Gustave Caillebotte: Les raboteurs de parquet, 1875.Musée d’Orsay, París. |
Un momento tras otro, sin que se pudiera llegar a distinguir ni un segundo de descanso, estuvimos oyendo ruidos de fondo que, si bien no nos impedían seguir realizando nuestros trabajos, incluidos los respiratorios, sustraían sobradamente elementos básicos de nuestra concentración, de modo que todos recibimos con una indisimulable sensación de alivio la llegada de aquel individuo que, sotto voce, nos fue presentado como ‘El ebanista italiano que materializó la impalpable labor de la carcoma’. Y gracias a él pudimos encontrar un alivio cierto no tanto en la inmediatez de nuestros sentidos, que siguieron siendo percutidos, como en las pesarosas incógnitas que gravitaban tan pesadamente sobre nuestras conciencias y, en particular, sobre las inveteradas creencias de las que apenas podíamos sostener nada más concreto que la vibración de su costumbre.