Ilustración ©️Javier Serrano, 2020 |
Si queréis saber de verdad qué es realmente estar solo podéis echaros a andar junto un muchacho de 19 o 20 años que avanza, a pleno sol o cuando ya ha empezado a caer la noche, por las calles de una ciudad activa y bulliciosa, incluso frenética y brutal. Y aunque ese joven habla con todo el mundo y a todo el mundo saluda, siente que nadie le ve y que él tampoco ve a nadie.
En aquella época borrosa de hace más o menos medio siglo, los lugares por los que transitaba mi vida eran sólo un decorado de cartón piedra casi inerte, sin más significado que su presencia muda y teatral. En ocasiones pienso que entonces yo vivía dentro de un sueño por el que daba vueltas circulares como un ratoncillo dentro de su jaula: desde el Jardín a la Plaza, desde el Río hasta la Ermita, desde el Bosque de Álamos ya enfermos hasta la Estación del Tren.
Tales eran, por entonces, mis tristes y repetidas rutas de cobaya. Y hay mañanas, al despertar, mientras me dirijo desde la cama al cuarto de baño, que aún me asalta la duda de si de verdad he conseguido salir de esa clausura.
En aquella época borrosa de hace más o menos medio siglo, los lugares por los que transitaba mi vida eran sólo un decorado de cartón piedra casi inerte, sin más significado que su presencia muda y teatral. En ocasiones pienso que entonces yo vivía dentro de un sueño por el que daba vueltas circulares como un ratoncillo dentro de su jaula: desde el Jardín a la Plaza, desde el Río hasta la Ermita, desde el Bosque de Álamos ya enfermos hasta la Estación del Tren.
Tales eran, por entonces, mis tristes y repetidas rutas de cobaya. Y hay mañanas, al despertar, mientras me dirijo desde la cama al cuarto de baño, que aún me asalta la duda de si de verdad he conseguido salir de esa clausura.
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