jueves, 19 de enero de 2023

RESONANCIAS

 

Marianne von Werefkin: Luz de luna, 1909 o 1910. Tomado de Wikimedia Commons.

El agua en invierno duerme sola.
Agua sola en el invierno duerme.
En invierno sola duerme el agua.
Invierno duerme en el agua sola.
Duerme agua sola en el invierno.
Sola en invierno el agua duerme.
(LUN, 496 ~ «Amo idioma/dados»)

miércoles, 18 de enero de 2023

ENTRE ÁNGELES

Ilustración © Javier Serrano
En aquel tiempo, todos teníamos un ángel. Si eras limpio de corazón y de sentidos despiertos, fácilmente podías ver su sombra en la cabecera de tu cama. Ayudaba mucho que la cama fuera de metal niquelado y que la luz penetrase en tu cuarto a través de un gran ventanal. También resultaba sencillo sorprender el bulto de tu ángel andando a tu lado, o un poco por detrás, camino del colegio en los días de niebla. Con frecuencia te dabas cuenta de que el ángel te estaba mirando al entornar una puerta o al pasar delante del escaparate de la tienda de lámparas. Uno de sus milagros más comunes, a la vez que la mayor prueba de su existencia, era el baile de motas de polvo al trasluz que el ángel ejecutaba para ti en los lugares más insospechados y en momentos que parecían robados al sueño y que, por eso mismo, contemplábamos con ojos bien abiertos. El ángel, nuestro ángel de la guarda, era el primer amigo imaginario. Y como ocurre con todos los amigos, no siempre nos llevábamos bien con él. A veces nos agobiaba su presencia en situaciones que exigían total intimidad. También temíamos que en el fondo fuese sólo un espía. O, aún peor, un chivato capaz de vendernos a las primeras de cambio revelando a los demás cosas que eran secretas incluso para nosotros. Con el paso de los años, esa sospecha podía volverse insoportable y con frecuencia llegaba el momento en el que el ángel se convertía en un grave problema. Entonces intentábamos deshacernos de él pintando cruces rojas en las encrucijadas, dejando vasos de agua en la mesilla de noche, o inventándole nombres descabellados que escribíamos en grandes carteles por toda la ciudad. Perplejo, alicaído, tal vez abochornado, el ángel no tardaba en dejarse vencer por las continuas burlas y poco a poco se iba desfigurando hasta borrarse por completo de nuestro horizonte. Si tenías suerte, una mujer de luz le tomaba el relevo y la vida seguía su camino sin nostalgia de ángeles. Pero no podíamos estar del todo seguros de que el secreto que el ángel conocía hubiera desaparecido con él. O que no se lo hubiese comunicado en sueños a la mujer de luz, de modo que lo que hasta ese momento creíamos ternura o incluso amor, en realidad fuese sólo la flor de la misericordia. En aquel tiempo, todos teníamos un corazón limpio y la alegría era una planta que brotaba en cualquier lado.
(LUN, 497, «Los figurantes de Javier Serrano», 2ª ed)

martes, 17 de enero de 2023

METÁFORAS DEL RÍO

«Pienso en el Ganges…, el peso de su significado», leía. Y en su cabeza, “junto al humo sobrado de la noche”, se iban abriendo paso, camino del corazón, palabras trenzadas como ramos de flores silvestres que dejaban su perfume y sus “intentos de fuga”, tal vez con ese gesto que muestra que “ir detrás del amor que ya no corresponde” es como intentar “subirse a un tren que nadie conduce”. El curso de estas aguas nos atrapa y nos incita a “hallar la luz donde la sombra acaba”, acaso porque “así es el Ganges, servidor de la vida y de la muerte” y “es la tristeza un nenúfar que flota en el río y no se ahoga”. Y al contemplarlo “puede el sueño llegar más allá de lo visible” y despertar en el centro consciente de la vida, allí donde tiene “la muerte el peso de su significado”. «Flores en el Ganges»: quien las miró las cuenta.

(LUN, 498 ~ «Otras voces, 2», para Pilar Aranda, en la complicidad del Humo).

lunes, 16 de enero de 2023

EL BOL DEL FÚTBOL

Antonio Berni: El equipo de fútbol o Campeones de barrio, 1954. Colección particular.

El fútBOL es una paráBOLa, una pasión diaBÓLica, un arreBOL venido directamente del televisor a tus mejillas, a veces —según veo— el peligro continuo de sufrir una emBOLia, también un asunto de BOLudos, BOLingas o meramente BOLos, si bien en ocasiones puede convertirse en un tréBOL de cuatro hojas, el óBOLo que te salva del tedio del final de la tarde, quizás un BOLso lleno de sorpresas, de BOLetos de tómBOLa que vocea y reparte la suerte en días feriados, dictando con ello, tal vez, una momentánea y urgente dizque aBOLición de malas vibras, aunque el diáBOLo a menudo se tuerce y en su bamBOLeo cae en lo sembrado y crea gran BOLlicio, todo por la exaltación planetaria de una BOLa, sin descartar el minucioso emBOLado que supone, con su BOLsa sonante, su siembra a BOLeo de intereses ceBOLlinos, o incluso su metaBOLismo colérico frente al que no logra imponerse la pasión de un gran símBOLo, por más que en ocasiones se manifieste con un toque medio BOLchevique, aunque más a menudo semeja un BOLero con vocación de tango, sin descartar alguna forma imprevisible de que te den BOLeta, o te pase por encima un BÓLido de sensaciones vidriosas, casi una variante bastarda del encaje de BOLillos, en algo que siempre siempre siempre es una hipérBOLe: la paráBOLa (ya se dijo) de la BOLita que no cesa de rodar, ese hipnotismo o pura fascinación de lo que va y vuelve.

(LUN, 499)

domingo, 15 de enero de 2023

LA ÚLTIMA INSTRUCCIÓN

Georges Perec (1938-1982). Foto © Anne de Brunhoff.

El juego, como la vida, tiene reglas que es preciso ir acomodando a cada paso, no tanto para que se cumplan el fracaso o el éxito —al fin al cabo “ambos impostores”, ya sabemos— como por la inexcusable condición de que se mantenga la llama encendida y no del todo arrumbadas las ganas de jugar. Esto es, mientras dure y pese a todo, un invento constante: siempre hay alguna puerta por abrir, y a nosotros nos corresponde buscar la llave adecuada o, en muchas ocasiones, fabricarla a propósito sobre la marcha, sin descartar la necesidad de recurrir a utilizar —tres urgencias hacia una acción impredecible— los dientes para forzar los cerraduras. La vida, dijo el poeta en un momento de máxima lucidez y tristeza, no es noble, ni buena ni sagrada. Pero mientras nuestra conciencia no nos muestre otra realidad transitable es lo único que tenemos. De modo que lo mejor será ver la manera de llegar al final de este vademécum sin PERECer en el intento ni ser conquistados por el diente roedor del tedium vitæ. ¿Y qué mejor recurso para ello que calcar la actitud del último invitado, nada más y nada menos que ‘El viejo pintor que hizo caber toda la casa en su tela’? El libro de Perec es ese lienzo. Serezhade camina de puntillas por él, como sonámbula. Han sido unas cincuenta noches en las que han ido compareciendo, y por su orden, los 179 personajes de la novela de la vida y que, oh casualidad quizás causal, Serezhade coloca en su LUN 500, cifra esencial de la obra y fulcro de esta aventura que alcanza aquí su meta volante. Gracias, maestro, está bien lo que bien perece.

(LUN 500 ~ «Perec al paso», y 179) 

sábado, 14 de enero de 2023

Un tal González

Felipe González, en Bellavista, Sevilla, a finales de los 60.
Foto (c) Pablo Juliá.

(En voz alta). Magnífico el libro que Sergio del Molino ha dedicado a Felipe González. Una novela (insisto: novela) excepcional. Entre sus página me ando. Y recreando sensaciones parecidas a las que hace unos años tuve con otra “novela” también espléndida, tal vez definitiva en lo suyo: «Crónica de un instante», de Cercas. Como los medios de hoy permiten leer en cuatro o cinco dimensiones, gracias a la virtud de la tecnología aplicada a la realidad, salto a menudo de las páginas del libro al Google o al YouTube y localizo y visualizo algunos documentos citados para comprobar la exactitud de las descripciones. De esta muy conocida (?) pero poco divulgada foto que Pablo Juliá le hizo a su amigo González a finales de los sesenta (1968) SdM escribe: «… en su casa de Bellavista, en verano, un jovencísimo González se apoya en el capó de un coche. Lleva una camisa de cuadros de manga corta y fuma lo que queda de un purito, casi una colilla. No parece darse cuenta de que lo están retratando. Atento a algo fuera de cuadro, sonríe a medias con los ojos entrecerrados». Algún otro detalle se podría describir: lo que refleja el retrovisor del coche, la cara de niño o niña que cruza ante el objetivo (al parecer, una sobrina del retratado) ... Y queda la duda de lo que el joven FG se trae entre manos. Cualquiera diría que se está liando un truja, pero es mucho decir. Vuelvo al libro.

RECOSIENDO EL TAPIZ DE LA NOCHE

Las luces de la noche sobre Jemâa el-Fnaa (جامع الفناء), en Marrakech.
A partir de una foto de Getty Images.

Estábamos ya instalados en la noche 501 en el viaje de vuelta cuando Sherezade irrumpió en la estancia y, sin pedir permiso, mirando con descaro al coro de oyentes —aquello parecía la halka de Jemâa el-Fna en plena hipnosis— hizo unos gestos como de director de orquesta y dijo: «A ver, los que hayan venido a escuchar chistes que se pongan a este lado; los que busquen cotilleos políticos o inguinales, a este otro; y los que vengan detrás de las quisquillas de la marea baja, aquí delante». Esperó unos minutos y como no se producían los movimientos que sin duda ella esperaba —tenía previsto rematar la intervención con una expulsión general al grito de: «Esto es el Cuento de Nunca Acabar»–, volviose al epicentro de la escena y, mirando de soslayo a la ventana por donde solía sorprenderla la primera luz, no pudo por menos que sonreírse para sus adentros. Y luego entornó el libro.

(LUN, 501)