martes, 23 de abril de 2013

Expaña


Durante mucho tiempo, cuando su nombre estaba secuestrado y vestido de azul entre plumas aguiluchas, era frecuente reemplazar la palabra España por eufemismos del estilo «el estado» o, sobre todo, «este país». La fórmula  tuvo tanto éxito que incluso dio pie a una frase no menos célebre: «este país antes llamado España». O «Expaña», como a veces escribíamos algunos, con prefijo privativo, aunque de muy diversa intención, para abreviar sin perder el efecto. El carajal autonómico, con su proliferación de «solares patrios» de nuevo cuño, también produjo cierta incomodidad en el uso del nombre, incluso en vastas extensiones de ambas mesetas y hasta en la raya de los Montes Obarenes y en los puertos cántabros. Un barullo que vino a sumarse al ya existente en ciertos sectores de las llamadas nacionalidades históricas, donde decir España era (y es) la forma más precisa de mentar a la bicha. Total que, por causas de toda laya y un sinfín de reflejos o tics de espuria condición, el de este país era más bien un nombre en entredicho y hasta ninguneado. Tal vez solo las recientes victorias del deporte español, y en especial del fútbol, consiguieron extender entre el común de la población el uso normal de la palabra España sin necesidad de acudir a explicaciones vergonzantes o al disimulo de un rastro de furia blanquecina en los belfos. Aunque, eso sí, muchas veces a costa de que la expresión fuera envuelta en frenesíes pintorescos, como la matraca esa del «yo soy español, ejpañol, espanyol, ezpañó», que se ha convertido en el grito tribal de las hinchadas de todos los deportes en que compite alguna selección española, o, sin ir más lejos (y aunque se mosquee Mourinho), el Real Madrid. Pero ahora resulta que todo esa controversia nominal y esa purga o decantación de sentimientos en torno a la vieja «piel de toro» (otro capotazo) no tienen ninguna razón de ser. «España es una marca», dice el ministro de Asuntos Exteriores y de Márquetin. Y lo repite el de Administraciones Públicas y Ventas Diversas. Y hasta se le cuela al contradictorio presidente Rajoy («tampoco rajo hoy») por alguna burbuja del plasma en el que parece vivir. Así que, mientras canturreo para mis adentros la vieja canción del colacao (quizás porque me siento, si no como aquel negrito, sí como un simple bote colocado en el estante de una tienda de ultramarinos), trato de conjurar el exceso de asombro y la parca pesadumbre tanteando un palíndromo tan laborioso como acaso revelador. Hélo aquí: 


La mar(aba)ca España, ¡coño!, ¡caña!, psé..., ac(aba)rá mal

[RAA, 8:37 Palíndromos ilustrados, 16]

Reconozco que el espejo tiene algunos desconchones, pero tratándose de un asunto tan atrozmente viejo, no es extraño que el azogue zigzaguee un poco, sin duda por exceso de polvo y herrumbre. Con todo, dejo en manos de las seguras dotes teatrales del lector la entonación, los gestos y hasta los dobles o triples sentidos (incluidos los de los forzosos pero intencionados paréntesis) con que puede escanciarse la frase capicúa. Y para acompañar a esa «marca España» en la que al parecer se cifra hoy nuestra condición de país, ofrezco este curioso eslogan, también capicúa, desdoblado del pertinente anuncio que encabeza estas líneas:


 ¡Soborne en robos!

[RAA, 3:14 Palíndromos ilustrados, 17]

Por cierto, sobornar en robos ¿no es un nombre apropiado para eso que suele llamarse «financiación irregular de los partidos»? 


Imagen superior, de Cuatrolunas, tomada de aquí.

lunes, 22 de abril de 2013

Flechas de abril


Abril (¡ay, Mr Eliot!)
¿El más cruel?
La memoria qué dice
sino el deseo.


Día 15 (casi palíndromo)
Abril sonríe
y al verse en el espejo
reír nos libra.











Día 22 (in memoriam)
Sobre el estanque
de la noche de abril
nadan dos sombras.

Cuando se miran
dibujan sobre el agua
un corazón.


Día 23 (árbol del paraíso)
Mueven sus hojas
los frutos más tempranos:
libros de abril.


Fotografía (c) Xurde Radío





lunes, 15 de abril de 2013

«No hay una historia más grande que la nuestra...»



Entre los muchos momentos inspirados que componen El cielo sobre Berlín (1987), de algunos de los cuales ya hemos hablado aquí, uno de los más emocionantes es esta declaración de amor que Marion (Solveig Donmmartin), la hermosa trapecista, le hace a Damiel (Bruno Ganz), el ángel por fin encarnado.

Es, en cierto modo, un escena de anunciación en la que se han intercambiado los papeles. Con palabras de gran belleza, la mujer le revela al exángel (más aturdido que alertado, torpe y envarado, aunque finalmente alegre) que ha decidido tomarse en serio el amor y que él es el hombre con el que quiere compartir su vida.

En alguna parte he leído que algunas parejas utilizan algunas de estas frases, salidas de la pluma de Peter Handke, para darle emoción a las bodas civiles, más allá de la frialdad de las palabras contractuales y de la asepsia, cuando no torpeza, municipal. No sé si es cierto o no.

Aunque nada en esta declaración, lúcida a la par que sonámbula, permita suponer el yugo del matrimonio (o, para ser más preciso, el matrimonio como yugo), no me parece una mala elección. Es una forma de poner la vida comprometida en pareja bajo las alas de la libre complicidad. Y al amparo de «la luna nueva de la decisión», algo así como un acto de voluntad capaz de marcar el rumbo del destino. 

«No sé si el destino existe, pero existe la decisión», dice también Marion en el momento central de su intenso monólogo. Y añade, con el convencimiento acaso ingenuo pero determinante que todas las parejas enamoradas tienen alguna vez: «No hay una historia más grande que la nuestra». Una forma de subrayar que el amor es la fuerza que transfigura la realidad, tal vez lo único que puede hacerla de verdad real, darle sentido.

Hoy, 15 de abril y 25 años después de un suceso personal de esta naturaleza, es un día apropiado para recordarlo.

domingo, 7 de abril de 2013

Blancos


solo el poema
puede decirte
lo que no sabes

esa es la ciencia
seguir el rastro
de una palabra

aún no nacida
que se presiente
como un chasquido

un rumor leve
entre los pliegues
de la mañana

bola de aire
que va, que viene
que viene y va

marcando un surco
desde el cerebro
al corazón

y luego vuelve
del corazón
hacia el cerebro

un rumor leve
entre los pliegues
de la hora tercia

mientras prosigue
el traqueteo
del tren que cruza

vastas llanuras
árboles móviles
cruces al fondo

las cresterías
tal vez nevadas
de las montañas

un rumor leve
entre los pliegues
del mediodía

el dolor justo
de lo que falta
y el viejo instinto

que te conduce
hacia las grutas
en las que viven

la criaturas
aún no nacidas
y sus cenizas

un rumor leve
entre los pliegues
del meridiano

todo lo miden
polvo en la luz
estas palabras

hojas caídas
que el viento arrastra
hacia el poema...

viernes, 5 de abril de 2013

El abrazo



Vuelvo a ver por enésima vez Matar (a) un ruiseñor. Toda la película está llena de delicados momentos memorables, de un tipo de sugerencias que, en la historia del cine, solo el blanco y negro es capaz de provocar con tanta intensidad y precisión. Como si las imágenes, desprovistas de otros colores pero llenas de matices, percutieran directamente sobre una zona concreta del cerebro que acaso esté ahí desde los tiempos del fuego en la caverna. Un reducto de emoción primaria o primitiva, pura, sobre cuya persistencia, más que pensamiento o proceso racional alguno, parece estar actuando una suerte de instinto moral de la especie. La llamada inaugural de lo que tal vez seguimos considerando la esencia de lo humano, aunque sea cada vez más difícil identificarlo con exactitud en tiempos desalmados como los que vivimos. De entre las muchas imágenes sensibles de este filme prodigioso, siempre me alcanza de forma especial la secuencia del abrazo de buenas noches y clara alegría que Atticus Finch le da a Scout, su hijita (y el diminutivo es sobre todo marca de intimidad), de cuya mirada uno acaba tan enamorado como de la integridad heroica del padre (minuto 1:05 del vídeo). Ese gesto me parece el centro mismo de la inacabable ternura, belleza y valentía que recorren la película. Más allá de las palabras que explican la metáfora principal enunciada en el título, el abrazo de Atticus y Scout muestra de qué fibra está hecho el corazón del ruiseñor. Y dibuja con un trazo muy profundo los vínculos fraguados al amparo del inmenso poder de la inocencia. Hoy, cinco de abril, es un día oportuno para recordarlo.

(Para Clara)

jueves, 4 de abril de 2013

Por alusiones


Qué le vamos a hacer: uno, como el maestro Forges (qué lujo), también es del Athletic. Pero no sé si sactamente sagerao... 

miércoles, 3 de abril de 2013

La realidad


El último episodio inédito de Black Mirror ha llegado a la Moncloa (perdón, a Génova). Lo llaman rueda de prensa y no lo es. No pasa de ser un busto parlante y no hay prueba alguna de que no sea un teleñeco. Lo dice bien claro: «No se trata de ocultar, ni de trivializar, etc...»  Es solo televisión. La última, más refinada y olorosa forma de telebasura. Es lo que hay.

Imagen tomada de elpaís.com