miércoles, 22 de abril de 2020

La Madre

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¿Qué hubiera pensado ella de los días de la peste? ¿Cómo los hubiera vivido? ¿Cuáles hubieran sido sus reacciones, sus dichos, sus rezos, sus énfasis? Al cumplirse un nuevo aniversario, con cifras de tres dígitos que ya van teniendo una dimensión no manejable y que, bajo circunstancias por completo inesperadas, parecen introducirlo en otro modo de existencia de la que cada mañana no es fácil hacerse cargo, en tales circunstancias ha recurrido a lo más cercano y evocador que aún conserva de ella: su propia imagen en los ojos de los otros. Y ha sonreído con su mejor sonrisa, que dicen que es la sonrisa de ella, y que ella a su vez decía que le recordaba tanto a la de su propia madre —la abuela Josefa, que él no conoció—, cuando alguien muy cercano, al verlo mandil en ristre y rodeado de sartenes, le ha dicho: «¡Hay que ver cómo te pareces a tu madre!».
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martes, 21 de abril de 2020

Bienvenidos


(En voz alta). Este mediometraje documental dirigido por Javier Fesser es de 2017 y supongo que ya ha tenido cierto recorrido. Pero yo lo desconocía hasta hoy. Y me han seducido y rendido su frescura, ternura y calidad. Un poco largo para los usos instantáneos y nerviosos de estas redes, merece la pena sin embargo que le dediquen su tiempo. No se arrepentirán. De nada.

El invisible (s)

Fotografía de Abelardo Morell.
Uno de los primeros síntomas del retorno a la normalidad —quién lo hubiera creído tan sólo unos días antes— fue la reaparición del Invisible en un rincón de la casa confinada después de meses de haberle perdido la pista. No quise indagar sobre dónde se había metido ni le hice pregunta alguna sobre su aspecto más blanquecino y claramente decolorado, sin duda fruto de haber tomado poco o nada al sol. Me limité a entregarle el papel que le correspondía en la serie en curso y le pedí que lo interpretara con su habitual solvencia. Cosa a la que el Invisible, gran profesional donde los haya, se ha aplicado sin vacilación, ni excusa, ni reticencia ni páseme usted el río ninguno. De hecho, me acaba de brindar, con rigor interpretativo y extraordinaria contención verbal, una de sus mejores intervenciones. A las pruebas me remito. No me digan que no lo ven. Y por eso mismo.
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lunes, 20 de abril de 2020

Arcoíris en Posperidad

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(Al hilo de los días). La Prospe, ayer por la tarde a la hora de los aplausos, desde mi ventana. Nótese el especial brillo de los pasos de cebra, que parecen estar diciéndome: «¡¡Písame!!»

Adagia andante (6)

Formular teorías sobre la poesía es teorizar sobre nuestra posibilidad de conocer el mundo. Y tiene el peso de la gravedad.
¿Y qué decir de la moral del poema? Tal vez nada distinto de lo que pueda decirse de la moral en sí.
Y luego está lo que ocurre con el romanticismo, que es muy a menudo la enfermedad de la poesía. Y más a menudo aún su salvación.
Vivimos —claro, ¿dónde si no?— en la mente.
El poeta debe tener otras habilidades. De ellas depende el acarreo de materiales útiles y hasta imprescindibles para armar el poema. Es muy conveniente, por ejemplo, conocer —y dominar— la minuciosa ciencia de los astilleros: el poema debe ser un barco capaz de navegar en todo tipo de aguas y corrientes.
La poesía está en todo. Todo poema es una recolección. Si bien tal vez sólo podamos recolectar aquello que ya está en nosotros.
En cierto modo —también en modo cierto— todo poema es un autorretrato. Poesía es carácter. Y el poema un destino.
Sentir con la mente, pensar con los sentidos: ambas son transmutaciones esenciales para el poeta. (Un poeta no es otra cosa que un sensible obrero del pensamiento altamente especializado).
Un poema es simplemente un gesto personal, un modo privilegiado de mostrar (¿lucir?) una máscara.
Y al leerlo —cuando de verdad se lee y se lee de verdad—, el poema compromete toda la vida.
La verdad del poema no tiene contraindicaciones. Siempre señala la dirección correcta. Aunque pueda resultar incomprensible.

Alessandro Marcello (1673-1747): Concierto para oboe en re menor (andante y spicatto). Oboe barroco: Alfredo Bernardini. Ensemble Zefiro. Arcana.
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Doña Pandemia y otro

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Lon Chaney, en su papel de payaso en Laugh, Clown, laugh (1928), de Herbet Brenon.
—Vaya, doña Pandemia, ¡al fin la veo!
—Pues ya ve, no sé de qué se extraña.
—Se me hacía raro, con la que está cayendo, no habérmela cruzado todavía...
—Irá usted ciego, que si no...
—No sé. Pero oiga, si me permite...
—Sí, dígame.
—El nombrecito ese suyo...
—¿Qué le pasa a mi nombre?
—Suena un poco raro, antiguo incluso. Y como a enfermedad.
—No sé. Todo depende. En mi pueblo es frecuente. Y a mis amigas les gusta.
—¿Sus amigas?
—Sí, Teódula, Pancracia, Patrocinio y Anselma.
—Seguro que son todas muy simpáticas.
—Gente, más que nada, de fiar.
—¿Y su pueblo de usted...?
—¿Qué le pasa a mi pueblo?
—No, nada. ¿Cómo se llama?
—Pedrosillo del Río Malo. Un buen lugar
—Seguro. ¿No son de ahí los garbanzos esos tan finos a la par que sabrosos?
—Alguno habrá. Pero lo que allí hacemos bueno son sobre todo los botijos de trampa.
—Ah, qué curioso.
—Y las mascarillas de fieltro verde.
—¡No me diga!
—Sí, son las mejores para catar colmenas.
—O sea que tienen ustedes buena miel.
—Superior.
—¿Y de qué pastos?
—Pues mayormente romero y algo de encina. También hay buenos cirios.
—¿Cómo dice?
—La cerería, tampoco se da mal.
—Claro, lo aprovechan todo.
—No están los tiempos para ningún asco.
Y como la gente de aquí tiene esa costumbre...
—¿De qué?
—De morirse. Ya ve.
—Ah, entonces...
—¡Entonces! ¡Ni que fuera usted memo!
—O sea que...
—¡Ande y lárguese de una vez!
—¿Yo? ¡vaya! ¡ya voy!
—¡Menudo estafermo está usted hecho!
—Pues usted no digamos, ¡so lagarta!
—¿Lagarta yo?
—¡Ya le digo!
—¡Habrase visto! ¡A qué le atizo!
—¡Más que Pandemia tenía usted que llamarse Pandemonia!
—¡Yo le atizo!
—Si me pilla...
Y finjen que se pegan escobazos y salen de la pista como aquellos payasos del circo que tanto nos gustaban (aunque a menudo también nos daban miedo).
(Con la actuación especial de “Los Merluzos” disfrazados de payasos)
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domingo, 19 de abril de 2020

Voyou*

La imagen puede contener: gato
 Imagen de autor desconocido, tomada de un anuncio de Agrocampo.
Lo ve todas las mañanas en el balcón de enfrente, encaramado en la barandilla con enorme elegancia y manteniendo una posición de equilibro casi inverosímil. Da la impresión de que no siente ningún miedo a caerse, acaso porque sabe que tiene más oportunidades bien guardadas en su naturaleza y que nada en la vida es comparable a la sensación de poder sentir el espacio gravitando alrededor del cuerpo, mientras uno está instalado en la más completa quietud. La otra noche le pareció verlo merodeando por uno de sus sueños indóciles. Aunque tal vez se confundió y aquellos ojos verticales y prietos como un corredor sin salida probablemente fueran los de Voyou, el gato francés con el que compartió unos meses, tal vez algo más de un año, de su vida. En los días de la peste, estas imágenes van y vienen como a su antojo y a veces él tiene la impresión de que se le quedan mirando.
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Voyou era el nombre del gato de mi amiga bordolesa Mireille Tabouy. 
Tenía mucho carácter y una especie de pajarita blanca en el cuello (el gato, claro). 
Curiosamente, durante el tiempo que conviví con él yo leía con gran entusiasmo 
las obras de Rimbaud, al que algunos de sus amigos también llamaron «Le Voyou». 
Coincidencias.