viernes, 20 de noviembre de 2009

Luz de negra sombra


La plenitud de Luz Casal me despierta un entusiasmo sereno que, inevitablemente, me lleva a recordar el momento culminante de mi relación con su música. Ha habido muchos otros (hace más de veinte años que escucho sus canciones), pero nunca podré olvidar el estremecimiento que me recorrió al oír por primera vez, en el radiocasete de un viejo coche, su sublime interpretación de Negra sombra, el delicado poema de Rosalía de Castro al que puso música Xoán Montes Capón a partir de la estructura musical del alalá, un aire popular de gran tradición en el folclore gallego.
Recuerdo que al llegar el momento en que el poema dice «Si cantan, es ti que cantas, / si choran, es ti que choras» me pareció comprender, como en un fogonazo, la esencia del amor y su nostalgia: la presencia que todo lo ilumina y que a todo le da, no sé si sentido, pero sí conciencia de ser y consciencia por tanto de la fugacidad. En un mismo y único movimiento. Un golpe de luz.
El poema de Rosalía, que bebe de algunas fuentes bien visibles (y sobre todo del poema «El murmullo de las olas», del poeta coruñés Aurelio Aguirre, amigo íntimo de la escritora), ha recibido muchas interpretaciones y ha dado pie a interesantes polémicas. También la canción ha sido interpretada por muchas voces, desde Amancio Prada hasta la fadista Maria do Ceo, pasando por numerosas corales e incluso por una animosa versión de Al Bano.
La voz de Luz Casal, que es la que se escucha en este vídeo arropada por la calidez instrumental de Carlos Núñez, extrae de de canción una poderosa veta expresiva que logra imponer la afirmación de la lucidez (iluminación de la mente) por encima del bien perceptible vuelo de la tristeza.
Estas son las palabras de Rosalía de Castro (Follas novas, 1880):
Negra sombra
Cando penso que te fuches,
negra sombra que me asombras,

ó pé dos meus cabezales

tornas facéndome mofa.
Cando maxino que es ida,
no mesmo sol te me amostras,

i eres a estrela que brila,

i eres o vento que zoa.
Si cantan, es ti que cantas,
si choran, es ti que choras,

i es o marmurio do río

i es a noite i es a aurora.
En todo estás e ti es todo
pra min i en min mesma moras,

nin me deixarás ti nunca*,

sombra que sempre me asombras.
*Así lo canta Luz Casal; el verso de Rosalía dice: «nin me abandonarás nunca...»

Y esta es la versión castellana (con algunas licencias para mantener el ritmo y la rima) que un día hice para alguien que me lo pidió (se admiten sugerencias en los tantas veces traicioneros recovecos de la traducción).

Cuando pienso que te fuiste,
negra sombra que me asombras,
al pie de mi cabecera
vuelves haciéndome mofa.
Si imagino que te has ido,
con el mismo sol retornas,
y eres la estrella que brilla,
y eres el viento que sopla.
Si cantan, tú eres quien canta,
si lloran, tú eres quien llora,
eres el rumor del río,
y eres la noche y la aurora.
En todo estás y eres todo
para mí y en mí misma moras,
y no me dejarás nunca,
sombra que siempre me asombras.
(Trad. AJR)
Posdata: me parece oportuno pedirle encarecidamente al juez titular del Juzgado número 6 de Alcorcón, que acaba de negarle «utilidad pública» al gallego y al que Manuel Rivas le ha dirigido esta carta (con su oportuna traca final), que se tome el tiempo necesario para leer el poema de Rosalía y, si es posible, escuchar la canción de Luz. A ver si después es capaz de mantener su indocumentado y rudo veredicto.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Gótica

Son dos amigos, él y ella. Han ido a pasar el día en pandilla junto al río que discurre pacífico y también traicionero por las afueras de la capital. Acaban de tener una pequeña discusión acerca del tono con que ella le ha dicho algo a él y están tratando de explicarse, de deshacer un equívoco sin importancia, de quitarle hierro al asunto. Ella dice:

—No sé, Zacarías; que soy idiota, que se conoce que me gusta que me aguanten, ¿sabes?, eso mismo va a ser; que soy una niña gótica, y me creo que…

Al llegar a este punto en una reciente relectura de El Jarama, la aclamada novela de Sánchez Ferlosio desheredada por su autor, no pude por menos que detenerme en seco ante esa expresión, «niña gótica», que de inmediato me trajo a la mente ciertos quebraderos de cabeza de alguna amiga con hija quinceañera lectora compulsiva de Harry Potter (no diré cuál de las dos), y más aún, la estúpida polémica surgida en relación con la terrible foto de los Zapatero en la Casa Blanca de los Obama.

«Qué modernidad la del maestro Ferlosio», me dio por pensar. «Qué capacidad de anticipación». (Y tanta: téngase en cuenta que El Jarama se publicó en 1955…). «Así que ya entonces su olfato literario era capaz de identificar estas actitudes… Y en un país gris y macilento…, sumido aún en la dureza de una larga posguerra…, y en medio del espeso paisaje de un merendero tópico cerca de un río… ¡¡ ¿¿ !!... ¡No puede ser!»

«No puede ser que ese adjetivo, gótica, tenga en la obra de Ferlosio el sentido coloquial que hoy le daríamos», me dije recapacitando, saliendo de la falaz anacronía en la que me había metido y cortando en seco la espiral de exclamaciones marcadamente admirativas. Y pasé a la pura y dura interrogación. «Y entonces... ¿qué es lo que quiere decir el personaje?, ¿a qué diablos se refiere?»

Aunque no de forma inmediata, la probable respuesta correcta (pero nunca hay que cantar victoria en el resbaladizo terreno de los significados) me la acabó aportando el diccionario de la RAE (suele ocurrir), donde en la acepción sexta de la voz gótico puede leerse: «adj. Coloq. Dicho de una persona, cursi

Así que era eso. Eso debe de ser. Podría preguntárselo al propio Ferlosio la próxima vez que lo vea por el barrio. Aunque cualquiera se atreve a molestarlo con esta pejiguera o «cosa que sin traernos gran provecho nos pone en problemas y dificultades», como también dice sentenciosamente el de la RAE... Lo mismo va y me lo llama: «¡No sea usted gótico, hombre!» Quita, quita...

Qué curiosa la vida de las palabras.

Imagen: Un Jarama aún joven a su paso por el paisaje gótico y otoñal del Hayedo de Montejo. Foto tomada de motor. terra.es

jueves, 12 de noviembre de 2009

¿Y tú de dónde has salido?

Vi el viernes pasado Celda 211, la cuarta película de Daniel Monzón, basada en una novela de Francisco Pérez Gandul. Es un thriller realista que cuenta una historia carcelaria con excelente pulso, ritmo trepidante, fuerza visual y diálogos intensos y creíbles. Una obra recomendable.

Se ha destacado, con toda justicia, la redonda interpretación de Luis Tosar, que da vida a un duro irreductible, de nombre Malamadre, digno de ocupar un puesto de relieve en el escalafón de grandes villanos del cine español (no muy pródigo en ellos, al menos en este registro). También se alaban los trabajos secundarios de Luis Zahera, Resines, Carlos Bardem...

A mi juicio la gran sorpresa de esta película, insuficientemente subrayada en las críticas que he podido leer, es la aparición del actor Alberto Ammann, un completo desconocido que prácticamente debuta en esta obra (lo volveremos a ver en breve en la pantalla dando vida a Lope de Vega).

Ammann es, de hecho, el verdadero protagonista de la historia. Tanto por el tiempo que permanece en escena como porque el centro de la acción dramática es el conflicto y la evolución que sufre su personaje, un funcionario de prisiones que en su primer día en la cárcel se ve sorprendido –y atrapado– por un violento motín. Su contraste, no sólo físico, con Tosar (rudeza frente a sutileza, pero la misma inteligencia práctica e iguales arrestos) da pie a un soberbio duelo de actores que se va desarrollando en un crescendo muy bien medido.

El contradictorio vínculo que acaba uniendo a ambos personajes hasta abocarlos a una misma y trágica actitud es el punto culminante de una historia que da pie a muchas reflexiones sobre el delgado filo que separa tantas cosas en la vida.

Se está hablando de Celda 211 como de una excepción en el cine español. Es verdad que no pertenece, ni por factura ni por temática, a la línea habitual. Puede incluso que inaugure el género carcelario abordado como asunto monográfico y desde una perspectiva realista (habrá que revisar la filmoteca). Pero creo que es una película que no carece de filiación en nuestra cinematografía. Por motivos diversos, a mí me ha traído a la memoria títulos como Días contados, Leo, La caja 507 o, como ejemplo más cercano, Solo quiero caminar, cuyo protagonista, el mexicano Diego Luna, quizás sea una referencia razonable para situar el estilo interpretativo de este nuevo gran actor llamado Alberto Ammann.

En una escena del filme Tosar-Malamadre le pregunta a Ammann-Calzones: «¿Y tú de dónde has salido?» Es la misma pregunta que me hacía al salir del cine, sorprendido por una interpretación sin fisuras, personal y absolutamente creíble. Habrá que anotar su nombre.

Fotografía: Luis Tosar (Malamadre) y Alberto Ammann (Calzones), en una escena de Celda 211. Imagen tomada de cineol.net.


miércoles, 11 de noviembre de 2009

Pesadilla justiciera


Sé bien, muy bien, que de poco sirve sentirse históricamente vengado (o “redimido”, en términos de «economía de la salvación») por sucesos banales como el ocurrido en la tarde-noche de ayer, feliz día de Santo Domingo de Otoño, en el estadio Santiago Bernabéu, aka Chamartín, también ponderado como «el Escenario de los Sueños» (pesadillas incluidas).
Lo de la «justicia poética», o maniobra que el azar se empeña en perpetrar contra viento y marea a favor de lo previamente relegado bajo el peso de lo obvio poderoso (pausa), es una buena forma de verlo. Pero sigue siendo insuficiente.
No hay justicia ni poética que valga frente a la evidencia de lo que ayer desnudó, como sin querer, la hecatombe blanca: que no es verdad, no lo es, tanta diferencia de calidad entre jugadores de sueldos astronómicos y currantes del cuero.
Y que si no es verdad esa distancia, quienes se empeñan no sólo en destacarla sino en inflarla hasta extremos galácticos deben ser declarados justamente culpables de ejercicios oscuros de vanagloria, comercio interesado con el humo y depredación de ilusiones (algo ilusas por sí solas, eso sí; pero sin sueños sólo somos durmientes).
No sé si l@s hipotétic@s seguidores de este blog recuerdan un articulillo de cuando el feudo realmadridista fue escenario de un birlibirloque («nada por aquí, nada por allá») que para sí lo quisieran los más reputados trileros del reino. «Se veía (de) venir», como diría el castizo (también algo filósofo). Ahora la bolita ha salido a la luz poniendo de manifiesto lo que algunos se temían y otros (sí, lo reconozco, pero tengo coartada) deseábamos: que el Hiperreal Madrid, bajo tanta batahola y tanta presunción de grandeza, está desnudo.
Y lo que se le ve mueve a risa. También justiciera. Y sin compasión.
Aún es pronto, claro, para saber quién reirá el último. Pero a eso los seguidores de athletics y otros perros pulgosos de la feria ya estamos también acostumbrados. O sea que, aficionados al buen fútbol, amantes de la realidad solidaria, gritad conmigo: ¡Viva Alcorcón!
Imagen: El borroso escenario de La pesadilla 2. Foto tomada de wikimedia (convenientemente tratada; abriendo el enlace puede verse en toda su nitidez).

martes, 3 de noviembre de 2009

Uno de los grandes




Hace unos meses, puede que incluso haga ya un par de años, en una de esas mañanas otoñales en que la luz en Madrid es un milagro, vi a José Luis López Vázquez cerca de Los Jerónimos. Iba acompañado de una señora de edad bastante menor que la suya, bien abrigado, muy pulcro, tocado con un elegante sombrero,  y andaba a cortos pasos, con gesto serio, algo avinagrado, inconfundible.

La calle estaba desierta y tentado estuve de acercarme a él para saludarlo: al fin y al cabo su rostro era como el de uno de esos conocidos, o incluso parientes, que uno ha ido viendo, cada cierto tiempo, a lo largo de su vida y con los que siempre es agradable, además de educado, intercambiar una palabra. No me atreví a hacerlo porque caí en la cuenta de que en realidad no le conocía y temí que pudiera molestarse. Me limité a seguirlo a cierta distancia durante algunos minutos mientras comentaba con la persona que me acompañaba lo paradójicas que a veces son algunas experiencias.

Aquel hombre formaba parte de nuestras vidas casi desde siempre y creíamos saber de él tantas cosas que en absoluto podíamos considerarlo, como en realidad era, un extraño. No sé cómo hubiera reaccionado. Y ya nunca lo sabré. Tenía fama de tener malhumor (alguna vez dijo que reservaba el bueno para sus interpretaciones), pero no me arriesgué a comprobarlo. Lo cierto es que me hubiera gustado decirle cuánto admiraba su enorme talla de actor y agradecerle  los muchos y muy felices ratos pasados a su costa, gracias a su forma personalísima de estar en escena, con su gesticulación tantas veces desaforada, al borde del desmadejamiento, pero siempre tan humana, tan hispana, tan real, incluso en sus trabajos olvidables.

Repasar la larguísima filmografía de José Luis López Vázquez (más de 250 títulos recoge la página que le dedica la IMDB) es pasearse por buena parte de la más rica y significativa historia del cine español (también, es verdad, tropezar con mucho disparate alimenticio). Para quienes tenemos ya cierta edad, equivale a realizar un recorrido intenso, divertido y algo melancólico por nuestra propia historia.

Ahí están, para confirmarlo, la larga hilera de sensaciones, muchas en claroscuro, que se avivan con sólo mencionar, tal si de una letanía se tratase, títulos como Esa pareja feliz (1951), Novio a la vista (1954), Los jueves, milagro (1957), Tres de la Cruz Roja (1961), El pisito (1959), El cochecito (1960), Plácido (1961), Atraco a las tres (1962), La gran familia (1962), El verdugo (1963), La chica del trébol (1964), Historias de la televisión (1965), ¡Es mi hombre! (1966), Sor Citroën (1967), Los guardamarinas (1967), Peppermint frappé (1967), ¡Vivan los novios! (1967), El bosque del lobo (1971), Mi querida señorita (1972), Viajes con mi tía (1972), La cabina (para televisión, 1972), Lo verde empieza en los Pirineos (1973), Habla mudita (1973), La prima Angélica (1974), Este señor de negro (serie de TVE, 1975-1976), El monosabio (1977), La escopeta nacional (1978) y sus secuelas Patrimonio nacional (1981) y Nacional III (1982); La miel (1979), Mamá cumple cien años (1979), La verdad sobre el caso Savolta (1980), La colmena (1982), La corte del faraón (1985), Crónica sentimental en rojo (1986), Mi general (1987), Todos a la cárcel (1993), Los ladrones van a la oficina (serie TV, 1993-1996) o, en fin, quizás la última de sus intervenciones memorables, Luna de Avellaneda (2004), junto con la para mí aún inédita ¿Y tú quién eres? (2007), su adiós al celuloide.

La imagen de López Vázquez, como las de Pepe Isbert, Fernán Gómez, Gracita Morales, Agustín González, Rafaela Aparicio, Luis Ciges, Manuel Alexandre o Tony Leblanc (por sólo citar los primeros nombres que me vienen a la cabeza asociados a su figura), está tan ligada a la gran pantalla de nuestras vidas, que va a ser difícil creer que de verdad haya podido marcharse de puntillas en este día de difuntos.

Adiós, grandísimo cómico, inmenso hombrecillo trágico, tierno y desbaratado personaje de tantas historias como han retratado, con ingenio y desenvoltura, la picaresca y las picardías, los gozos y miserias, también el esperpento inagotable y la honda negrura, de este rincón soleado del mundo.

Una antología de fragmentos de sus películas (vía Youtube) puede verse en este especial que le ha dedicado elmundo.es. Interesantes comentarios sobre sus interpretaciones se pueden leer en la página web de El Criticón.


Fotografía: EFE.

lunes, 26 de octubre de 2009

El monje y el gato (versiones y diversiones)

Durante mi reciente viaje por Irlanda pude ver en el Trinity College de Dublín una exposición sobre el Libro de Kells (la joya iluminada de su impresionante biblioteca) y otros antiguos manuscritos. La exposición estaba dispuesta al amparo de un hermoso lema, «Trocando en clara luz la oscuridad», tomado de un delicioso poema anónimo irlandés escrito en el siglo IX por un monje en un monasterio de St. Gallen, en tierras suizas (aunque hay discrepancias acerca de la procedencia). Copio aquí la versión, sin firma, que aparece en el folleto en español de la muestra (del que también he tomado la imagen superior).


Pangur Bán

Solemos yo y Pangur Bán, mi gato,
en lo mismo los dos pasar el rato:
cazar ratones es su diversión,
cazar más bien palabras mi pasión.

Es preferible a todo aplauso humano
sentarse con papel y pluma en mano;
y Pángur no me mira con rencor,
siendo él también sencillo cazador.

Frecuentemente, un ratoncillo errante
cruza el camino de mi gato andante;
alguna idea más, frecuentemente,
coge en sus redes mi afilada mente.

Vigila el muro con sus ojos vivos,
redondos, maliciosos, agresivos;
escudriñando el muro del saber,
mi poca comprensión busco extender.

Día tras día, a Pangur su ejercicio
lo ha hecho ya perfecto en el oficio;
yo noche y día alcanzo más verdad,
trocando en clara luz la oscuridad.


El poema me resultaba vagamente familiar. Buscando en mi biblioteca, no tardé en descubrir que ya había leído otra versión del mismo, aunque no la recordaba. La localicé en el volumen La poesía irlandesa, una breve pero sustanciosa antología traducida (a partir, creo, de versiones inglesas) por Marià Manent y publicada por Plaza y Janés en 1977, en su colección «Selecciones de Poesía Universal». Manent, en una nota previa, afirma, entre otros detalles, que «es un poema marginal del Codex S. Pauli y se atribuye a un estudiante del monasterio de Carintia». Confrontando ambas versiones caí en la cuenta de que la incluida en el folleto, probablemente realizada a partir de una versión inglesa, no estaba completa (quizás por necesidades de espacio) y me puse a indagar en la Red.

La búsqueda fue fructífera: no sólo localicé el texto original (puro hermetismo para mi absoluto desconocimiento del gaélico) sino que también encontré numerosas versiones inglesas, entre ellas las probables fuentes tanto de la traducción de Manent como de la arriba copiada (cuyo autor no he podido localizar). No tardé además en constatar que el poema es un verdadero clásico en el ámbito anglosajón. De hecho, cuenta con versiones inglesas realizadas nada menos que por W. H. Auden y por Seamus Heaney.

Hace unos días, Jordi Doce colgó en su blog Perros en la playa su traducción de otro espléndido poema de tema felino, obra en este caso de Peter Redgrove (El gato de Zoe), como regalo para celebrar el medio año de vida de Bigotes, el gato de su hija. En un comentario a la entrada mencioné a Pangur Bán y de allí surgió el ofrecimiento de Jordi de traducir la versión de Auden, al tiempo que sugería la posibilidad de que Rivero Taravillo, que lo sabe todo de las letras de Irlanda (y al que no es difícil suponer al cabo de la calle del asunto), hiciera lo propio con el original gaélico (no me extrañaría que esa traducción ya forme parte de su Antigua poesía irlandesa, pero no he podido comprobarlo).

Para que no caiga en el olvido la propuesta, aquí copio ambas versiones (dejo de momento a buen recaudo, para no complicar más el juego, la traducción de Heaney) y espero con expectación que, si se tercia, prosiga la diversión. De momento, tengo la sensación de andar dando vueltas a una intrincada madeja de sentidos, transformado yo también en puro felino feliz bajo la mirada un tanto mosqueada de Pancho, mi perro, que permanece atento a la jugada.


Pangur Bán

(Original irlandés tomado de esta web; confío en que sea una transcripción fiable.)

Messe ocus Pangur Bán,
cechtar náthar fria saindán:
bíth a menmasam fri seilgg,
mu memna céin im saincheirdd.

Caraimse fos (ferr cach clu)
oc mu lebran, leir ingnu;
ni foirmtech frimm Pangur Bán:
caraid cesin a maccdán.

O ru biam (scél cen scís)
innar tegdais, ar n-oendís,
taithiunn, dichrichide clius,
ni fris tarddam ar n-áthius.

Gnáth, huaraib, ar gressaib gal
glenaid luch inna línsam;
os mé, du-fuit im lín chéin
dliged ndoraid cu ndronchéill.

Fuachaidsem fri frega fál
a rosc, a nglése comlán;
fuachimm chein fri fegi fis
mu rosc reil, cesu imdis.

Faelidsem cu ndene dul
hi nglen luch inna gerchrub;
hi tucu cheist ndoraid ndil
os me chene am faelid.

Cia beimmi a-min nach ré
ni derban cách a chele:
maith la cechtar nár a dán;
subaigthius a óenurán.

He fesin as choimsid dáu
in muid du-ngni cach oenláu;
du thabairt doraid du glé
for mu mud cein am messe.


El poema de Auden

(Más que una traducción o versión, parece una recreación del tema; lo he tomado de esta web.)

Pangur, white Pangur, How happy we are
Alone together, scholar and cat
Each has his own work to do daily;
For you it is hunting, for me study.
Your shining eye watches the wall;
My feeble eye is fixed on a book.
You rejoice, when your claws entrap a mouse;
I rejoice when my mind fathoms a problem.
Pleased with his own art, neither hinders the other;
Thus we live ever without tedium and envy.


El cuarto hombre


En su apasionante libro sobre el 23-F, Anatomía de un instante, Javier Cercas construye con las figuras de Adolfo Suárez, el general Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo, los tres unidos por su gesto de valor ante la irrupción de Tejero en el Congreso, un triángulo humano que le permite analizar con profundidad y rigor, también con una notable pericia narrativa, lo que se dilucidó aquella tarde.
En su exhaustivo análisis de la significación política de aquellos gestos que resultaron decisivos para que la democracia no acabara siendo una vez más «un breve paréntesis en la historia de España», Cercas repasa las trayectorias de los tres políticos, analiza la carga simbólica y contradictoria de lo que sus figuras representaban y extrae interesantes (y también inquietantes y sin duda discutibles) conclusiones. Todo ello compone un verosímil, a la par que brillante, completo y sin duda polémico análisis de las complejas circunstancias que confluían en la realidad política de aquel momento.
Junto a estos tres hombres, sabemos que un papel también decisivo fue el que desempeñó en aquella fecha el general Sabino Fernández Campo, que acaba de fallecer y que, como es bien conocido, era a la sazón secretario general de la Casa del Rey.
Todo lo que conocemos de lo que ocurrió en la Zarzuela en los momentos posteriores a la entrada de Tejero en el Congreso (aunque probablemente nunca lo sabremos todo) realza el peso que en el desarrollo de los acontecimientos tuvo una decisión que, si bien tomada en última instancia por don Juan Carlos, fue alentada e incluso inspirada por su secretario: que el general Armada, el más que probable “elefante blanco” de la operación y, como tal, responsable último de la intentona (o de la más organizada de las diferentes tramas que en ella podrían estar confluyendo), no se desplazara a Palacio. Una decisión que acabó siendo providencial para que en ningún momento se pudiera sostener la falacia de que el rey estaba detrás del golpe. «Ni está, ni se le espera», fue la ya famosa frase, en la que algunos analistas sitúan el momento crucial en que el 23-F comenzó a fracasar.
En el reciente serial televisivo que dramatizó lo ocurrido en la Zarzuela en aquellas horas (23-F, el día más difícil del Rey), Emilio Gutiérrez Caba daba cuerpo, con gran credibilidad y excelente trabajo interpretativo, al general Sabino Fernández Campo. La ficción televisiva, con toda su carga de reconstrucción narrativa, un tanto hagiográfica hacia la figura del monarca, pero también con su respeto a fuentes contrastadas, enfatizaba el peso que el general tuvo en esa decisión. Uno de los momentos de mayor dramatismo de la serie lo protagonizaban las recriminaciones de que un abrumado Sabino era objeto por parte del Rey por el trato que se veía obligado a darle a Armada, su antiguo secretario, su leal amigo, casi uno más de la familia.
Hay razones sobradas para pensar que junto al rey, e incluso un minuto por delante de él en cuanto al manejo de información sensible, Sabino Fernández Campo fue el cuarto hombre que plantó cara a quienes querían imponer al país una deriva que hubiera convertido la Transición en un camino cegado. Por eso, ahora que sus días se han cumplido, la lucidez de este hombre en un instante decisivo merece nuestro reconocimiento. Descanse en paz.
Imagen: Sabino Fernández Campo, en una entrevista concedida a Efe (foto tomada de adn.es)