jueves, 10 de octubre de 2013

Lluvia necesaria



¡A la calle! (Y ella cala)

Progresa, pero muy lentamente, el otoño. Quizás no sea el que corresponda. Hay algo en el aire que nos dice que caminamos, de nuevo, hacia un retorno de la estación deshojada del 74, del 75, quizás del 76. De otro siglo hablo.

Tiempos duros aquellos, pero llenos de esperanza. 
Tal vez lo que pasara fuera sólo que éramos muy jóvenes.
Aunque aún no sabíamos, con toda su crudeza,
qué necesaria iba a ser de verdad la lluvia.

Por eso, otros cuarenta años después (¡se dice pronto!), seguimos cantando. Para que llueva.

[AJR, 6:17; Palíndromos ilustrados, XXX]

martes, 8 de octubre de 2013

El «crítico» Montoro


Habló Montoro, el Cítrico, de cine.
Dictó sentencia con su vocezuela:
«Nuestras pelis son malas, no hay escuela
de calidad, no venden». Qué alucine
que sea él, ¡Montoro!, el que maquine
y se sume a la vieja cantinela
de que el cine español es la secuela
de la ibérica caspa. Y lo arruïne.
Montoro, el de la voz que pierde aceite
(por lo untuosa lo digo), el que decía
que la cultura es solo diversión,
hete aquí que hoy encuentra su deleite
en vengarse del cine, «A sangre fría»,
mientras financia «La gran evasión».

lunes, 30 de septiembre de 2013

Carretera y mantra

Laderas del volcán San Antonio, La Palma. © AJR, enero 2013.     

Si no hay nada que contar,
no cuentes nada.
Dale tu espacio al silencio
y luego calla.

Si no hay nada que ca(n)tar
no ca(n)tes nada.
Dale tu lengua al silencio
y luego calla.

Si no hay nada que fingir,
no finjas nada.
Dale la vuelta al silencio:
al aleli lolulo lile lala.
Y calla.




(Hojas y palinendecasílabo)



jueves, 26 de septiembre de 2013

Primicias del temblor

Por aquello de los horarios de esta Posada (privilegios y dependencias del «albergue a cualquier hora»), pude enterarme de la eliminación de Bin Laden casi media hora antes de que el presidente Obama se dirigiera a su país a través de la televisión para anunciarla de forma oficial.

La ejecución de Bin Laden seguida en directo desde la Casa Blanca.

Un flash urgente parpadeando en la página de elpais.com me puso en la pista de la noticia, tal vez a eso de las 4,30 mam de la madrugada (mam = "más o menos"). La búsqueda en Google con la frase «Bin Laden ha muerto» arrojaba ya a esas horas cientos de resultados, entre ellos las webs de varios periódicos estadounidenses. Pude ver los titulares del New York Times y el Washington Post, que en sus informaciones de alcance ya daban detalles acerca del lugar donde el jefe de Al Qaeda («La Base», no se olvide) había sido abatido.

Cierto espíritu áspero periodístico, alguna vez sentido en carne propia (en especial, un sábado de gloria, y también durante varias semanas de mediados de 1989), pero mucho más experimentado a través de películas como Luna de papel (y su remake, Primera plana) o Todo los hombres del presidente, sin olvidar ejemplos más cercanos como Buenas noches, y buena suerte...; en fin, algo así como una sensación de estar asistiendo a un "instante real" me cosquilleó en el estómago ante la gravedad de la ocasión: ese temblor que todo profesional que se precie debe sentir ante la cercanía de la primicia. Aunque no se me escapa que, en este mundo global de información que ha hecho posible Internet y todos sus adminículos (ese es el viejo nombre de lo que ahora se llaman Apps), la novedad ya es algo muy diferente.

De hecho, la primicia de esta noticia la dio, sin saberlo, su temblor. Vecinos de la casa donde se estaba produciendo el asalto definitivo, ante el movimiento de helicópteros y la presencia de grandes luminarias, comentaron en las redes sociales su extrañeza ante lo que todavía no sabían qué era, pero sin duda prometía ser algo «muy gordo». No cabe descartar la posibilidad de que el propio Bin Laden se hubiera enterado de su aciago destino inminente a través de un aviso de urgencia en su cuenta de Twitter..., si es que el jefe alqaedista frecuentaba esa red (que supongo que sí).

(Tiempo contado, madrugada de 1 al 2 de mayo de 2011)

lunes, 23 de septiembre de 2013

Mutis


Hubo un tiempo
que aún no se ha cumplido 
en que yo también quise 
ser Maqroll el Gaviero.

Para Álvaro Mutis, in memóriam.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Juan Luis Panero: el truco final

Juan Luis Panero. Foto: José Luis Huesca.
Ha muerto el poeta Juan Luis Panero. Durante años tuvo que afrontar el equívoco de ser el «hermano malo», pedante y antipático, de El desencanto. Algo así como el cómplice estético, aunque no moral, de su padre, el ogro de aquella historia que sin duda fue el primer estriptis completo (aunque muy particular) de algunos de los demonios familiares de toda una época. Por ciertos gestos e incluso por la manera, algo engolada, de estar ante la cámara vino a quedar como un decadente frente a la irrupción salvaje del vidente libertario  (Leopoldo María, en los inicios de su lenta y casi pautada empresa de «autodemolición») y a merced de la crítica directa de la parte más joven de la tribu (Michi). Lo curioso, pasado el tiempo, es que los nerviosos diálogos, con su filo familiar de ajuste de cuentas, entre el hermano mayor y el pequeño, algunos de ellos ante la presencia de esfinge de la madre, son escenas de la película que aún siguen resultando elocuentes. Cuando las aguas del fervor malditista se remansaron y fue posible ver con una perspectiva más amplia, en el mayor de los Panero se reveló un poeta de hechuras clásicas, de querencia borgiana (tal vez más anunciada que cumplida) y de fondo un tanto previsible, pero de voz bien acordada y cadencia sentenciosa. Muy consciente, sobre todo, de las máscaras. Y capaz de desvelar, tras la última, quién sabe, la carencia de rostro: los infinitos pliegues en que nos envuelve la cultura; su abrigo frente al frío de la muerte. «Niño, saluda al Sr. Eliot», recordaba en la película que le había dicho su padre en Londres, un día de su infancia. Juan Luis Panero es un poeta que nos permite estar a su lado (no siempre puede decirse eso de su hermano). En sus libros la poesía aparece como una variante noble de una imagen que él mismo utilizó, en plural, como título de uno de sus poemas y que me parece que es una definición brillante del escribir: un juego para aplazar la muerte, para hacer frente a sus trucos. A la postre, ya se ve, tarea inútil. ¿Pero qué otra cosa pueden, podemos, hacer los mortales ante el truco final? Ya lo decía también JLP en su poética, que copio abajo, como mínimo y sentido homenaje. Descanse en paz.


Arte Poética

La larga, lenta lengua de la muerte
ha lamido la mano del que escribe.
lucidez o locura, nadie sabe:
solo quedan palabras, palabras deshaciéndose.