Al volver sobre mis pasos, después de sacarla de las tinieblas con ayuda cercana, caí en la cuenta de que la frase bumerán (o sea, ese palíndromo que campea ahí arriba) se había cerrado sobre sí misma y se negaba a contarme su historia. No sé qué experiencia tienen ustedes en tratar con palíndromos. Los imagino personas sensatas y supongo que se mantienen lejos de estas loquerías, un pasatiempo estéril de gentes desocupadas que no parecen estar contentas con la historia oficial y siempre le andan buscando la vuelta a todo, empezando por las palabras. Sin ser ese mi caso, lo cierto es que por motivos inconfesables en las últimas semanas me he tenido que enfrentar varias veces a estas criaturas. Y casi siempre he sabido por dónde tirar y dar el siguiente paso que, como todos los infantes que aún gatean presienten, es el más difícil. Pero esta vez no. Bueno, hubo un primer atisbo de historia que tenía su gracia: consistía en relatar hábilmente una anécdota que pareciera que transcurría en un ambiente de secuestro etarra, aunque procurando disponer en el texto de forma estratégica unas cuantas parejas de palabras ambiguas, para que finalmente llegara a descubrirse que en realidad el cuento trataba de un grupo de espeleólogos atrapados en una sima, una de esas noticias que de cuando en cuando mantienen en vilo a los interesados en las hazañas del subsuelo. Pero cuando iba a desarrollar ese argumento de doble vía se me apareció el fantasma no invitado de la luz que está secuestrada en el zulo (comprendo que el grado de abstracción de esta imagen roza la inanidad, pero qué culpa tengo yo del ser indócil de estas entidades), hubo algo parecido a un corrimiento de tierras, todo se vino abajo y la salida quedó taponada. Así que me quedé sin argumentos, completamente a oscuras, enfrentado a un dilema ante el que solo se me ocurre decir que las cosas no son lo que parecen. O que, en realidad, no hay tal dilema. Porque la "o" del título no distingue ni desmembra sino que identifica. Y, por tanto, la luz es el zulo y la caverna está habitada, en su centro, por una claridad tan nítida que no deja ver ninguna otra cosa. Y eso es lo que hay. No me negarán que la imagen tiene su propia fuerza como metáfora de la verdadera naturaleza del universo, con ese su ser de estar balanceándose, hasta que el tiempo dure, entre el orden y el caos, y proyectando, de paso, este espejismo al que llamamos vida. Y aún nos parece poco.
Rescatado de los Arcones de la Posada
Primera publicación 21/09/2013 0:00