SOL A LUNA: «ANÚLALOS».
viernes, 3 de junio de 2016
jueves, 2 de junio de 2016
Litœral
La voz del mar
(En homenaje a César Vallejo).
Procedencia de la imagen: Fundación Letras del Mar
(Rescatada de los Arcones de la Posada.
Primera publicación: 02/06/2009; 00:39.
Recientemente he podido comprobar que el verso de Vallejo,
con el que se inicia el soneto «Intensidad y altura»,
me viene persiguiendo desde 1973.)
miércoles, 1 de junio de 2016
Primera luz de junio
No se aprenden lecciones. De la vida,
y de eso que se llama `la vida´ aunque no sea
más que un puro existir sin nada a cambio,
sólo se saca en claro lo que vivo,
en pleno uso de su vida propia,
salta en el aire y viene a nuestro encuentro,
siempre sin prevención, sin ser notado,
y lo ilumina todo. Y todo canta.
Vida es luz. Lo más raro
es que sólo lo sepas en la sombra.
Imagen: Intersecciones bajo el cielo de Madrid. © AJR, 2015
martes, 31 de mayo de 2016
Pelis en danza
Como el verano se acerca a pasos agigantados, tal vez sea oportuno ir preparando la pantalla del cine de medianoche en La Posada. Sirva como prólogo este repóker de bailes memorables, cada uno por una razón distinta, y a los que sin duda cada espectador podrá añadir otros que anden danzando en su memoria.
jueves, 26 de mayo de 2016
Milán 28-M: un vaticinio
Le sé reconocer: es él.
¿ANAGNÓRISIS?: ¡SÍ, SÍ, RON GANA!
(AJR: 5:17; 5:22; Palíndromos ilustrados, XLIX y L)
*****
¿ANAGNÓRISIS?: ¡SÍ, SÍ, RON GANA!
(AJR: 5:17; 5:22; Palíndromos ilustrados, XLIX y L)
*****
Esta entrada es una locura, pero tal y cómo ocurrió se la cuento. Incluso, y sobre todo, por lo que tiene de albur quinielístico, o animal verbal en cuyos entresijos el supuesto augur trata de adivinar los signos del futuro. Como ocurre a menudo, el palíndromo principal apareció solo. Fue leer, mientras me recostaba un rato en un sillón de orejas, el nombre técnico de esa figura literaria que consiste en el autodescubrimiento de la propia identidad que un personaje experimenta en un momento determinado (anagnórisis) y de inmediato se disparó el reflejo de su retorno, en un sentido doble y hasta triple, si se tiene en cuenta el significado etimológico del término: «reconocimiento». Así que, una vez enterados de que Ron ganaba, no había más remedio que indagar en su identidad.
Y de entre las muchas posibles (y aquí es donde el azar florece sobre terreno previamente abonado y hasta bien regado, gracias a las recientes lluvias), tras desechar por excesivamente lineal una blanca obviedad lusa y alguna que otra sugerencia alcohólica y bucanera, no tardó en salir a la palestra la candidatura del actor Ron Perelman, con aquel su inolvidable papel de Savaltore, el monje herético y quasímodo que llenaba de ternura, risa y una pizca de terror algunas de las escenas más vistosas de El nombre de la rosa (como muestra el vídeo). A partir de ahí, buscarle título al juego no fue difícil, sobre todo si la autoindulgencia necesaria en estos envites excusaba un flagrante leísmo, que por otro lado forma parte del habla habitual en muchos territorios.
Quedaba, sin embargo, en el aire, junto a algún que otro cierre argumental (pero ya Eco, precisamente, nos ilustró sobre la «opera aperta»), el nada despreciable asunto del botín. ¿Qué es lo que gana Ron? Una respuesta posible, obvia, es que el mero hecho de salir a la luz desde las tinieblas de la nada ya puede considerarse una victoria. Y no menor. Sin embargo, ¿eso era todo? Escudriñando en las facciones del actor que había venido, como caído del cielo, a protagonizar la película reversible, no tardó en asaltarme el temblor de una revelación, el doble bucle del reconocimiento: «Que Ron gane –pensé– quiere decir, ni más ni menos, que el Atlético de Madrid saldrá vencedor de la final de la Champions». ¿Y por qué? Si aún no lo entienden o ni siquiera lo ven, aquí abajo tienen la prueba. No me negarán que es una pura cuestión de... anagnórisis.
Y de entre las muchas posibles (y aquí es donde el azar florece sobre terreno previamente abonado y hasta bien regado, gracias a las recientes lluvias), tras desechar por excesivamente lineal una blanca obviedad lusa y alguna que otra sugerencia alcohólica y bucanera, no tardó en salir a la palestra la candidatura del actor Ron Perelman, con aquel su inolvidable papel de Savaltore, el monje herético y quasímodo que llenaba de ternura, risa y una pizca de terror algunas de las escenas más vistosas de El nombre de la rosa (como muestra el vídeo). A partir de ahí, buscarle título al juego no fue difícil, sobre todo si la autoindulgencia necesaria en estos envites excusaba un flagrante leísmo, que por otro lado forma parte del habla habitual en muchos territorios.
Quedaba, sin embargo, en el aire, junto a algún que otro cierre argumental (pero ya Eco, precisamente, nos ilustró sobre la «opera aperta»), el nada despreciable asunto del botín. ¿Qué es lo que gana Ron? Una respuesta posible, obvia, es que el mero hecho de salir a la luz desde las tinieblas de la nada ya puede considerarse una victoria. Y no menor. Sin embargo, ¿eso era todo? Escudriñando en las facciones del actor que había venido, como caído del cielo, a protagonizar la película reversible, no tardó en asaltarme el temblor de una revelación, el doble bucle del reconocimiento: «Que Ron gane –pensé– quiere decir, ni más ni menos, que el Atlético de Madrid saldrá vencedor de la final de la Champions». ¿Y por qué? Si aún no lo entienden o ni siquiera lo ven, aquí abajo tienen la prueba. No me negarán que es una pura cuestión de... anagnórisis.
lunes, 23 de mayo de 2016
Paréntesis
11.05.15-domingo-11:15, en Talavera
Puestas las coordenadas espaciotemporales, esa cruz que indica el trazo más grueso de la realidad, comienza la tarea más dificil: dar cuenta de qué es lo que esas cifras y letras están señalando. «Marear la perdiz» es una frase hecha, de probable procedencia venatoria, o al menos cinegética, que cuadra bien con este merodeo (me rodeo para no agotarme ni agostarme) y con este impulso mantenido de venir al papel y la tinta para nada distinto. La otra opción es callar, soportar como sea posible el vuelo torpe y culebrero de la muerte... (en realidad, debería haber escrito «mente» y me dí cuenta aún a tiempo de corregir el rumbo caligráfico. No lo hice, no sé bien por qué. Pero pienso ahora que no debe de ser insignificante el suceso que apremia de tal modo que incluso nos fuerza a dejar de decir algo que creemos coherente para decir lo inesperado, un no pensado ser que se abre paso porque sí, por su propio peso. Extraña manifestación en el campo de los significados de la fuerza de la gravedad. Es decir, la caída en razón de un azar discursivo, nombre con el que puede designarse o definirse la concatenación de sucesos cuyo condición puramente aleatoria, lejos de obedecer al capricho de una realidad no sólo ingobernable sino también incomprensible, es el rastro más evidente de su verdadera significación: nada ocurre por nada en el universo unido por puntos que no siempre tienen conexión directa entre sí, aunque todos están de un modo u otro relacionados. Y tengo que mirar atrás para comprobar, como creía, que estoy dentro de un paréntesis: un isla de significados acotados dentro del discurso principal, pero tan extensa y dilatada que es como si en un mapa de Google Earth se hubiera ampliado tanto un detalle que el contexto general, el continente, hubiera quedado reducido a sólo una mancha boscosa e inhabitable en el contorno de la pantalla. Antes de cerrarlo y para evitar perder el cascabeleo de la ocurrencia, anotaré que una variante de los versos de Rilke sobre los círculos concéntricos bien pudiera ser:
He vivido mi vida entre paréntesis
que contienen el alma fugitiva
de tanta realidad
y que demoran mi paso entre las cosas
para darle su luz a cada objeto,
aunque al final serán sólo
dos fechas
unidas/separadas
por un breve guion:
el de mi vida.
Y aquí sí puedo cerrar). Y volver a dejar que el tiempo gobierne sus cuarteles y ponga las ideas y las sensaciones y los sueños y los trabajos en orden de batalla. Y en son de paz.
(Tiempo contado, 11.05.15; 11:15)
sábado, 21 de mayo de 2016
Un poema al uso
Este poema no
es un poema
al uso,
sólo un reflejo
de la infinita y
misericordiosa
fuerza que da:
pies al guepardo
sombra a la acacia
brillo al granito.
Este poema
no reza en
ningún templo
ni se arrodilla
en los palacios
ni bebe el agua
de la vida eterna...
Mas rinde culto
al nuevo
sol de mayo
y danza con
la luna llena
y ríe,
oh sí,
cómo se ríe,
en las esquinas
de las ruinas
blancas.
Este poema vibra,
piel tensada,
con la memoria
de los ganaderos
que de oeste a sur
cruzaban las montañas
para alcanzar
el cereal del llano.
Pero no es eso
no es eso
ni eso
ni esto.
Este poema no
sabe demorarse,
sólo se desnuda
como una flor
en el estanque
cuando
tú
soplas...
(Croar de ranas).
De todos los poemas
ya iniciados
y todos los
poemas
que aún han de empezar,
el más extraño
será este poema
que nos deja
con la miel
en los labios
(quizás)
y el ánimo
perplejo
porque termina aquí.
Fotografía
Piscina natural del río Ladrillar, en Las Hurdes. Tomada de aquí.
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