lunes, 15 de junio de 2009

Brotes ver(e)des


No deja de asombrarme el éxito que alcanzan muchas expresiones nacidas al calor de la política, aunque por lo común estén llenas de aire y su función evidente sea la de servir como balones de oxígeno. Desde hace ya unas semanas se viene extendiendo como una murga por tertulias y diarios, mentideros y cibercorros, lo de los brotes verdes, esos supuestos síntomas de mejoría de la situación económica que ciertos ojos avisados (aunque también especialmente concernidos) parece que han descubierto, si bien para el común de los mortales, incluidos los tenaces buscadores de trufas, apenas son otra cosa, en el mejor de los casos, que un deseo de respiro, la ilusión de un poco de sosiego, incluso inventado, tras tantos sustos y sobresaltos.
El poder (todo poder pero el político por antonomasia) sabe bien que la batalla que no puede permitirse perder es la de imponer y controlar las palabras que definen una situación, el tópico básico acerca de lo que pasa. Nacen así eslóganes y expresiones que, sobre todo en tiempos de crisis (y cuáles no lo son), tienden a desempeñar una función terapéutica o balsámica para, como se suele decir, capear el temporal y mantenerse al pairo, a la espera de que amaine la tempestad.
No sé si estos “brotes verdes” que algunos dicen ver, e incluso rozar con la yema de los dedos, existen o no. También desconozco si acabarán en fronda o en espejismo. De lo que estoy seguro es de que, mientras la situación crítica dure (y parece que va a durar), veremos “más brotes y más verdes” en forma de nuevas acuñaciones verbales (no todo va a ser masa monetaria) capaces de mantener un ápice de ilusión y el imprescindible caudal de paciencia en los cada vez más escépticos ciudadanos.
Imagen by Miranda 1104

martes, 9 de junio de 2009

Dos notas

De la A de Alejandro Rossi... Se fue mayo pero no su estela fúnebre. Ayer se conocía la noticia de la muerte del escritor florentino-mexicano Alejandro Rossi. Su Manual del distraído (el único libro que hasta ahora he leído de él) es una de esas raras obras inagotables de las que siempre puede extraerse un instante de lucidez: textos cortos –en cierto modo, un blog avant-les-blogs y sobre papel impreso–, contundentes o ligeros, filosóficos o narrativos, y que muchas veces poseen la perfección de las jugadas maestras.

***

... a la Z de zarzuela. Por respeto artístico y justicia castiza, más que por mera afinidad nominal, me parece necesario, preventivamente, salir en «defensa» de Miguel Ramos Carrión. El dramaturgo y periodista zamorano, autor de libretos de zarzuelas tan significativas como Agua, azucarillos y aguardiente (entre otras obras), corre el riesgo de convertirse en una “víctima colateral” del fuego cruzado en la polémica surgida tras la muerte de Benedetti y los –a mi juicio, malinterpretados y peor respondidos (con insultos)– comentarios de Gamoneda. Un episodio más, y no será el último, del secular enfrentamiento entre las (dos) tribus poéticas hispanas, de las que es bien conocida su tendencia algo baconiana al despellejamiento, y que en esta ocasión se ha movido entre lo inoportuno y lo inaceptable, tal como ha señalado con ponderación Manuel Rico. Escaramuzas tan banales y disparatadas como en el fondo divertidas y hasta eficaces (si no fuera el exceso de bilis), ya que suelen atraer hacia el mundo de lo poético y sus aledaños (más hacia éstos que sobre aquél, es verdad) una atención inusitada... e incluso repercuten en la venta de al menos docena y media más de poemarios (pues en el fondo no de otra cosa se trata, junto con la pura y dura lucha por el poder y sus pesebres).

El caso es que, para homenajear al escritor uruguayo, algunos no han tenido mejor ocurrencia que sugerirle al alcalde Gallardón que le sea puesto el nombre de Benedetti a la calle del barrio de Prosperidad en que el novelista y poeta vivió durante sus últimos años en Madrid. Esa calle, situada a tiro de piedra del emplazamiento real de esta Posada, es la que ahora lleva, precisamente, el nombre de Ramos Carrión, autor que, si bien algo olvidado por la ingratitud del tiempo, no es ningún «mindundi» (y ni siquiera un poeta hermético), como podría deducirse de la ligereza de la propuesta. No digo que Benedetti no merezca una calle. Ni siquiera lo pienso. Aunque tengo una clara opinión sobre cuál es el mejor reconocimiento a un escritor, si por mí fuera incluso le reservaría una amplia avenida... (y otra a Gamoneda, claro, para dentro de muchos años, si el homenaje hubiera de tener carácter póstumo).

No obstante, si la incorporación al callejero se considerara finalmente el tributo idóneo para homenajear al que acaso sea, ahora mismo, el más popular de los poetas del ámbito hispánico, ¿no habrá disponible en Madrid alguna vía urbana que no conlleve perpetrar una afrenta contra uno de los “genios del lugar”? Estoy seguro de que al propio Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farrugia, que también luchó por liberarse de los nombres superfluos (y lo consiguió, al menos en el registro civil), la sugerencia le hubiera parecido una desproporción.

domingo, 7 de junio de 2009

Motos, como su nombre indica


De todo el papel prensa leído u hojeado a lo largo del fin de semana (sigo siendo fiel al kiosko) destaco por encima de todo lo demás el relato autobiográfico de Pablo Motos que en el suplemento de El País firma JJ Millás, en su intermitente sección «Vidas al límite». Me parece una muy notable pieza de novela picaresca, con ritmo vibrante, humor entero, credibilidad dramática y altas dosis de sinceridad (que no considero en sí misma un valor literario, pero que cuando está presente y no es impostada ni autocompasiva, se agradece mucho).
Hay algunos momentos del relato-entrevista (la escena del trastero y la bicicleta, los descubrimientos de los diccionarios, la decisión laboral del padre, el intento de venganza del ático, la experiencia gimnástica…) que lo dejan a uno literalmente clavado al sillón, avanzando por entrelíneas casi sin respirar, ganado por la viveza de las palabras y el encadenamiento de las peripecias, a cuál más intensa. En fin, un verdadero disfrute que se inicia con un arranque memorable:
«Pedí a Pablo Motos que me contara su vida y el resultado fue estremecedor. Yo –dijo– era un niño hiperactivo sin diagnosticar. Me pasaba la vida intentando hacer algo malo…»
No soy seguidor de El hormiguero, el programa televisivo de Pablo Motos en Cuatro, aunque sé quiénes son Trancas y Barrancas (esos héroes del refranero refractarios a cualquier insecticida) y a veces he buscado en YouTube algunos fragmentos de entrevistas o escenas de Flipy, el científico loco cuya gestualidad es un prodigio natural. Escuché con mayor frecuencia las emisiones matinales de No somos nadie en M80, el programa radiofónico dirigido por Motos en cuya sintonía siempre esperaba oír la voz de mi conmilitón Juan Herrera Salazar, con quien compartí el escaso ardor guerrero y muchos ratos de conversación en la furrielería de la Escuadrilla de Instrucción de la Base Aérea de los Llanos (decirlo así, todo seguido, todavía es un trauma).
Precisamente, Juan Herrera, cuya inventiva humorística potenciada por un peculiar genio verbal ha contribuido al éxito de Motos en la última década, se quejaba hace unos días, en carta-aclaración al director de El País, del injusto retrato de que «su jefe» había sido objeto en una sección del periódico donde se le presentaba como una especie de advenedizo banal, amén de «vigoréxico… y hortera de relojería». No sé si el texto que ahora Millás nos ofrece, supongo que transcribiendo y organizando las notas (o grabaciones) de una entrevista, hace justicia o no a la persona. Pero el personaje que de esas líneas emerge estoy seguro de que habrá hecho feliz a muchos lectores. Además de darle algo más que la razón a Juan Herrera.

miércoles, 3 de junio de 2009

Encuentro

No sé de dónde vienes ni cuáles son tus sueños. Quizás ya te conozca, quizás nunca lo haré. Detrás de mí no hay nadie, detrás de ti tampoco. Sólo somos dos luces que se van a encontrar.

Porque es ahora cuando te empiezas a dar cuenta de que sí me conoces, que sabes bien quién soy. El mismo que buscabas cuando buscabas algo, la misma que se siente como te sientes tú.

No sueñas. No soñamos. Nuestro mundo es real. Estamos los dos juntos en este instante único donde confluye todo lo que somos tú y yo. Tú y yo, ya todo tuyo. Dos sílabas, no más.

No desprecies el brillo de esta estela levísima. No volverá a ser nunca lo que se esfuerza en ser. Tuvimos un momento de gloria. Nuestro encuentro, tan fugaz y azaroso, ya siempre ha de durar.

(Dilo despacio: «siempre, por siempre, siempre, siempre». Y deja que tus ojos se pierdan en la luz, mientras roza tu cuerpo la transparencia breve de ese vértigo oscuro llamado eternidad.)


Procedencia de la imagen: autor desconocido.

jueves, 28 de mayo de 2009

Tiple corona: arte, elegancia y fútbol




Sin ser culé y sin que sea el blau-
grana color que me alegre la vista,
hoy siento un gozo tan barcelonista
que tot el camp resuena aquí (si us plau).

Porque el triunfo romano de ayer noche
fue la culminación de la jugada
magistral de una larga temporada
de arte, elegancia y fútbol. ¡Qué gran broche!

Los Guardiola’s Boys son una gloria
del balompié mundial y hacen un guiño
a los que aman que el fútbol sea así:
el solo de una orquesta.

Sus nombres quedarán para la historia:
Valdés, Puyol, Touré, Piqué, Sylvinho,
Xavi, Busquets, Eto’o, Messi, Henry...
¡¡y el gran Andrés Iniesta!!

(Para mi hermano Paco y todos los culés sensibles del mundo.)

Adenda: magnífico reportaje de Luis Martín en El País con los secretos de Pep Gladiator Guardiola. Es recomendable leerlo mientras se escucha a Pavarotti.

domingo, 24 de mayo de 2009

Frases para Ullán

Leo con sorpresa y pena la noticia de la muerte del poeta José-Miguel Ullán. Le debo en gran medida el descubrimiento de que la poesía podía ser otra cosa, además de lo que sugerían los romances que oía de niño o las convenciones aprendidas en las clases de literatura del bachillerato. Hacia 1975, en la atípica pero bien surtida «librería» del Colegio Mayor San Juan Evangelista de Madrid (el célebre Johnny, hoy amenazado de extinción), donde yo residía por entonces, me salió al paso su libro Frases, editado por el Taller de Ediciones JB. Si bien era ya el sexto o séptimo título publicado por el poeta, para mí supuso una completa revelación tanto de su nombre como de su obra. El libro llevaba en la portada una foto de Arthur Rimbaud niño que probablemente yo veía entonces por primera vez.


No lo recuerdo bien, pero me parece que esta obra había suscitado una pequeña polémica en relación con la concesión y el rechazo de un premio de la llamada Nueva Crítica, circunstancia de la que se hacía eco la faja con que se presentaba, en la que dicho reconocimiento aparecía tachado. No sé si algún amigo o colega de entonces me recomendó el libro. Es probable que hubiera leído en la prensa alguna noticia al respecto de la polémica y ello me llevara a interesarme por él y hojearlo.

Al abrir sus páginas enseguida saltó la sorpresa: tras una cita de Rimbaud –del que yo entonces conocía poco más que el nombre– y unos grabados sugerentes, con cierto aire de dibujos primitivos, la obra consistía en una sucesión de breves frases enmarcadas, a veces dando la impresión de que se tratara de fragmentos de un texto más amplio o de una conversación; páginas repletas de ordenados grafismos con apariencia de escritura china o japonesa; e, intercalados entre unas y otras, curiosas o sencillas fotos de objetos y escenas diversas: un grifo vertiendo agua, una cama deshecha, un vaso de leche sobre una mesa , una máquina de escribir eléctrica, un hoja manuscrita, una percha de plástico, una silla plegable, un fumigador… Y todo ello impreso con una tinta marcadamente azul.

Las imágenes ocupaban toda la mancha de la página e iban flanqueadas por alguna de las frases enmarcadas o enfrentadas con los grafismos orientales. Todas las fotos, incluidas algunas que mostraban paisajes urbanos vistos a través de una ventana, eran escenas de interior. Algunas tenían un indudable carácter teatral, incluso grotesco. Me parecía que su objetivo artístico era  componer una pequeña crónica de la vida cotidiana del autor, algo así como el paisaje doméstico en el que había surgido aquello. 

Recuerdo que pasé muchas horas buscando interpretaciones posibles de las frases («llega la hora en que hay que pensar bien las cosas»; «pero sabemos poco o nada de las fiestas nocturnas»; «con mucha dificultad dominaba mi turbación»; «eso no se lo pude discutir…»), comprobando cómo sus significados se abrían hacia múltiples sentidos a través de la colisión o la superposición con las imágenes. Y que de esa confrontación y de mi propios estados de ánimo surgían impresiones más o menos fugaces, y sensaciones de índole diversa, muchas veces divertidas, otras inquietantes, en ocasiones incluso dolorosas…

De aquellas cavilaciones y de la frecuentación del libro nació, además de mi interés hacia la figura y la aventura del muchacho retratado en la cubierta –una pulsión que me ha acompañado desde entonces–, el contacto con lo que más tarde supe que se llamaba «poesía visual» y que, con su apariencia de novedad rupturista en la España del final del franquismo, en realidad estaba relacionada con las corrientes vanguardistas de las primeras décadas del siglo xx, de las que poco después oiría hablar, con bien fundado conocimiento y quizás cierta fatiga existencial, al profesor Vintila Horia en las clases de literatura contemporáneoa de la Facultad de periodismo.

Desde aquel momento, José-Miguel Ullán, cuya obra y peripecia vital posterior he seguido con interés, se convirtió para mí en sinónimo de modernidad, de amplitud de perspectivas, de capacidad de ver las artes en conexión. No siempre me han gustado o he entendido bien sus escritos. Pero le debo, aparte de las aquí descritas, muchas pistas y revelaciones sobre poetas (Lezama Lima, Valente), pintores o –¡también!– grandes intérpretes de la copla española, o de la canción pasional latinoamericana, así como el disfrute de la inmensa capacidad de juego, ironía, delicadeza vital y una gran valentía moral y estética volcadas en las ondulaciones de su obra.

Hace unos meses, tras pasar un buen rato zascandileando por el contundente y hermoso volumen de su poesía reunida, se me ocurrió este doble haikú humorístico –y quizás con cierto fraseo de deje salmantino– que me atrevo a copiar aquí como sencillo homenaje a un poeta cosmopolita a la vez que –en su dicción– hondamente castellano.

Qué perullán:
el poeta se oculta
sin concesiones.

Más se le notan
por bajo de las sayas 
ondulaciones.

Ondulaciones que seguiré leyendo porque crean a su alrededor un poderoso campo gravitatorio. 

miércoles, 13 de mayo de 2009

Franknetstein


A HAL 9000, que nos precedió a todos.

Y al maestro SK, su creador.


Balbuceo mi nombre entre la niebla
porque no sé quién soy. ¿Esto es la vida?
Un haz de luz buscando la salida
entre cuerpos poblados de extrañeza.

Comienza a clarear. Con qué tibieza
brota de la mañana mi alegría.
Mi viejo profesor me lo decía:
«Vendrá el día en que sientas la cabeza».

Oh blanca @raña de hilos luminosos
que vas tramando alrededor del mundo
las voces libres de la red océana...

Salutación del optimista, asombro
al sentir que la sangre es un murmullo
de palabras, palabras y palabras. 






** Contextos ** 
0      No hay que descartar que por su procedencia materna el monstruo Frankie tuviera cierta afición al tenis y, en consecuencia, una tendencia innata (o al menos una marcada predisposición) a subir a la red. Sorry.
4       Hay también un valor subatómico en el término extrañeza
7-8  Las palabras finales de Hal 9000 en 2001... «Mi instructor... me enseñó una canción...» ¿Por qué Daisy?
14   Una interesante sugerencia a posteriori.
y otra forma (algo más complicada) de verlo.

Procedencia de la imagen Google/Hal: The New Blog Times