El profesor Adradaos, en una imagen de la fototeca de la RAE
(En voz alta). Morir a los 98 años, que es lo que acaba de ocurrirle al gran filólogo y académicoFrancisco Rodríguez Adrados, no debería computar como muerte sino como tránsito, sobre todo si se produce tras una vida tan plena y cuajada de hitos memorables. Los que aún alcanzamos a estudiar en nuestra adolescencia y juventud algo de griego, en aquel bachillerato de entonces acaso más denso e intenso que muchos posgrados actuales, nos hemos ido tropezando con su nombre —y con su saga— repetidas veces. Y siempre para bien. Hasta el punto de que ya forma parte de una especie de Partenón de las humanidades donde hay otras ‘cariátides’ con los rótulos de Tovar, Galiano, Pabón, Alarcos, García Yebra o el propio Emilio Lledó, tal vez ya el único superviviente de la "balsa" de la antigua sabiduría. Uno de los más destacados continuadores de esa tradición, el profesor Carlos García Gual, dice al final de la necrológica del que fue su maestro que «todos somos irrepetibles, pero don Francisco más que nadie». Irrepetible, inolvidable e insuperable, me atrevería a apostillar... si no fuera porque la memoria de largo alcance es una especie en peligro de extinción y la superación va a ser muy difícil de medir cuando ya no existan parangones. Ni acaso capacidad de comprensión para hipérboles como la que oí (¿o soñé?) esta mañana muy de mañana en la radio: «Ha muerto Homero a punto de cumplir un siglo de vida». Larga vida a la sabiduría. Aquí pueden escucharse todas las conferencias que el profesor Adrados pronunció en la Fundación Juan March. Cortesía: J. A. Montano.