Era uno de esos días en los que resultaba imposible pensar en otra cosa. Y, sin embargo, eran las otras cosas las que iban sucediendo como a contracorriente, llenas de un nuevo significado, dignificadas en el puro valor de su existir.
Como un libro abierto. Fachada posterior del Hotel Puerta de América, Madrid.
Este campo de pruebas es un campo de minas,
escenario y pupitre, ring, pantalla, vistoso
diorama extendido sobre un fondo boscoso
desde el que emergen pájaros o fieras... Sus esquinas
del desierto o destierro son como concertinas
que disuaden del salto y convierten en coso,
más circense que táurico, el lugar del acoso
en donde las palabras te cercan. ¿Adivinas
el giro inesperado que ahora quieren brindarte?
¿Sabes por qué caminos inhóspitos te llevan?
¿Estás seguro, amigo, de que quieres seguirles
el juego, aunque te cueste? La vida está en zafarse
si el agua se desborda. Y estas líneas lo prueban:
el papel se ha llenado de espumas blanquecinas
que rompen las barreras más de lo que imaginas...
Y a todos los que esperan no sabes qué decirles.
Mattia Preti (atribuido): Diógenes con su linterna buscando un hombre honrado, s. XVII.
«Eso que se ve por ahí... ¿es lo que parece?», dijo sin saber qué hacer con su asombro, sin esconder su profunda decepción, ni el rictus de escepticismo.
J. M. William Turner: «El Temerario» remolcado a dique seco, 1839. National Gallery, Londres.
Nos vimos por última vez en el puerto cuando el sol ya había empezado a... Pero jamás estuve en ese puerto. De hecho, nunca lo vi. ¿De dónde nace entonces esa sugestión? ¿En qué nido se incuban los sueños? ¿Quién confiere a las palabras la capacidad de crear el mundo? Lo único seguro era que el sol ya había empezado su viaje de retorno.
(Visto y oído en voz alta). A todos los que estén subyugados, como es mi caso, no tanto por el fenómenoRosalía como por el arte que lo hace posible, les recomiendo vivamente esta lección magistral de Jaime Altozano que desentraña con gran brillantez algunas de las claves del taller musical de El mal querer, la obra que está conmocionando, y en diversas direcciones, el paisaje mediático en que nos movemos. Es un análisis muy preciso, rico, convincente y sugerente, que no agota el tema, pero lo desmenuza en lo relativo a su técnica combinatoria musical, al tiempo que proporciona pistas que invitan a seguir indagando. Porque, junto a sus sugerencias melódicas y en indisoluble unión con ellas, está el poema narrativo (con sus once capítulos o estancias), las palabras de la historia, un texto de rara perfección, ejemplar en cuanto a su composición rítmica y pleno de hallazgos metafóricos, de imágenes poderosas muy bien ensambladas y de una mezcla de registros poéticos (líricos, dramáticos, trágicos, coloquiales...) de enorme riqueza y eficacia (a la vista está).
Además, la intervención de Altozano contiene, entre los minutos 25-29, una muy interesante y lúcida digresión sobre los efectos positivos de Internet en la actual perspectiva artística de toda una generación de creadores españoles y sus nuevas audiencias.
Un saludo agradecido a mi amigo Alejandro GT, en cuyo muro pesqué el vídeo, al tiempo que le animo, si le apetece, a seguir profundizando en las claves literarias de una obra que cada vez se muestra más como «caudal y fuente» de numerosas influencias y confluencias.
(Visiones en voz alta: Rosalía dialoga con Jaime Altozano). Qué maravilla de explicaciones. Qué seriedad en el trabajo. Qué sencillez tan consciente. Todo un ejemplo. Comprendo que a algunos la reiteración en el elogio les puede resultar un poco exagerada. Pero es que hay mucha verdad, mucho trabajo y mucho atrevimiento. Y no ocurre todos los días.
Cuando el niño era niño, a veces se ponía delante de la puerta central del armario de luna y, reflejándose en el espejo, aprovechaba para dar rienda suelta a sus aficiones dramáticas, o meramente payasiles, y soñaba que era un cantante de éxito. Por entonces, uno de sus hermanos ejercía de gran admirador de Raphael y, como más de una vez lo había sorprendido en algún rincón de la vieja casa entonando e imitando los gestos del niño de Linares, el mimetismo de segunda mano se le imponía como un camino a seguir. El mimetismo y la extraña letra de aquella canción que tenía algunas palabras incomprensibles ("huipil", que entendía "güipil" o "güibir", y el "reboso", del que tardó años en comprender que era un "rebozo") y un ritmo y una dulzura, y un punto acaso de tristeza cómica, que lo conquistaron. Ahora, calculo que medio siglo bien largo después de aquello, cuando oigo por la radio esta versión de «La Llorona», hay una mezcla de alegría y asombro que me lleva a buscarla en los yutubes y dejarla sonando acá. Ángela Aguilar se llama la intérprete. Habrá que seguirle la pista.