La ira de Salinger. |
Las muchas y algo contradictorias noticias que han ido apareciendo en las últimas semanas sobre J. D. Salinger, quien durante mucho tiempo fue, desde el punto de vista visual, poco más que el hombre del puño amenazante, me han llevado a releer El guardián entre el centeno (en la traducción de Carmen Criado, publicada por Alianza). Más que nada para comprobar si, como me pareció en anteriores lecturas, la seguía encontrando una novela sobrevalorada, mitificada por encima de su peso literario debido, entre otras cosas, a la aureola que le han creado las leyendas urbanas y teorías conspiranoicas de que ha sido objeto.
La relectura ha sido muy gratificante. La chispa demoledora, el humor ácido y desencantado, a la vez que comprometido con una forma de vivir intensa e irreductible, y la inteligencia poética de Holden Caulfield, el adolescente protagonista, me han vuelto a cautivar. Aunque a diferencia de otras veces, he creído percibir en el trasluz de la escritura ciertos trucos de autor que me habían pasado inadvertidos, y en concreto una muy notable habilidad para jugar con las cartas marcadas. Tal vez el éxito entre adolescentes y jóvenes precoces de esta obra se deba a que los aproxima a experiencias contadas con una capacidad de razonamiento que, salvo excepciones y pese a la apariencia cercana del estilo, aún está muy lejos de lo que ellos mismos podrían segregar.
En esta lectura lo que me ha alertado es la permanente sensación de que la obra está escrita por un adulto que aplica el espejo de una presunta mirada adolescente a conclusiones obtenidas en otra etapa muy posterior de la vida. Pero lo hace con un lenguaje jergal muy adecuado (tal vez el principal logro de la narración) y bajo la apariencia de una travesura vital, rocambolesca en más de un punto, en su sucesión de hoteles, bares de madrugada, salones de baile..., y hasta increíble en ciertos detalles (sin excluir el incidente de sospecha pederástica), lo que le permite envolver el relato de forma ventajosa en un estado de ánimo cercano a la desolación, ahora no ya solo creíble sino admirable (estimulante) para un público que fácilmente se identificará con el romanticismo libertario del protagonista.
Se trataría de algo parecido a una impostura, si lo situáramos en el terreno de la vida de todos los días. Pero literariamente funciona porque, además de ser ajena a todo el lastre de lo políticamente correcto, la letra del relato no se mide por la edad, sino solo por la capacidad de las palabras para crear y sostener un mundo. Y eso no hay duda de que lo logra. En conclusión: aunque repasando lo leído me parece que no he hecho más que elogios, sigo pensando que El guardián... tiene más éxito del que merece. Y creo haber comprendido un poco mejor que la causa de su fascinación no es puramente externa ni azarosa, sino que nace de un truco interior bien ejecutado. Y eso es también literatura. Con truco, pero literatura.
Además de a esa vaina, en esta lectura he prestado especial atención a la banda sonora de la obra, es decir, a las diferentes canciones que se mencionan en ella. Como es la primera vez que leo la novela teniendo al alcance los fantásticos recursos de la Red, no he resistido la tentación de localizar y colgar vídeos de los títulos mencionados. Mientras los buscaba, me he dado cuenta de que, naturalmente, no he sido el primero que ha tenido esta idea. Incluso a veces tenía la sensación del que camina sobre huellas ajenas. Una de las novedades que están creando las nuevas tecnologías es esa impresión de que nuestra identidad se multiplica de forma especular, tal vez porque no somos, ni mucho menos, tan distintos como a veces hubiéramos pensado. Y es que lo de la identidad personal, igual que la novela de Salinger, sin duda está excesivamente valorado. Un pensamiento, por cierto, que quizás hubiera suscrito Holden Caulfield, aunque no sé si a regañadientes. Que suene la música.
1. Song of India, Tommy Dorsey Orchestra.
2. Slaughter on Tenth Avenue, The London Festival Orchestra, dirigida por Stanley Black.
3. Just One of Those Things, Ella Fitzgerald. En la novela la interpreta un tal Buddy Singer, pero no he encontrado su rastro. Esta versión de la gran Ella tiene magia.
4. Little Shirley Beans, por Suzzy Williams acompañada por Brad Kay y su banda. La actuación es, precisamente, un homenaje a Estelle Fletcher y a la mención que de la canción se hace en la novela.
5. Tin Roof Blues, Sidney Bechet's Blue Note Jazzmen.
6. Y, finalmente, hay una mención, en la crucial escena del tiovivo, casi al final de la novela, de Smoke Gets in Your Eyes, probablemente la más famosa de todas las piezas citadas, con innumerables interpretaciones. Esta es la versión, para muchos insuperable, de Connee Boswell.
Postre. Y ya fuera del libro pero pegada a él, la canción de Guns N' Roses