( (Notas Moderadamente Apocalípticas, 🕸18). ¿De qué se alimentará el ciudadano Andrés Rábago García, más conocido por El Roto, para dar un día sí y casi otro también en la diana de la cuestión palpitante? Raro es el tema de los muchos que aborda en sus diarios dibujos sobre el que no consiga ofrecer una perspectiva, no ya sólo original e inusitada, sino por completo convincente, enriquecedora, capital. Ayer mismo lo comentaba Rafael Sánchez Ferlosio al elogiar como un verdadero hallazgo de ingenio y exactitud la expresión «el patriotismo me da claustrofobia» con la que El Roto ilustró (en el doble sentido) uno de sus “editoriales” dedicados al cognazo catalán.
Y así vuelve a ocurrir hoy con esta prodigiosa síntesis de los males arácnidos que nos acechan a todos los que andamos enredados en estos juegos presuntamente comunicativos y hasta creativos. Linderos que frecuentamos no del todo inconscientes, pero sí bastante complacientes (autocomplacientes) por cuanto, aunque le veamos los artejos ponzoñosos al bicho que nos sale al paso acá y allá (y hay que ser muy torpe o cretino para no verlos), es mayor el masaje emocional y hasta espiritual que nos proporciona.
El dibujo de hoy no aborda un asunto que nos sea desconocido, pero lo hace con una capacidad de síntesis poco común y con una potencia visual —la @raña como dueñ@ de una Red sin salida y cuyo funcionamiento nos excede— que tiene el mérito de recuperar una de las metáforas iniciales más poderosas y perspicaces de Internet, y la que, como se va viendo, mayor cumplimiento ha tenido.
«Oh blanca @raña de hilos luminosos...», escribí una vez en un poema, cuando me iniciaba en el uso de estas nuevas tecnologías que durante varios años me parecieron un territorio lleno de bienaventuranzas y maravillas sin cuento, y la Red era, antes que nada, una promesa de infinita comunicación. Ni qué decir tiene que esas previsiones y expectativas hace tiempo que naufragaron. Y, aunque no es la primera vez que veo en la telaraña mundial su pegajosa viscosidad y sus punzantes peligros, es admirable la precisión con que El Roto vuelve a dibujar nuestras pesadillas. Si Goya levantara el pincel estoy convencido de que no dudaría en poner el trazo de su firma al pie de algunos de estos «caprichos» tan poco veleidosos. El Roto ha vuelto a clavarlo.
(Visiones en voz alta,📽21 - 12 noviembre 2017). Los caminos de la revelación son inescrutables y hasta peregrinos. Pero nos acaban encontrando. Anoche, leyendo ya de madrugada en «El País» una sentida necrológica del periodista Carles Pastor, me salió al paso la referencia de un cortometraje de su hijo Álex, titulado con un conocido palíndromo, La ruta natural (2004), lo que de inmediato me llevó a localizarlo en la Red. Y aquí está. Es una pieza notable, premiada en el Festival de Sundance en 2006, y en cierto modo un antecedente de pelis posteriores como El curioso caso de Benjamin Button, con el que coincide en la trama argumental, o El árbol de la vida, de similar impulso poético.
El corto de Álex Pastor no tiene como título una frase capicúa por mero capricho. De hecho, hay en él otros usos explícitos de este juego: en los nombres de los personajes (Arual, Divad...), en la escenografía, en el montaje. Y sobre todo en el desarrollo de la historia, que es en sí misma una ilustración de una de las intuiciones por las que estos juegos del lenguaje siempre me han seducido: su peculiar estructura son una analogía perfecta de lo que es la vida misma. Y el recorrido de su itinerario de ida y vuelta es, en cierto modo, una recreación anticipada de la forma en que algún día deberemos encontrar el camino de vuelta a casa. Este excelente cortometraje, en sus inspirados 11 capicúas minutos, ilustra con gran exactitud esa idea. Y ha sido una gran alegría dar con él.
Por otro lado y como dato complementario (que le brindo a mi amigo y maestro en las tareas periodísticas,Ángel Sánchez de la Fuente, del que Carles Pastor fue colega y amigo: aunque seguro que ya está al tanto), en la película aparece como figurante el periodista ahora fallecido y, lo que es aún más importante —y si no he leído mal los créditos—, suya es la voz en off que narra de forma magistral la historia. Lo que lo convierte en una suerte de oportuno, explícito y hermoso homenaje. Si vivo vivís.