Para Antonio, Manolo y Paco, mis hermanos
Cuando,
en los últimos años de su vida, le decíamos a mamá que estaba hecha una moza y
que tenía toda la pinta de ir a vivir cien años, aún se le iluminaban los ojos
y en su cara se veía aquella sonrisa pícara, de complicidad, que en ocasiones,
según fuera el humor del día, podía ir acompañada de una de sus frases
rotundas, siempre pronunciadas con el entusiasmo que conservó hasta pocos días
antes del final: Sei que mo dis pra verme
contenta, pero ao millor fágoche caso.
A
mamá le gustaba fantasear con la idea de llegar a ser centenaria y, cuando le
recordabas que ya era la persona de su familia que más años había vivido, te
escuchaba con mucho interés y con claras muestras de sentirse encantada por
ello. Aunque no era tampoco infrecuente que esas conversaciones terminaran en
un minucioso recuento de seres queridos ya ausentes, con su marido Antonio y su
hermana Camila encabezando una larga comitiva de familiares, amigos y conocidos, en la que a menudo le sorprendía que figuraran algunos nombres. ¿E dis que tamén morreu a Julia, a miña comadre? ¡Virxen santa!
En
esas pláticas, para alejarla de la morriña y darle palique, buscaba yo una excusa para bromear y, como en otras muchas ocasiones, jugaba a asustarla un
poco narrándole, con la teatralidad que ella misma me contagió desde niño, las
viejas leyendas de la santa compaña mezcladas con cuentos, romances, canciones y algunas otras historias de nuestra querida
tradición gallega.
Esa era una
deriva a la que en principio Generosa se sumaba con un vivo interés casi
infantil, añadiendo, a poco que se lo pidieras, sus peripecias de niña pastora que una vez tuvo que vérselas en la sierra con el lobo: Menos mal que eu o vin antes e túvome respeto, que si fora il o que chegara a reguichar primeiro pra min, con aqueles ollos como lume, paparíame.
Y sin rehuir, ya digo, los relatos de aparecidos, pues no en vano era una gran devota de las «benditas ánimas del
purgatorio», y sentía por todo lo del más allá una curiosidad casi natural y
llena del optimismo que le aportaba su inquebrantable fe religiosa, tan sencilla y firme como se la había enseñado su madre, de la que hablaba con veneración. Eran de destacar, de modo muy especial, en esa intensa religiosidad, sus tratos diarios con
la divina providencia, que siempre tuvo como columna central de su vida. ¿Non ves
como a min todo mo prepara Dios?, fue quizás la frase que más veces le oí
como calurosa bienvenida cada vez que volvía a verla. Una frase que también se convertía a menudo en un verdadero talismán frente a cualquier problema o dificultad que
advirtiera en mi vida: Non teñas medo nin te acobardes, que
xa Aquil cho a de dispor segundo millor conveña.
Pero si, en el calor de alguno de esos cuentos que yo le improvisaba, advertía que la
cosa se iba poniendo fea (Entón sentín cómo
me arrepenaban e un de aqueles felos das
chocas no cu turraba de min querendo
levarme pro fondo…), no tardaba en hacerme callar (¡Cala, cala, tolo, máis que tolo!) y, dando un suspiro (¡Sempre fun moi medrosa!), volvía a
centrar su atención en las magdalenas de la merienda o te decía que prefería
dormir un rato.
Mai Generosa, que falleció el 3 de marzo de 2011, a escasas
semanas de cumplir 96 años, hubiera celebrado este 22 de abril de 2015 su
primer centenario. Como hacemos a menudo desde su ausencia, pero hoy de forma
especial, sus cuatro hijos y el resto de la extensa familia la recordaremos con todo el cariño que sembró
entre nosotros. Un legado que, junto con el recuerdo de la bondad y honradez
paternas y la memoria de otros seres entrañables, sigue siendo nuestro vínculo más firme: el puerto seguro al que siempre
volvemos, cada vez más admirados y agradecidos por la lección de generosidad,
valentía, confianza y ternura que Generosa nos dio a lo largo de toda su vida.
Felicidades,
mamá, sigues viva en nuestro recuerdo y siempre estás presente en nuestro corazón.
En la foto superior (de SPM), Paco, Manolo, Alfredo y Antonio, alrededor de Generosa cuando celebramos sus 90 años.
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Olivera centenaria Generosa, en Cortijo Blanco,
Valle del Guadalentín (Murcia).
Fue bautizada así en honor de
Generosa Campos Fernández (1915-2011)
Cortesía de Pepe Buendía. |