(Visiones en voz alta). Lo de Bill Viola ("el del ojo en vilo") en el Espacio Fundación Telefónica (Fuencarral, 3, Madrid) vuelve a ser otra prueba de que el arte reside —sobre todo— en nuestra mente. Hay tanto que contar que lo mejor será dejarlo todo en una invitación en clave: vayan, infórmense como mejor puedan, asimilen cuantas historias les salgan al paso, respiren hondo y cuenten sus impulsos, y después, sala a sala, sorteando cabezas y brillos de pantallas, entre los dolientes, los cuatro elementos sincrónicos, los prodigios y espejismos del desierto con los cuerpos encontrados, el entrefilo de las dos mitades cortadas del ojo invisible de la luna —muy difícil de ver: si lo logran, lo entenderán todo—, las tres edades y su huida inexorable, la sed infinita en el estrecho margen que va del nacimiento al vuelo, o la mirada final del narcisista en los añicos del espejo..., tras esos 60, 70, incluso hasta 90 minutos, salgan de nuevo a la calle Fuencarral, recórranla a buen paso, viren hacia Hortaleza y acérquense a la iglesia-refugio de San Antón. Entren. Concéntrese. Observen. Reflexionen. Vivan. El arte marca urgencias tan relacionadas entre sí que, de continuo, nos muestra cuál es la cadena verdadera de la vida, tal vez el único indicio razonado e irracional que vuelve soportable este inmenso, bellísimo y brutal valle de lágrimas. Y déjense inundar por la finísima lluvia de invisibles neutrinos. Al fin y al cabo, no podemos hacer otra cosa. Y no en vano la exposición se titula «Espejos de lo invisible».
domingo, 8 de marzo de 2020
Bill Viola en Telefonica
(Visiones en voz alta). Lo de Bill Viola ("el del ojo en vilo") en el Espacio Fundación Telefónica (Fuencarral, 3, Madrid) vuelve a ser otra prueba de que el arte reside —sobre todo— en nuestra mente. Hay tanto que contar que lo mejor será dejarlo todo en una invitación en clave: vayan, infórmense como mejor puedan, asimilen cuantas historias les salgan al paso, respiren hondo y cuenten sus impulsos, y después, sala a sala, sorteando cabezas y brillos de pantallas, entre los dolientes, los cuatro elementos sincrónicos, los prodigios y espejismos del desierto con los cuerpos encontrados, el entrefilo de las dos mitades cortadas del ojo invisible de la luna —muy difícil de ver: si lo logran, lo entenderán todo—, las tres edades y su huida inexorable, la sed infinita en el estrecho margen que va del nacimiento al vuelo, o la mirada final del narcisista en los añicos del espejo..., tras esos 60, 70, incluso hasta 90 minutos, salgan de nuevo a la calle Fuencarral, recórranla a buen paso, viren hacia Hortaleza y acérquense a la iglesia-refugio de San Antón. Entren. Concéntrese. Observen. Reflexionen. Vivan. El arte marca urgencias tan relacionadas entre sí que, de continuo, nos muestra cuál es la cadena verdadera de la vida, tal vez el único indicio razonado e irracional que vuelve soportable este inmenso, bellísimo y brutal valle de lágrimas. Y déjense inundar por la finísima lluvia de invisibles neutrinos. Al fin y al cabo, no podemos hacer otra cosa. Y no en vano la exposición se titula «Espejos de lo invisible».
La carne fría
AJR: «Disparo automático sin víctimas mortales». Cuenca, Spain. |
A estas alturas la única pregunta pertinente tal vez sea esta: «¿Está usted seguro de no ser un zombi?»
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sábado, 7 de marzo de 2020
Los muertos
Antonio García Peris: «Retrato de la familia Sorolla en la Navidad de 1907». Museo Sorolla, Madrid. |
Parecía que no iba a funcionar, pero lo hizo: el quinto movimiento de la cucharilla produjo una onda esencial en la superficie fluida del café y poco a poco fueron perfilándose con nitidez todos los miembros de la familia, muertos hace ya muchos o algunos años pero salvados de la extinción por mor de un truco de barraca de feria —la Red también es eso— y que ahora los pone, con viveza extraordinaria, ante nuestros ojos. Aunque, si nos fijamos bien, en puridad somos nosotros, uno a uno, los que todavía luchamos —y denodadamente— por estar al alcance de los suyos, esos sus ojos tan ajenos a esta barahúnda interminable, tan libres de todos los agobios vírales, tan eternos y ternes frente al seguro acabamiento que aún —¡aún!— nos aguarda. La verdad es que no hay modo alguno de comprobar de forma irrefutable de qué lado están los muertos. Todo son visiones, estados de la mente, pura inercia orbital.
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viernes, 6 de marzo de 2020
Carne de tertulia
Galdós pensativo |
Criterios informativos
(Al hilo de los días). Coronavirus Today. Y no se pierdan este artículo de Nacho Escolar en el diario.es: 15 claves imprescindibles.
Divinas paradas
La conocida foto en que Ramón Massat logró retratar la prodigiosa estirada del cura guardameta fue tomada en Madrid, en 1959, en un partido entre “curillas”. Dicen las crónicas que, pese al instante milagrosamente recogido en la imagen, el disparo fue gol. |
«Lo que vuelve imbatible al fútbol frente a los demás deportes —nos dijo el padre Conrado después del partido— es que... ¡como Iríbar no hay ninguno!». Y se reía a carcajadas. Aunque daba unos tirones de patillas algo salvajes y a veces unos capones terribles con la parte posterior del silbato, a partir de aquel día empezó a caerme bien y hasta acabamos siendo medio amigos. De él aprendimos algunas canciones en euskera que aún recuerdo (Maritxu, nora zoaz eder galant ori?...) y los gritos de rigor en San Mamés. Y es que, por aquellos remotos años, ser del Athletic («Del Bilbao», que se decía entonces) unía mucho.
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jueves, 5 de marzo de 2020
La Odisea (o sea)
Cristina Garcia Rodero: vecinos del pueblo de Barcianos de Aliste (Zamora) contemplan las fiestas de la Mascaradas de invierno, 1990. |
Esperando a su Ulises, la señá Penélopa se las apaña para mantener a raya y como al tresbolillo a todos los moscones de Ítaca («que una tiene su pisquis», dice), aunque la impaciencia hace lo suyo y no puede reprimir una queja:
—¡Lo que tarda el jodío!
—¡Lo que tarda el jodío!
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