. Y está bien que así sea. Toda epifanía, ya sea bíblica, joyceana o puramente lúdica, tiene cierta condición de iceberg. Estas palabras en forma de vaso de ofrendas no son una excepción: ¡Mirra! 
Dicen que en noches como esta
los deseos tienen alas. 

miércoles, 1 de enero de 2014

Año nuevo

Amanecer en las viejas salinas de Los Cancajos, isla de La Palma.
Al fondo, a la izquierda del sol, se adivina la silueta del Teide. AJR, 2013.

De mar en mar,
cada mañana el sol
se inventa el mundo.

Feliz 2014

domingo, 29 de diciembre de 2013

Brocal

Al fondo de ese sueño inapresable que con tanta cordura diseccionas hay algo que te inquieta, una brizna de tu ser más profundo que nunca llegarás a descubrir. La miras desde lejos como si contemplaras, en lo hondo del pozo de tu alma, un cabrilleo fulgente, una marea apenas perceptible que no puedes nombrar con otro énfasis que no sea el del filo de estos cristales rotos, aunque sepas que así va a deshacerse como un poco de niebla en la mañana. Ya la das por perdida mas la sientes vecina de tus ojos y tus dedos mientras mueves las pesadas poleas del idioma e intentas que por fin llegue al brocal del poema, y al borde de tus labios, una palabra viva de agua fresca.

Imagen: Pozo en Castel Sant’Angelo, Roma
(© Clara Ramos, 2008).

Entrada rescatada de los archivos de la Posada. 
(Primera publicación: 15 diciembre 2009; 09:34)


viernes, 27 de diciembre de 2013

A veces llegan cartas...

Como quien no quiere la cosa, pronto hará casi veinte años que, a través de un amigo que ya no está, me llegaron en forma de emilios (un neologismo que no parece haber hecho fortuna) estas dos misssivass que ahora encuentro en YouTube repicadas en diferentes versiones (la segunda, en realidad, es una entrevista, pero no es cuestión de echar a perder la oportunidad del título de la entrada por una nimiedad de géneros). Como supongo que aún habrá quienes no las conozcan, especialmente entre las nuevas generaciones que, en oleadas cada vez más nutridas, acuden a esta Posada en busca de solaz (lo que no quiere decir que de verdad lo encuentren, ja ja), aquí las dejo como figurillas de un belén virtual. O, mejor aún, como parte importante de la banda sonoro-humorística de la que me gusta rodearme en estos días tan señalados. Que ustedes las rían bien.



lunes, 23 de diciembre de 2013

Dádiva Navidad


Como don de la Navidad y colgada de la percha del sencillo palíndromo del título, dejo proyectándose en la pequeña sala de cine de la Posada (aunque es probable que deban verlo en YouTube) el bien conocido Cuento de Navidad de Auggie Wren, de Paul Auster, filmado por Wayne Wang, y al que la voz de Tom Waits, insistiendo casi con desgarro en que «somos inocentes cuando soñamos», le da un subrayado que hace que la historia sea estremecedora. Es la secuencia final de Smoke, esa película sobre el arte (y la paciencia) de mirar, muy recomendable para estos días y que ha merecido en la red análisis tan bien informados como éste (en él puede verse, doblada, la escena del minucioso relato que el fotógrafo Auggie Wren —inolvidable Harvey Keitel— le hace al escritor Paul Benjamin —un muy creíble William Hurt—, quien utilizará la historia para cumplir su compromiso de colaboración navideña con un periódico). Preparando la entrada, descubro también que la editorial Seix Barral ha reeditado (anteriormente apareció en Lumen) el cuento en un volumen con coloristas dibujos de la ilustradora argentina Isol. Si aún tienen pendiente algún regalo, tal vez sin querer hayan encontrado aquí una buena idea. Una (otra) dádiva. Feliz Navidad.



[AJR, 2:13; Palíndromos ilustrados, XXXIV]

sábado, 21 de diciembre de 2013

Alfonso, el peliculero


Uno de los personajes más populares de la televisión en los años sesenta y setenta (de otro milenio hablo) fue, sin duda, el crítico de cine Alfonso Sánchez. Su nombre hoy ya no parece decir nada a casi nadie, pero estoy convencido de que en mi generación y en las inmediatamente anteriores y posteriores somos muchos (con la segura excepción del ministro Montoro) los que le debemos un especial aprecio del cine como algo más que un mero entretenimiento. La naturalidad y gracia con la que Alfonso Sánchez presentaba las películas, y la sabiduría de sus comentarios en los diferentes programas en los que se ocupaba de la sección de cine, fueron, en aquellos años de formación, una alerta valiosa sobre la naturaleza artística del séptimo arte. Incluso me atrevería a decir que fue él el primero que a muchos nos enseñó a ver aspectos que ni siquiera sospechábamos que pudieran entrar en juego en lo que hasta entonces era, más que nada, una fascinación a la que nos entregábamos siempre que era posible, en especial los domingos por la tarde y en sesión continua. 

La voz de Alfonso Sánchez, con su inolvidable registro nasal de trompetilla, algo gangosa y algunas veces a punto de desbaratarse en los atascos de la tartamudez o entre los ataques de tos (siempre sospeché que eran rasgos que el personaje exageraba a propósito), forma parte de la banda sonora de esos años, no sólo por las muchas veces que la oímos en la pequeña pantalla, sino también porque se convirtió en fuente de inspiración de humoristas y caricatos: no había artista cómico que no incluyera entre sus habilidades la imitación de «Alfonso, el peliculero». Incluso en las veladas de colegio o en las fiestas de fin de curso era habitual el numerito, muchas veces acompañado por la parodia de los relatos faunísticos de Félix Rodríguez de la Fuente, otra voz tan peculiar como inolvidable. 

Esta mañana sin saber por qué, quizás debido a las contradictorias mareas emocionales propias del infinito ciclo navideño, me he despertado con una gran añoranza de esa voz. Y me he puesto a buscarla por la red. Fruto de esa pesquisa es este excelente documental (más bien un autorretrato del personaje) que José Luis Garci realizó en 1980, un año antes de la muerte del gran crítico de cine.