miércoles, 11 de junio de 2014

Interregno

En la Corte de Alfonso X. Miniatura de las Cantigas de Santa María. 

Mientras cae sobre Madrid la segunda tormenta de junio, y cuando ya los padres y madres de la patria han convalidado en el Congreso y remitido al Senado la abdicación del rey Juan Carlos I, se me viene a los labios la palabra interregnoY con ella, el recuerdo de la cita de Flaubert que figura en el «Cuaderno de notas» de las Memorias de Adriano, una de las dos grandes novelas de Marguerite Yourcenar, y que dice así: «Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, entre Cicerón y Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre». Aunque sé bien que, según nuestro ordenamiento jurídico, no hay interrupción alguna en la continuidad de la Corona, en los pocos días que restan hasta que sea proclamado rey Felipe VI, resulta inevitable que se abra paso, entre las ensoñaciones con que uno se pasea por las calles, la de vivir en una parecida circunstancia excepcional. Sensación que enseguida se ve acompañada de un sentimiento de extraña euforia, tan gratificante como la lluvia. En ese clima moral y estético, y como fruto probable de algunas raíces no secas del árbol ácrata de mi juventud, rebrotan viejos sueños o ideales que proclaman la valoración de la libertad como el tesoro más preciado de la vida consciente, aunque su concreción en la realidad social, e incluso en la intimidad propia, no sea precisamente la tarea más fácil del mundo. Con ese ánimo, me digo, será más llevadero asistir al pesado ejercicio de cordura cívica que se está desarrollando en esta vieja España, cuya forma de Estado no es un dogma. Algo, esto último, que el nuevo monarca deberá tener bien presente. Y si no, ya tendremos ocasión de recordárselo.

(Tiempo contado, 11 de junio 2014)



martes, 3 de junio de 2014

Carrusel de asombros


Tendría que recurrir al tipómetro, esa herramienta de la información que bien podría considerarse el símbolo del viejo periodismo, para comprobar si el cuerpo que ha empleado El País-papel en el titular de la noticia de la abdicación del rey es o no el más grande exhibido nunca en la edición impresa del periódico, sólo unos puntos didot por debajo, o incluso a la par, del que sirve para componer la cabecera. De lo que no cabe ninguna duda es de que, del mismo modo que siempre se muere gente que no se había muerto antes, estamos viendo cosas que nunca habíamos visto, en una sucesión incesante de novedades y carrusel de asombros que elevan el umbral de nuestra curiosidad sensible hasta extremos cada vez más difíciles de superar. Me parece que ya sólo la aparición súbita, definitiva, indubitable del proverbial extraterrestre, con su cohorte de promesas azarosas y amenazas terribles sobre todo lo divino, lo humano y el resto de los tópicos, podrá postularse en el futuro como candidata a noticia extraordinaria. Y de lo que no cabe ninguna duda, tampoco, es de que, aun en ese caso, el repiqueteo de las redes sociales logrará sembrar la vieja galaxia Gutenberg de tantas luminarias y falsas estrellas, que intentar orientarse por los astros será como querer seguir un rastro de arena en el desierto. Cada vez se echa más en falta a un nuevo Kepler, capaz de descifrar este concierto que tanto desconcierta. Signo de los tiempos la plétora de signos. Y qué cosa más curiosa, la curiosidad, vieja ramera, madre de la filosofía. Y la telebasura.

(Tiempo contado, 2 junio, 2014)

lunes, 2 de junio de 2014

«Habla, pueblo, habla»

Quién lo diría. Pero resulta que aquella cancioncilla pegadiza de Jarcha que en 1977 le sirvió a Suárez para movilizar a la gente en favor del «Sí» en el referéndum sobre la Reforma Política, como en un bucle que reapareciera casi otros cuarenta años después, vuelve a ponerse de actualidad en este momento histórico en el que, por fin, el rey Juan Carlos ha decidido aceptar, si se me permite el exceso retórico, la sugerencia sombrerera que le hiciéramos desde esta página hace más de un año... El gesto de Juan Carlos I, aunque tardío y desenfocado, es un último intento de salvar la institución monárquica, una entelequia difícilmente justificable en el mundo de hoy. No sabemos si logrará sus propósitos. De lo que no cabe ninguna duda es de que estamos frente a la oportunidad manifiesta de zanjar viejos fantasmas y de legitimar completamente el tránsito de la dictadura a la democracia. Es imprescindible que el pueblo se pronuncie sobre la forma del Estado. La forma y los tiempos en que esto deba hacerse no son de fácil concreción, pero en eso consiste precisamente la política: en buscar los caminos de lo posible. Ahora podemos hacerlo. De no ser así, además de desperdiciar torpemente un impulso que de verdad puede hacernos salir de un tiempo muerto y vislumbrar con alguna esperanza el futuro de la España de 2054 (por señalar el hipotético momento en que el bucle cronológico habrá desplegado otra espiral), se daría un nuevo paso en falso sin excusa alguna y estaríamos abocados a una desafección popular de graves consecuencias.

(Tiempo contado, 1 de junio de 2014 )

miércoles, 28 de mayo de 2014

Amor, bala, broma


Al volver sobre sus pasos, en medio de la pista central y ante la expectación unánime del público, el mago fue sacando del sombrero lo que parecían ser los restos desordenados de su último insomnio: un corazón al rojo vivo, un matasuegras y, quién lo diría, una... oveja.



viernes, 23 de mayo de 2014

Metáfora del pájaro


La osadía del pájaro es una traducción de su gorjeo, el canto firme de su ser en el aire, una respuesta que ilumina la mañana.

Hay en el pájaro tanto peso ideal, que su figura atraviesa la historia y sus contornos como una exhalación -flecha emplumada- y está presente en la raíz de los sueños, sean o no el fruto de ese impulso hacia la duración al que llamamos arte, e incluso en los silencios más bellamente construidos.

Los pájaros, que tienen en su herencia biológica huellas adivinables del temblor de la Tierra, cruzan de un lado a otro del mundo y salvan los escollos más salvajes para que no se borren las líneas de fuerza que impiden que los cielos se desplomen.

Nada hay más parecido al alma humana, incluidas su idea sensible y su fabulación, que la extrema levedad de un pájaro en nuestra mano convertida en cuenco.

Tal vez por eso, muchos de nosotros, al sostener esos cuerpecillos tan frágiles, sentimos la punzada de un antiguo terror.

Todos alguna vez fuimos un pájaro.


Imagen: La tierra de los mil pájaros.


(Rescatada de los Arcones de la Posada. Primera publicación: 12/06/09; 19:54)

lunes, 19 de mayo de 2014

Latido a latido


El triunfo liguero del Atlético de Madrid, que rompe diez años de férreo bipartidismo en «la mejor Liga del mundo» y señala el real fin de ciclo del mejor Barça de la historia, es una de esas victorias que rozan la perfección absoluta por su carácter incruento, ya que parece haber contentado a todos. Y ello no sólo porque en el partido definitivo del Camp Nou quedara claro que había un equipo que quería y otro que casi ni a dudar llegaba, sino porque en el equipo rojiblanco se encarnan valores como la humildad, el tesón o el coraje (o, dicho al chólico modo, «confianza, sacrificio y güevos»), cualidades que, si siempre han gozado de buena prensa, en tiempos tan duros como los que vivimos son para el común de los mortales una necesaria obligación vital. Virtudes, además, que están bien reflejadas en el eslogan elegido para celebrar el triunfo, con ese «latido a latido» que es un afortunado eco del mantra del «partido a partido» que Simeone logró convertir en el mejor resumen de la Liga más disputada de los últimos tiempos, tal vez de toda la historia moderna del fútbol español. No es difícil entender que para muchos, incluidas las escasas ciudadanas que aún logran vivir al margen de la pasión universal de los estadios (no conozco a ningún varón que cumpla esa premisa), el triunfo del Atleti ha podido ser algo así como un rendija de luz en medio de la noche, un síntoma cierto de que no todo necesariamente ha de escribirse según el dictado implacable del más fuerte, o de acuerdo con la lógica férrea del poder, que en última instancia no suele ser otra que aquella que se mide a través del vil metal y sus secuelas.

Manos mágicas



Hubo una vez, en la televisión en blanco y negro, un miniprograma llamado Manos mágicas. Eran breves números de magia manual filmados en primer plano que solían emitirse sin previo aviso, tal vez como relleno entre espacios con peso específico, quizás para ajustar horarios o para solucionar imprevistos en la programación. Puede que en algún momento llegaran a gozar de un tiempo propio, con un hueco fijo en la parrilla. El caso es que su aparición la vivíamos, mis amigos y yo (por aquel entonces, la televisión siempre se veía en grupo), como una agradable sorpresa, como un regalo que nos mantenía pegados al asiento, sin parpadear, fascinados. Este magnífico vídeo que Honda realizó como homenaje a sus ingenieros, y que al parecer fue uno de los fenómenos virales del año pasado, me ha hecho recuperar aquellas viejas sensaciones. Durante un buen rato no he podido hacer otra cosa que mirar y admirar las manos de la magia. Y pensar, con renovado asombro, en cuánto le debemos, en todos los terrenos, a la vieja pericia del homo habilis.