No me sorprende que la obra teatral Urtain, un montaje del grupo Animalario con texto de Juan Cavestany y dirección de Andrés Lima, haya copado los principales premios Max de las Artes Escénicas (victoria por KO en nueve "asaltos", aunque cantada por error antes de tiempo).
Vi la obra, semanas después de su estreno, en una sala-ring del Teatro Valle Inclán de Madrid y creo que es algo más que una mera aproximación a la tragedia del boxeador José Manuel Ibar Urtain. En realidad, con ese pretexto nos ofrece una crónica veraz y relevante, dura pero objetiva y bien documentada, de los años finales del franquismo. Muestra un retrato, breve pero suficiente, de los valores dominantes en una sociedad todavía atemorizada que no sabía muy bien qué hacer para dejar atrás su largo aislamiento, la negrura de un pasado ominoso, el peso asfixiante de la falta de libertad y la esclerosis a la que se veía condenada por una moral hipócrita y castradora. Y en la que la espectacularización de la vida privada empezaba a formar parte del paisaje social.
También conocido como «el morrosko de Cestona», José Manuel Ibar (nacido en 1943) fue un portentoso levantador de piedras, además de campeón de otros duros deportes euskaldunes, entonces meramente vascos. Noble e ingenuo según quienes le conocieron, creció en un entorno familiar brutal y primario: las terribles circunstancias que rodearon la muerte de su padre, cuya escenificación es una de las escenas cruciales de la obra, parecen propias de una tragedia arcaica y sin duda marcaron su vida.
Un día, el fornido aizkolari (cortador de troncos) y harrijasotzaile (levantador de piedras) fue tentado por la búsqueda del dinero fácil a través de los sórdidos manejos del mundo del boxeo y, ya transformado en Urtain, comenzó a ganar combates con gran facilidad y conoció, por dos veces, la gloria de ser campeón de Europa de los pesos pesados. Pese a las expectativas creadas, y tal como denunciaban los entendidos, no tardó en ponerse en evidencia su falta de calidad pugilística. El declive se precipitó y Urtain terminó su vida deportiva formando parte de espectáculos más circenses que propiamente deportivos. Toda su carrera estuvo plagada de irregularidades y de combates más o menos amañados.
Personaje de enorme popularidad a finales de los años sesenta y durante los setenta, el ex púgil soportó mal su paulatina pérdida de fama y no supo acomodarse a una vida sin el relumbrón y los placeres fáciles de los que había gozado. Tras fracasar en diversos negocios y hastiado de la fatalidad que parecía perseguirle («qué he hecho yo para que todo lo que hago sea tan sucio», llegó a decir), acabó sucumbiendo a una profunda depresión que lo llevó al suicidio: el 21 de julio de 1992 se arrojó por la ventana del décimo piso en el que vivía en una calle del madrileño Barrio del Pilar.
Nunca vi ninguno de sus combates (ni siquiera por televisión), aunque sí escuché con interés las retransmisiones radiofónicas de sus peleas decisivas y seguí por la prensa las polémicas surgidas en torno a su carrera. Llegué a verlo en persona varias veces, cuando ya había abandonado el ring, allá por 1977 o 1978, por algunos bares de la calle Cartagena, en Madrid.
De las diversas virtudes que tiene el montaje de Animalario, coproducido por el Centro Dramático Nacional, destacan en mi opinión sobre todo dos. En primer lugar, el excelente, impecable, trabajo interpretativo de Roberto Álamo, que ha indagado tanto en la fisonomía y los gestos tan reconocibles del púgil como en el hondo drama de su personalidad, hasta conseguir un retrato capaz de suplantar al original. En la composición de su papel, Álamo ha sabido incorporar con enorme destreza la extraña mezcla de ingenuidad, rudeza, desconfianza y ambición que, bajo los efectos del desarraigo, se acabó transformando en una carga explosiva en la vida del muchacho de Cestona. Su trabajo sobresale como el soberbio ejercicio de un solista sobre la eficaz, ágil y bien ensamblada actividad coral del resto del reparto, donde no faltan nombres tan conocidos como el de Alberto San Juan.
En segundo lugar, me pareció un gran acierto el formato de crónica radiofónico-periodística de un combate de boxeo con el que se presenta la obra, que de ese modo avanza a golpe de máquina de escribir y a pie de micrófono. Convirtiendo el escenario en un ring y la propia representación en una velada boxística, con algunas pinceladas bien dosificadas del mundo del music-hall y otros géneros afines, el montaje saca un extraordinario partido de los rituales del pugilismo que de por sí poseen gran eficacia dramática, como tantas veces han demostrado el cine y la novela negra. La crónica, además, es literal, se organiza como un viaje hacia atrás en el tiempo y está enriquecida por la presencia de otros fetiches de época (Raphael, Lola Flores, la voz de José María García…).
Urtain, en suma, es un reportaje vivo, ameno, trágico y veraz que contiene en su interior la crónica negra de una tragedia humana capaz de mostrarnos algunas claves candentes de un pasado sobre el que todavía (a la vista está) es necesario seguir reflexionando.
Imagen: Escena de la obra.
5 comentarios:
Alfredo, excelente crónica. No sólo de la obra en sí, sino, además y subrayando ésta, de un tiempo que a veces nos parece tan lejano y que, sin embargo, con otra piel pero el mismo fondo, continúa demasiado vigente en este país.
Gracias por tanta lucidez.
Un abrazo.
Me llamó la atención que le diesen tantos premios y, como la vída de Urtain, fue tan "especial" me dije, tengo que averiguar más cosas.
Tú nos haces una crónica tremenda sobre esta obra, que si antes me apetecía ver, después de leerte me interesa aún muchísimo más.
Gracias, Alfredo.
Si, también a mi me parece que lo has contado magistralmente, y seguro me encantará, cuando la ocasión se presente, acudir al teatro para re-conocer o no, la historia del aldeano que tiró la piedra; es historia nuestra (iberia show) en mayor o menor medida, qué fue en verdad la vida de aquel campeón en aquellos años extremados de su fulgor y los de su triste muerte.
Un abrazo grande
No voy a ver la obra de Urtain ya que no puedo ir al teatro por la sencilla razón de que no oigo a los actores. La última obra a la que fui, en la que actuaba Manuel Galiana y que me apetecía mucho, se me pasó sin enterarme ni una palabra, y eso que estaba en la segunda fila.
Por esa razón te agradezco especialmente que la traigas aquí, y porque me ha traído recuerdos muy especiales de aquellos años en los que no existía el mando a distancia y los televisores eran en blanco y negro. No recuerdo si había más de un canal, en todo caso mi padre controlaba la tele y las peleas de Urtain no se las perdía. No me di cuenta de que fue un muñeco roto porque yo era muy niña aún, y realmente no me interesa el recuerdo de Urtain, me interesa el de mi padre, tan vivo y tan presente como si fuera ayer, disfrutando de ese deporte que no me gusta nada. Quizá no quiera verla para no enturbiar ese recuerdo.
Gracias, Antonio, Luisa, Moder, Vocal. Y abrazos.
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