Se encontraron a vista de las aguas.
—Me llamo Frank —dijo él—. ¿Y tú?
—Soy Perdita —respondió ella con timidez. Y añadió luego—: Pero todo el mundo me conoce como la niña de Raxoi.
(Cinemagias, 11). Junto con La naranja mecánica, que el propio director ordenó que se dejara de proyectar por sus posibles efectos "perniciosos", tal vez sea Eyes Wide Shut («Ojos cerrados de par en par», según la traducción del difícil título que me parece más sugerente), la película más polémica de Stanley Kubrick.
En varias ocasiones me he visto "obligado" a defender lo que a mí me parece un filme brillante y valiente frente a las opiniones de amigos o conocidos, incluidos admiradores del gran cineasta, que la consideran una obra menor en su filmografía, incluso una mala película. Naturalmente, para gustos colores.
Si pienso que EWS es no sólo una de las mejores obras de Kubrick sino la más personal, arriesgada y valiente de su carrera, así como un revelador testamento fílmico, se debe, entre otras muchas cosas, a secuencias como la que aquí aparece. Está protagonizada por una intensa y convincente Nicole Kidman que, literalmente, eclipsa a un Tom Cruise anodado por la revelación interpretativa de la que en muy poco tiempo dejaría de ser su mujer en la vida real.
La escena tiene, a mi entender, un claro espejo y referente en la secuencia final del testamento cinematográfico de otro grande del séptimo arte: The Dead» («Dublineses»), de John Huston.
En ambas casos, la memoria crucial de lo que pudo haber sido un paso decisivo en la vida, ligada a la indecible nostalgia de una pasión amorosa sólo presentida —mas con inolvidable intensidad—, es la materia emocional de sendas confesiones femeninas que dan cuenta de profundos secretos y deseos que, quizás como toda verdadera pasión, no pueden ser nunca satisfechos.
Teniers: El alquimista, 1631-1640. Museo del Prado, Madrid.
La conversación entre el Nobel y el Lector discurría por caminos más o menos previstos y paralelos, hasta que se llegó al tema de los paraísos artificiales. —La vejez es un colocón —sentenció el Lector. Y ahí quedó la cosa.
(A partir del diálogo entre Vargas Llosa y Savater en la Fundación Ramón Areces).
Las Ventas, 21 junio 2013:
María Dolores Pradera interpretó Fina estampa con Miguel Poveda.
Foto JRT, tomada de aquí.
(Resonancias). En la despedida de María Dolores Pradera, fallecida ayer (28 de mayo de 2018), he recordado la noche del mes de junio de 2013 en la que acompañó a Miguel Poveda en un concierto inolvidable, en la plaza de Las Ventas de Madrid. No sé si fue su última actuación en público. Probablemente. A mí me dejó un recuerdo imborrable: su elegancia, su saber estar y “ser” sobre un escenario, su esplendoroso, inteligente y valiente sentido del humor. En la larga «crónica poemática» en que describí mis impresiones de aquella noche había varias estrofas dedicadas a su aparición en escena, con alguna anécdota definitiva. Las reitero ahora a modo de agradecido homenaje. Adiós, señora.
El gran momento:
casi nonagenaria
y aún elegante,
Marías Dolores
Pradera, esa gran dama,
se une a la fiesta.
«Es todo un triunfo
estar aquí esta noche...
y no en urgencias».
Son sus palabras
y el público se entrega
completamente.
Es emotiva,
un testamento incluso,
su «fina estampa».
«Y ahora me marcho
por la puerta grande a...
llorar un poco»
(Son sus palabras
de nuevo, sin retoques,
¡tienen licencia!)
***
(Oído en voz alta, ❄️30). Y en la larga estela de ”La Praderita”, como delicadamente la llama su semihomónimo Prada (Amancio), me encuentro con este espléndido dúo que nos acerca a la Gran Dama cantando en gallego. Es difícil encontrar un asentimiento tan rotundo, y en todas direcciones, como el concitado por esta inolvidable mujer.
Pieter Bruegel el Viejo: El triunfo de la Muerte, 1562-1563. Museo del Prado, Madrid.
Cuando regresó del taller de restauración, los amantes del cuadro, en la parte inferior derecha, permanecían ajenos al futuro que ellos también habrían de sufrir. La noticia del día volvía ser el triunfo. De la muerte, claro.