Ha llegado a la Posada el Libro de las mandangas, un delicioso repertorio de poemas infantiles premiado con el accésit del VII Premio «Luna de aire», uno de los más prestigiosos galardones españoles destinados a poesía infantil, promovido por la Universidad de Castilla-La Mancha.
El libro está firmado por Darabuc, que es uno de los seudónimos de un buen amigo, Gonzalo García, escritor y traductor, así como experimentado cibernauta de amplios intereses y pasiones, al que algunos de los habituales de este albergue, y en especial los viejos conocidos de poesia.com, reconocerán mejor por el nombre de Djembé.
Darabuc, que ya había obtenido el premio citado con La vieja Iguazú, es autor también de dos hermosos álbumes en los que recrea con originalidad no exenta de osadía sendos cuentos tradicionales: Ojobrusco y Sopa de nada, ambos editados con el exquisito cuidado con que suele hacerlo la editorial gallega OQO. Me consta que en el telar hay nuevos proyectos en esta misma línea ya muy avanzados.
Y Darabuc es también el titulo de la bitácora sobre literatura infantil que Gonzalo mantiene activa desde hace ya unos años y que se ha convertido en un lugar de referencia de la especialidad. Merece la pena darse una vuelta por ella (y por sus sucursales).
En este Libro de las mandangas el autor muestra un dominio cada vez más afinado de algo que puede parecer sencillo pero no lo es: un lenguaje natural a la altura de los juegos y las travesuras infantiles, capaz de recrear, sin impostarla, la mirada del que todo lo mira por primera vez. En ese idioma caben desde la genuina ingenuidad o la ternura, hasta la picaresca disculpa del sorprendido in fraganti y el vuelo libre de algunas ocurrencias que son verdaderos hallazgos metafóricos.
Con esta obra, ilustrada con sobriedad por Arturo García Blanco, Darabuc consigue añadir al acervo de la
literatura popular infantil un puñado de nuevos seres, que a veces son divertidos artefactos sonoros, otras ingeniosas parodias o burlas, sin que falten algunas piezas incisivas y hasta melancólicas. O incluso una nana-denuncia que se canta al ritmo de la pesambre y que pone un significativo contrapunto en la cuidada sección de «caricias y nanas para recién nacidos» en que se inserta.
Además, la obra tiene un valor complementario: añade a las retahílas, decires, sones, cantares, suertes y otras voces propias de las actividades al aire libre un nuevo y prometedor género: la mandanga. Es ésta una composición de variada temática y forma variable que se caracteriza por su carácter no mostrenco, lo que quiere decir que huye de repetir lo ya sabido, aunque tampoco lo niega. Textos, en suma (pero también en resta, multiplicación y en cualesquiera otra álgebra poética), que prolongan y refrescan la tradición.
He aquí una muestra, tal vez no la más significativa, pero para mi gusto una de las más divertidas, digna de ser tenida en cuenta incluso por el Instituto Cervantes en sus campañas de promoción del español.
Mandanga del veraño
A don Eduardo Polo, porque el Chamario me molo
Se perdió el saco de Juana
con su tienda de campana.
Y ahora duerme en saco ajeno
cada vez que tiene sueno.
En la fuente, Juan Marrano
quería chupar del cano.
Lo copió de Juan Cochino,
que no es menos puerco el nino.
Gimoteó Juan Lloruno,
cuando se hizo un rasguno.
El doctor le dijo, en vano:
«¡No te has hecho tanto dano!»
Y una excursión al moliño...
Y el río, tan cristaliño...
¡Hubo de todo, en veraño!
¡Todo eso ños pasó!
Y como postre visual, este interesante vídeo del CEPLI (Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil), donde pueden ver a Gonzalo, junto a los demás galardonados (y especialmente, la ganadora de esta edición de «Luna de aire», Gracia Iglesias), en el acto de presentación de los mencionados premios.