viernes, 18 de junio de 2010

Saramago se escapa al otro lado


En su casa de Lanzarote («no me sacan de allí ni a tiros», me dijo un día en la Feria del Libro), en la ardiente cercanía del Timanfaya y no lejos de las tierras calcinadas que dan vinos dignos del paladar de Shakespeare, ha muerto José Saramago, el escritor portugués que, después de Pessoa y en su estela, más ha logrado acercarnos al alma lusa y, por afinidad, a nuestra propia alma.

No he leído todos sus libros, ni todos los que he leído me gustaron. Incluso alguno (especialmente los diarios isleños) me pareció que contenía gestos poco acordes con su rectitud moral, y actitudes quizás nacidas de una rara confusión en quien demostró poseer una gran lucidez sobre sí mismo.

Pero muy por encima de esas percepciones (sin duda discutibles), se elevan las felices horas de lectura que me han proporcionado obras como El año de la muerte de Ricardo Reis, La balsa de piedra, Memorial del convento o el estremecedor Ensayo sobre la ceguera..., jalones junto a otros de una trayectoria que le sitúan en un lugar privilegiado, aunque no siempre nos inviten a volver.

Descanse en paz el hombre que luchó hasta el final con convicción por sus ideas. Y larga vida a su mundo alucinado, fantasioso, meditativo, punzante, pesimista y real, a ese territorio milagroso semejante a un iceberg poblado de raras flores que fue capaz de construir con sus palabras.

Fotografía: Saramago en Playa Quemada, en Lanzarote. Foto © Pedro Walter, tomada de elpais.com

He aquí una muestra de una faceta menos conocida del escritor: una historia animada basada en un cuento suyo y en la que él mismo aparece como personaje.


miércoles, 16 de junio de 2010

Bloomsday Quixote

Hipótesis, quizás algo ducassiana, para el Bloomsday 2010, que como cada año se celebra este 16 de junio: ¿Qué habría pasado si en un momento de su periplo por Dublín Leopold Bloom, y no necesariamente a causa de ingesta alguna, se hubiera encontrado de frente con las reales figuras de don Quijote y Sancho? ¿Los reconocería? ¿Se atrevería a saludarlos? ¿Quién diría qué a quién? ¿Cómo podrían entenderse? Tal vez un hecho semejante ya haya ocurrido y es posible que no tardemos en ver las consecuencias.

De momento, ¿qué tal una pinta de Guinnes acompañada con la alegría de los Dubliners? ¡Feliz Bloomsday!

La imagen muestra una de las numerosas placas que en las aceras de las calles de Dublín señalan escenarios del Ulises. Foto © AJR.




domingo, 13 de junio de 2010

La Feria: crónica de gentes

Mañana del sábado 12 en la Feria, libros y paraguas.

No parecía que hubiéramos elegido el mejor día para acudir a la cita inexcusable de la Feria del Libro del Retiro, uno de esos (pocos) ritos que a estas alturas uno mantiene no solo por fidelidad sino con verdadero placer. El sábado 12 amaneció nublado y la mañana se fue concretando en una lluvia menuda y lenta, con algunas breves ráfagas de mayor ímpetu, que si no impedían el deambular entre las casetas y carpas sí obligaban a moverse con cuidado. Pese al mal tiempo, la Feria tenía un aspecto no animado pero sí animoso. Y es que en lo tocante a la lectura, como respecto a la música, hay un público fiel hasta el heroísmo. En todo caso y por fortuna (que editores y libreros perdonen mi egoísmo), el agua traía consigo una ventaja: se podía transitar sin aglomeraciones sardineras ni sudores de granja propios de los días de gran sol. Un ambiente propicio, en suma, para curiosear con más detenimiento entre las novedades y prestar la atención debida a las nuevas editoriales y colecciones, que pese a la crisis crecen como hongos (o eso parece). Y también para saludar con más calma a algún viejo amigo o colega del mundo editorial que siempre nos sale al paso. O para husmear un poco en la tan cacareada jaima de las grandes firmas, a ver si en ella quedaba alguna huella del retorno, ya como académico, de Pérez Reverte (El asedio) al lugar del que se marchó protestando por las formas de medir quién la tenía más larga (... la cola de demandantes de firmas). Y, en fin, con la oportunidad de poder intercambiar algo más que un murmullo con algunos de los autores que estarían firmando. Esto último, por inesperado (generalmente la Feria en un fin de semana es el lugar menos indicado para hablar con nadie), acabó siendo lo más agradable.

El escritor Fernando Iwasaki. © Paco Sánchez

Así, en conversación con el escritor peruano afincado en Sevilla Fernando Iwasaki, y con las barrocas historias de su novela Neguijón (2005) como telón de fondo, le pregunté por su relación con un amigo común, el poeta Vicente Tortajada, fallecido en 2003. Iwasaki, que ha convertido a Vicente en personaje poderoso de algunos de sus libros –principalmente en la narración citada, que leí en su día con sorpresa y entusiasmo–, me contó un par de detalles entrañables del amigo desaparecido y me puso en la pista de otra de sus publicaciones, La caja de pan duro, un libro recopilatorio de crónicas televisivas en el que, al parecer, Tortajada también está presente. Ya lo estoy buscando (no lo encontré en la Feria). Y junto a esta, alguna obra más de un autor que lleva sangre japonesa en sus venas y que posee un envidiable instinto lúdico para los títulos: Helarte de amar o España, aparta de mí estos premios son dos de ellos. Según fuentes fiables, los relatos contenidos en el segundo, que es su obra más reciente, son tan enjundiosos como desternillantes.

En la caseta de la Librería Bertrand estaba Manuel Rivas, sin duda el escritor gallego con mayor proyección de las últimas décadas. Fuimos compañeros de clase cuando ambos iniciábamos los estudios de periodismo en la Complutense y, pese a que he seguido (y sigo) con muchos interés y admiración tanto su obra poética y narrativa como sus artículos y reportajes, nunca desde entonces había tenido la oportunidad de volver a hablar con él. Fue generoso con su tiempo y sus palabras, también con sus hermosas dedicatorias de paraguas dibujados a pluma, acordes con el día.

Charlando con Manuel Rivas. Foto SP

En la apretada pero intensa charla que mantuvimos salieron a relucir muchos temas, entre ellos el reciente y enojoso rifirrafe con Felix de Azúa o algunas peripecias policiales de los tiempos en los que no era infrecuente que tuviéramos que acceder a la Facultad a través de un cordón de “grises”. Y el recuerdo, en este caso feliz y divertido, de las clases de historia contemporánea impartidas por Carmen Llorca («un persona verdaderamente liberal», la definió él con palabras que suscribo), junto a la evocación, por mi parte, de la figura sabia y amigable de Juan Cueto. Sonrió abiertamente cuando le mencioné el día aquel en que Cueto manifestó, de forma pública y por escrito, que los quesos que antes solía llevarle como regalo a Cunqueiro, cuando viajaba de Asturias a Galicia, tendrían desde aquel momento un nuevo destinatario: Manolo Rivas. Quizás sea este el más envidiable, desinteresado, original y hasta poético, aparte de exquisito, reconocimiento que se haya hecho de la valía de un autor en estas tierras tan dadas por lo común al cainismo. Se me olvidó preguntarle si Cueto ha cumplido su promesa. Hablamos, claro, de Galicia, de la Ribeira Sacra, que es tierra que O’Rivas (así rubrica) conoce bien. Mencionó con entusiamo sus viajes por el espacio fronterizo entre Ourense y Portugal, esa franja denominada A Raia, cercana al Parque do Xurés, donde nos dijo que en su opinión se encuentran algunos retazos de la Galicia más profunda. Ya al despedirnos le pregunté por Lois Pereiro, el malogrado poeta gallego (falleció víctima del envenenamiento por aceite de colza), del que Rivas fue íntimo amigo. Me dijo que estaba preparando una amplia escolma (antología) de su obra. También que un grupo de amigos batallaba para que la Academia Galega le dedicara uno de los próximos Día das Letras Galegas, como forma de recuperar los logros de una trayectoria creativa frustrada por la muerte pero sin duda valiosa.

Pese a su joven madurez, Rivas va camino de convertirse en todo un maestro, si es que no lo es ya. Para quienes amamos la literatura gallega es una gran suerte contar entre nuestros contemporáneos con alguien que aúna tanta calidad literaria como coraje cívico. Baste recordar, en este segundo aspecto, su papel al frente del movimiento ciudadano surgido cuando el desastre del Prestige, o su trayectoria como cofundador y militante de Greenpeace en Galicia.

En la caseta de El Buscón, que es la librería por antonomasia de La Prospe, nuestro barrio, estaba Luis, librero y amigo, tocado con uno de sus elegantes sombreros. Me acerqué a saludarlo y advertí que a su lado firmaba ejemplares Belén Gopegui, una de las novelistas que mayor consenso concita entre críticos de muy diversa condición. Aunque he leído alguna de sus novelas, no tengo una opinión fundada sobre su obra; sólo sabría decir que me parece la suya una escritura tensa y exigente. Como de alguien que se toma la tarea muy en serio. Gopegui conoce bien el barrio de Prosperidad, en el que vive o ha vivido. Según nos comentó, para escribir su última novela, Deseo de ser punk, se inspiró en parte en la Escuela Popular de la Prospe, toda una institución en la educación de adultos. La novela cuenta una dramática historia de aprendizaje y de búsqueda del propio camino hacia la libertad. Espero tener en breve ocasión de leerla. Animan a ello, además de los elogios de la crítica, el que es un volumen con las garantías que suele ofrecer Anagrama. Y la sugerente foto de Iggy Pop en la cubierta.

La mañana aún daría más de sí. En un rincón me crucé con el novelista Juan Eduardo Zúñiga, caminando muy erguido, con su admirable perfil de escritor ruso de los que ya no quedan. Iba en compañía de su mujer, Felicidad Orquín, una gran experta en Literatura Infantil y Juvenil, a la que me une una relación muy cordial fraguada en algunos trabajos compartidos. Me acerqué a saludarlos bajo la lluvia, muy fugazmente, porque iban con mucha prisa camino de una cita con el profesor y crítico Fernando Valls, uno de los mejores conocedores de la obra del escritor. Zúñiga, del que siempre recuerdo el tono perfecto, mesuradamente dramático, con que una vez le oí leer su propia obra, es un autor que ya va ocupando el lugar que le corresponde en los balances críticos. Y no sólo por su inolvidable trilogía de cuentos sobre el Madrid de la guerra civil.

En muy mejorable compañía, concretamente por su derecha según se mira al MAR (también la ceremonia de las firmas a veces hace extraños compañeros de caseta), vi al escritor y periodista Javier Reverte, uno de los maestros de la literatura de viajes, género en el que también colaboró con la editorial Anaya Touring, donde lo conocí allá por los primeros 90. Javier Reverte será una de los “platos fuertes” del Encuentro Internacional de Literatura de Viajes (LITVI) que se celebrará a partir del día 20 en Santiago de Compostela, dentro de los eventos del Xacobeo 2010, y al que también estoy invitado (participaré en una de las mesas redondas). Me acerqué a saludarlo con la nada disimulada intención de refrescar viejas conversaciones y tender lazos de cara a la cita gallega.

Precisamente en la larguísima caseta de Anaya firmaba Ana Alcolea, prolífica y valorada autora de ese género de endiablada dificultad y ardua competencia que es la novela juvenil, en la que ella se mueve con extraordinaria soltura, según me dicen voces cercanas a las que no tengo más remedio que creer. Y lo mismo puedo decir de Rocío Antón y Lola Núñez, un dúo bien conocido y acreditado en el campo de los libros infantiles. Compartimos un rato divertido, además de pertrecharnos de buenos y cálidos materiales para los recién llegados a la familia.

También nos acercamos, ya de retirada, hasta la caseta donde firmaba Elvira Lindo, que nos dedicó dos de sus obras. Es admirable la energía que despliega esta mujer, siempre entre Madrid y Nueva York, y siempre tan atenta a aspectos de nuestra realidad que para muchos pasan inadvertidos. Su capacidad de trabajo tal vez sólo sea comparable a la de Juan Cruz, que no andaba lejos con sus Egos revueltos. Este libro de «memorias propias de otros autores», que mereció el premio Comillas, está recibiendo tantos elogios y de procedencia tan dispar que no va a haber más remedio que leerlo. Me quedé también con ganas de saludar a Fernando Savater, que miraba hacia el cielo desde su caseta con aire algo aburrido y quizás ya a punto de irse. No me atreví a molestarlo.

Y así, algo calados, con los bolsillos menguados, pero al fin y al cabo contentos, volvimos a casa cuando, oh extraño capricho de los cielos, ya casi dejaba de llover.

Posdata: Dicen los primeros balances al cierre de la Feria del Lbro que las ventas han descendido casi un 10% respecto a 2009 y que el culpable de tal situación, más que la crisis, ha sido la veleidosa tendencia del tiempo hacia los extremos: excesivo calor en algunos de los primeros días, lluvia casi permanente durante la última semana. Está claro que ni editores ni libreros habían mandado sus anaqueles a luchar contra los elementos. Antes de cada Feria deberían fletarse globos aerostáticos que dejaran bien claro a las deidades de allá arriba (o a quien corresponda) una recomendación, incluso una orden: «¡Prohibido llover!» A ver si este vídeo pescado en Youtube (una joya de época con la actuacion de Sister Rosseta Tharpe) puede contribuir a que “cale” el mensaje.

viernes, 4 de junio de 2010

Manchas nombradas*

A modo de salvavidas de una tarea algo incierta
surgieron estas variaciones, mínimas e improvisadas,
como para hacerse cargo.



En un lugar de La Mancha, tal vez en dos, aún pueden verse espejismos.

En un lugar de La Mancha, nunca en el mismo.

En un lugar de La Mancha, pero no en éste.
***

En un lugar de la mancha las erratas proliferaban como verdaderos roedores.

En un lugar de la mancha, aunque apenas si.

En un lugar de la mancha, ya casi tapada por el cian, se vislumbra la silueta de un yelmo.

En un lugar de la mancha una avanzadilla de osados agentes limpiadores había conseguido abrir una brecha de casi dos milímetros que anunciaba la completa caída de la fortaleza en manos de las nítidas fuerzas del orden.

Benjamín Palencia, La Era.


En un lugar de la mancha, por do más pecado había…

.

En un lugar de la mancha la grulla más valiente ocupa el vértice.

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En un lugar de La mancha, vos, el llamado Borges, comenzás a corrernos.

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En un lugar de la Mancha

de cuyo nombre no quiero

acordarme...

(Romance anónimo e inacabado)

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En un lugar… sin duda alguna. Vale.

(Quijote bonsái, acaso jíbaro)




Fotografías: Paisaje de los Montes de Toledo (arriba) y Camino Peña del Rayo (sobre estas líneas), cerca de Casalgordo (Toledo). © AJR, 2010

*Manchas nombradas es el título de un libro de José Miguel Ullán publicado en 1984.

lunes, 31 de mayo de 2010

El sueño rosa


(El ciclista talabricense David Arroyo, vistiendo la
maglia rosa, descendió el Mortirolo con tanta valentía y confianza, que durante unos minutos pudimos soñarlo en lo más alto del podio de la Arena de Verona. Fue en el Giro de Italia 2010, el 28 de mayo. Este soneto quiere guardar memoria de ese momento, que se suma a otros inolvidables del deporte más hermoso, como homenaje al deportista que lo hizo posible.)


Arriba, el Mortirolo, entre la nieve,

es la auténtica Porta dell'Inferno.

Y es cada pedalada un giro eterno

que agita un corazón y a otro conmueve.


David no es Goliat, pero se atreve

y, tras cruzar la cima del Averno,

de su máquina exhibe tal gobierno,

que la transforma en flecha rauda y leve.


La gesta estaba en marcha. Cada escollo

era un pulso ganado al propio abismo

con arrojo y entrega generosa.


¡Qué gran descenso el de David Arroyo!

Fue un sueño al fin trocado en espejismo.

Mas, como sueño, es ya inmortal. Y rosa.



Imagen: David Arroyo durante la etapa del Mortirolo. Foto AP. Tomada de ELPAÍS.com








viernes, 28 de mayo de 2010

sábado, 15 de mayo de 2010

Ramayana


A grandes males, grandes remedios. Frente a los numerosos desaguisados políticos y económicos que se están cociendo por doquier ante nuestras narices (¡huelan, huelan!) y nuestra impotencia, me parece que una forma recomendable de intentar no sucumbir al desaliento es abismarse en los 24.000 versos del Ramayana (Rāmāiaņa), una de las dos grandes epopeyas indias, verdadero compendio de tradiciones del subcontiente asiático y como tal uno de los pilares de la cultura humana.

La obra acaba de ser publicada en su cada vez más indispensable colección Memoria mundi por la editorial Atalanta, esa masía editora dirigida con su habitual mezcla de elegancia y savoir-faire por Jacobo Siruela e Inka Martí. La crítica especializada dice de ella que es la versión en español más valiosa y completa editada hasta ahora. Ha sido traducida por Roberto Frías a partir de la versión inglesa de Arshia Sattar, catedrática de la Universidad de Chicago, considerada como la mejor traducción realizada directamente desde el sánscrito a un idioma occidental.

En el excelente Prólogo de la obra, al que puede accederse desde este enlace de la edición digital de El País, se resume así su argumento:


El Rāmāiaṇa de Vālmīki cuenta la trágica historia de un príncipe virtuoso y obediente que debería ser rey y que es enviado al exilio por un ataque de celos de su madrastra. Los verdaderos problemas de Rāma comienzan cuando se interna en el bosque para vivir ahí durante catorce años, acompañado de su hermosa consorte Sītā y su devoto hermano menor Lakṣmaṇa. Sītā es raptada por Rāvaṇa, el malvado rey rākṣasa, quien la lleva a su lejano reino, en la otra orilla del océano sur. Rāma y Lakṣmaṇa se disponen a rescatarla y, en el camino, sellan una alianza con un rey mono desposeído. El consejero del rey mono, Hanumān, se convierte en el valioso aliado de Rāma y juega un papel decisivo para que la misión de rescate de Sītā sea un éxito. Al final de una sangrienta guerra con los rākṣasas, Rāvaṇa muere y Sītā se reúne con su esposo. Rāma y sus compañeros regresan a la ciudad, donde el héroe reclama el trono que le pertenece. […] El universo en el que tienen lugar los hechos queda ampliado por dioses y criaturas celestiales, dádivas y maldiciones, armas mágicas, carrozas voladoras, sabios poderosos, animales maravillosos, simios heroicos y rākṣasas aterradores. Un aspecto crucial de este universo expandido, que incluye la presencia de lo divino, es el hecho de que Rāma es una encarnación, un avatāra, del gran dios Viṣṇu. En el Rāmāiaṇa de Vālmīki, Rāma no sabe esto. Aunque los dioses están de su lado en todo lo que emprende y a menudo parece que le ayudan, a él o a sus aliados, Rāma atraviesa la historia sin saber que nació mortal con el deliberado propósito de matar a Rāvaṇa. El plan de los dioses se convierte en el destino personal de Rāma y debe ejecutarse hasta el final. Al acabar la guerra, los dioses aparecen y le revelan quién es.



Que Hanuman nos aclare la mente.


Imagen
Batalla entre los ejércitos de Rama y el Rey de Lanka.
Copyright © The British Library Board.

Fuente