viernes, 1 de julio de 2011

Luis Alberto de Cuenca, en su reino blanco


Leo de un tirón, quizás como no debiera hacerse pero sin poder evitarlo, El reino blanco (Visor, 2010), el último libro de poemas de Luis Alberto de Cuenca. Reúne noventa composiciones, incluidos “quince haikus asonantados y cinco seguidillas fetichistas”,  escritas en su mayoría durante 2006 y 2009 y agrupadas en diez secciones de perfecta unidad temática. 

El título, como aclara el autor, procede de una obra de Marcel Schwob, en concreto del penúltimo capítulo de Le Livre de Monelle (1894), una historia de amor imposible dibujada por el escritor francés a través de una prosa poética de dicción simbolista. Es un título preciso y sugerente que apunta hacia un espacio secreto y acaso legendario. Puede que aluda a un lugar o experiencia no del todo nombrable tal vez por de sobra conocido. Pero también hace un guiño, me parece,  a la “poesía de línea clara”: la palabra poética concebida como “fiesta en la que quepan todos”, según reza un poema de este libro,  en una nueva plasmación de la postura estética que LAC, al menos desde el hito de La caja de plata (1985), encabeza como maestro indiscutido dentro de la llamada poesía de la experiencia o, acaso con mayor propiedad, poesía figurativa.

Y ese sigue siendo el santo y seña del poeta: la claridad, un saber decir con tal propiedad, derechura y aparente sencillez que parece que las palabras hubieran nacido para acomodarse como aquí lo hacen, establecer sin violencia vínculos nuevos que a menudo traen a la memoria antiguos parentescos, forjar acuñaciones sentenciosas que en más de una ocasión se diría que están en peligro de ir a despeñarse desde el promontorio de los tópicos, pero que siempre remontan el vuelo. Y no sólo eso sino que tienen la virtud de darle la vuelta al escenario o al clima sugerido para situarnos en un territorio nuevo: en una provincia desconocida del reino blanco.

La poesía de Luis Alberto de Cuenca tiene, entre otras, una virtud muy apreciable: se disfruta a la primera, entra por los ojos, es tan legible que a veces uno tiene la impresión de que ya la conoce o incluso de que lo que está leyendo es justamente lo que esperaba leer. Es una cualidad que puede favorecer la lectura superficial, la impresión de que, puesto que todo está tan claro, en el poema no hay nada más y sus palabras se consumen con nuestra lectura igual que uno se bebe de un trago un vaso de agua fresca. 

Puede que en algún caso sea así bendita agua, pero no hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que la mayoría de las veces estos poemas tienen una oculta complejidad, eso que suele denominarse “diferentes niveles de lectura”. Una complejidad  que permite releerlos con atención creciente porque hay aspectos que no se revelan fácilmente y que sólo la lectura pausada, en varias direcciones interpretativas, y a ser posible en voz alta, logra descubrir. No en vano,  «Sueño parisiense», el poema que abre el libro, concluye con lo que podría parecer una consigna barroca para iniciados, mezcla de invitación y desafío: «Sólo entra aquí quien lucha por entrar».


Campos de amor

Los temas son los habituales en la poesía de LAC. Fruto en su mayor parte de una libido sentiendi o mirada sensual a cuya luz se entiende bien la exaltación de la belleza, la placentera evocación de los recuerdos felices y el afán por el gozo del instante, muchos de los poemas de este libro caen de lleno en lo que podríamos denominar poesía amorosa, incluida una pieza como «La maltratada», que apunta a un asunto de trágica actualidad y donde la voz femenina que se lamenta en primera persona por haber sido enterrada en vida y condenada al “vacío, la ausencia, el desamparo”,  aún es capaz de evocar “aquel campo de amor que cultivamos juntos”.

El amor es, vuelve a ser, el gran tema de la poesía de LAC, y como en obras anteriores, es en él donde el autor cifra junto con la biblioteca y los amigos los únicos bálsamos capaces de ofrecer consuelo frente a la decadencia, el sufrimiento y la muerte. 

Sueños, retratos, recuerdos, “caprichos”, meditaciones propias del otoño y diversos tipos de homenajes (entre ellos, un tríptico en memoria de Foxá) son, junto con los citados haikus y seguidillas, otros núcleos que abastecen una obra en la que el humor, la ironía, la suave erudición (aunque sus fundamentos tengan hondas raíces) y el buen gusto salen al paso en casi cada página, a veces también con algún texto cuyas circunstancias no parecen superar la mera, pero casi siempre feliz, ocurrencia.

Entre mis poemas favoritos del libro señalaré dos: en primer lugar, «El Cuervo», el poema más largo (él solo ocupa una sección), un logrado homenaje al arte compositivo de Edgar Allan Poe y al ancho mundo de misterio y emoción que la obra del “genio de América” convoca; y en segundo lugar, «En la muerte de Joker», una elegía que no pasará inadvertida a nadie que haya compartido algún momento de su vida con un perro (u otro animal de alegre compañía). Aquí lo copio.


En la muerte de Joker

Ahora sí que te has muerto de veras. Hace años
que escribí tu epitafio, poniéndolo en tu boca,
con un solo objetivo: demorar tu partida,
matarte en mi poema para que no pudieses
morirte de verdad. Pero ese fingimiento, 
neurótico y absurdo, para evitar la pena 
—o, al menos, aliviarla— no ha servido de mucho, 
porque te has muerto, amigo, te has ido para

                                                               [siempre
de este maldito mundo y has cruzado el espejo
rumbo a nada y a nadie. Tu sillón favorito, 
aquel que le quitaste a Inés y acribillaste 
de pelos, está triste sin ti, sin tus babosas
fauces, y tus juguetes se han quedado muy solos.
Y los demás, ¿qué haremos sin ti? Ya no podremos
acariciar tu testa de príncipe perruno,
ni pasear contigo por las calles gastadas
de la ciudad, ni hablarte con alegre ternura.

Perro fiel, distintivo de libertad y asombro
ante la vida, escudo de abnegación a cambio
de una leve caricia, cumbre de lealtades,
 
nos has dejado el alma en carne viva, rota,
con tu muerte, y los ojos arrasados en lágrimas.
Desde el país del sueño eterno donde habitas,
querido
 Joker, suéñanos y espéranos, que pronto
volveremos a estar para siempre contigo,
contigo donde nunca.
  

El poeta Luis Alberto de Cuenca en su casa-biblioteca de Don Ramón de la Cruz. Foto de Antonio Astorga, tomada de aquí.
 Escribí este comentario hace unos meses, recién aparecido El reino blanco, pero por alguna razón se había quedado en la gaveta de manuscritos de la Posada. Al salir a colación el libro de Marcel Schwob, en un comentario dejado por Virgi en mi última entrada, me he acordado de él y he ido a buscarlo.


viernes, 24 de junio de 2011

Compañero Peter Falk


No es difícil suponer que Colombo, el destartalado y perspicaz detective al que dio vida eterna (al menos mientras la imagen dure) el actor Peter Falk, al conocer la noticia de la muerte de éste, se habrá dado la vuelta desde la puerta del fondo y, sin salirse de los estrictos límites de su gabardina, habrá clavado sus ojos listos y benevolentes en un lugar indefinido de la escena para volver a decirlo: «Solo una cosa más…»

Esta vez, sin embargo, el caso estará cerrado y no habrá ninguna vuelta de tuerca que permita resolver el enigma.

O quizás sí.

Quizás, en la siguiente escena, en la mente perdida de Peter Falk se hayan ido abriendo paso los recuerdos del ángel imaginario que un día fue y, en un Berlín celestial y en ruinas,  volverá a contarle al ángel que aún es Damiel (Bruno Ganz), ya herido por el deseo, algunas experiencias sencillas y gratificantes del hecho de ser hombre. Un diálogo que, de tan real, parece imaginario. Y viceversa. (Incluso en italiano.)

Descanse en paz el actor que produjo tantas horas de felicidad y a través del cual era tan fácil percibir que la condición humana puede inspirar una infinita ternura.

Imagen, Peter Falk como Colombo. Tomada de AllPosters



jueves, 23 de junio de 2011

Canción del agua nueva de San Juan


Agua limpia de San Juan,
todo viene y todo va.
Pero las penas se quedan
en el camino de piedra.

Agua de la mañanita
alegre del día más largo.
Agua que toda la noche
han estado vigilando
las hadas blancas del bosque
y el señor de los castaños.

Agua fresca de San Juan,
todo viene y todo va.
Pero las penas se quedan
junto al río, entre la niebla.

Agua lustral, sanadora
de todos los sueños malos.
Agua en la que el sol refleja
recién nacido su alado
resplandor. Agua secreta
que durará todo el año.

Agua nueva de San Juan,
todo viene y todo va.
Pero queda una gran pena:
quien la canción me enseñara
              ya no está.

Imagen superior, Amanecer en Entre Ríos. © Luis Niez.



lunes, 20 de junio de 2011

Armas del 15-M

De igual modo que las envolventes notas del Himno a la alegría van abriéndose paso en el cuarto movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven, hasta lograr imponer la melodía y el mensaje rotundo de la canción, el movimiento del 15-M, también llamado de los indignados pero no carente de buen humor y gusto, sigue conquistando con sus gestos y acciones un significado cada vez más claro en el borrascoso panorama político y social.

Uno de los momentos más emotivos de la manifestación de hoy en la plaza de Neptuno de Madrid ha sido, precisamente,  la interpretación por parte de una orquesta formada a lo largo de las últimas semanas en el seno del 15-M de la célebre composición de Beethoven, himno de esa Unión Europea que parece tambalearse y símbolo de valores como la fraternidad y solidaridad, hoy en ella puestos en entredicho.

He podido vivir ese instante, intenso, emotivo, revelador, al pie mismo del lugar acotado donde la orquesta, integrada por un centenar de músicos, y un coro de unas pocas decenas de voces han logrado desplegar sus atriles y partituras para llevar a cabo una interpretación llena de fuerza y entusiasmo, ante el respetuoso silencio de los miles de reunidos y bajo el implacable sol de junio (eran exactamente las 15:15).

Al concluir, los músicos han alzado sus instrumentos y pentagramas al cielo, los reunidos hemos levantado nuestras manos, y todos nos hemos unido durante un buen rato en un clamor que ha llenado la plaza:  «¡Estas son nuestras armas!»

Un clamor que sin duda ha tenido que resonar entre las paredes del cercano Congreso de los Diputados.  Donde (hoy estaba vacío, pero mañana no) sería deseable, también exigible, que de una vez alguien se diera por aludido.

Por  cierto, el camino al Congreso estaba adecuadamente protegido por una triple barrera de vallas de seguridad, tras la que se alineaba una numerosa dotación de vehículos de la policía nacional. Pero, varios metros por delante de ellos y cruzando de lado a lado la entrada de la Carrera de San Jerónimo, un gran letrero compuesto por letras muy coloristas, cada una dibujada sobre una pancarta independiente, dejaba flotando en el aire una sola palabra: «R E S P E T O».


19-J en Neptuno, Madrid. Foto tomada de 20 minutos.es


viernes, 17 de junio de 2011

Eternidad, etc.

«Siendo todavía niño oí ya hablar de la vida eterna».
 (San Agustín, Confesiones, I, 11)

«…la mer alée avec le soleil…» 
(A. Rimbaud)


 Edward HopperRailroad Sunset (1929), Whitney Museum of Art.


(Tren de ida = eternidad)


Siempre cayendo
o subiendo siempre
Siempre arriba
y abajo
y siempre es siempre
Siempre luces
o sombras
siembras siempre
Ni decirlo lo agota
ni una gota lo agota
Porque siempre por qué
y por qué siempre
Si dices siempre
y siempre dice siempre
Y no se acaba
nunca siempre nunca
Nunca pero por qué
si nunca es nunca
Por más que digas nunca
no se acaba
Y nunca es siempre nunca
y siempre es nunca
Y siempre no se acaba
y nunca es siempre


jueves, 16 de junio de 2011

Bloomsday (y no)


Pese a que se lleva celebrando desde el mismo año en que nací, nunca he conseguido estar en Dublín para el Bloomsday.

Hace unos meses, la divertida y hasta emocionante lectura de Dublinesca, de Vila-Matas, potenciada por la presencia en la historia como personaje de una vieja amiga, me volvió a poner los dientes largos.

Y me hice el propósito, entonces creía que firme, de asistir este año a la fiesta que cada 16 de junio festeja al Ulysses siguiendo por las calles de la capital irlandesa las huellas y ebriedades de Leopold Bloom.

Incluso surgió un vago proyecto de viaje entre amigos y colegas, que finalmente también sucumbió bajo el peso del adjetivo.

Así que, dejando a un lado el famoso palíndromo (de mil padres) que describe un curioso camino de ida y vuelta  De Mahoma a MohameD, pero cayendo de lleno en el tópico viajero corrector de la proverbial pereza del profeta (y perdón por el rodeo), si no es posible ir a Dublín algo habrá que hacer para que Dublín, de algún modo y tal día como hoy, venga a la Posada.

Que sea con música (nada hay más alegre que el sentido del ritmo del pueblo irlandés, al que tanto deben muchos géneros musicales). Y que sea de la mano de toda una institución: The Dubliners. La canción que interpretan, Wild Rover,  es una de las más populares del folclore local. Incluso se enseña a los turistas que viajan por el país para que la canten a coro en los largos desplazamientos por la mágica y arriscada geografía de la isla.

Las pintas corren por cuenta de la casa.

(En la imagen, el pub James Joyce, en la calle de Alcalá de Madrid, otro consuelo posible para los ataques de nostalgia celta).



martes, 14 de junio de 2011

Borges XXV



El hombre que fue Borges
se le revela en sueños
al lector que ha cerrado,
no los ojos, el libro
de la noche sin fin.


[Anteayer, víspera de san Antonio de Padua, se clausuró la Feria del Libro de Madrid.  Hoy, 14 de junio, se cumplen 25 años de la supuesta muerte en Ginebra de Jorge Luis Borges.  «Mañana… ¿cuándo es mañana?», preguntan una y otra vez los emboscados .]