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Gustave Caillebotte: Calle de París en un día de lluvia (detalle), 1877. Art Institute of Chicago. |
(LUN, 799 ~ Las cosas de Nostra)
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Gustave Caillebotte: Calle de París en un día de lluvia (detalle), 1877. Art Institute of Chicago. |
(LUN, 799 ~ Las cosas de Nostra)
EL DON CREADOR IRREFUTABLE QUE SURGE DE LA MERA EXPOSICIÓN DE LOS HECHOS SUJETOS POR LA ACCIÓN DE SUS PROTAGONISTAS
(En voz alta). La imparable proliferación erratil, tan errátil ella, hace ya hace tiempo que firma parte de guerra permanente en el mundo que nos rodea, e incluso se convierte en una palanca creativa nada desdeñosa, yate digo, cuando es sólo modesta nave o incluso barquichicuela, o cosas así. En fin, bromas aparte: no dejen de leer este interesante artículo sobre “el mal de nuestro tiempo” en lo tocante a la comunicación escrita y, especialmente, en todo lo que tiene que ver con la edición, en cualquiera de sus formatos. La verdad es que hace ya mucho que uno de los asuntos recurrentes de conversación con mis queridos colegas del mundo editorial es el creciente desprecio hacia la corrección de errores, erratas incluidas, hasta el punto de que solemos coincidir en contarnos experiencias de cómo, una vez evidenciada y con pruebas palpables la mala calidad de esta o aquella publicación, la respuesta suele ser la indiferencia o incluso el desprecio. Y, como consecuencia, la inacción: y así las criaturas erróneas se multiplican como roedores. Y eso incluso entre personas consideradas cultas (profesores, periodistas, poetas…), que a menudo fruncen el ceño cuando se subrayan estas evidencias y no cesan de ofrecer una de las pruebas más claras de que el mal ha calado muy hondo.
Francisco de Goya: El sueño de la razón produce monstruos, 1799.
Grabado de la serie ‘Los Caprichos’.
Estaba en lo mejor de mi sueño de felino, cuando me despertó aquel estruendo de aleteos, un horrísono piar desacordado envuelto entre frenéticos golpeos de garras, picos y membranas agitadas en el aire. Levanté la cabeza y vi que mi amo se había quedado profundamente dormido sobre lo escrito y que, acaso trastornado por lo que ya no podía soportar más, estaba dando rienda suelta a todos sus demonios interiores. Era el caso que la habitación se había llenado de un aire mefítico tan espeso y pestilente que se me volvía del todo imposible seguir dormitando en mi rincón favorito, donde sólo unos pocos logran darse cuenta de que estoy allí y de que, pese a la pastosa confusión, la falta de memoria y, más aún, el olvido, mi asombro vibra.
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Portada de Ana Juan para el número de marzo de The New Yorker. Cortesía de SPM. |
Cuando se acercaba la siguiente noche, Cherezada sintió que alguien le hacía señas desde el otro lado del Libro. Como el que se levanta en medio de un sueño y anda un rato por la habitación, tal vez consciente de estar rozando los umbrales de otra vida, se plantó ante mí y, mientras deslizaba bajo mi almohada una papel impreso, me dijo: «Quieren que dejemos de fabricar Piedad».