Hay palabras de la jerga familiar o tribal que no tienen rival a la hora de poner nombre a ciertas realidades. Quizás porque, en lo que se nos alcanza, la primera vez que entendimos el significado pleno de esa palabra coincidió también con la novedad de una sensación, o una experiencia, sentida y experimentada por primera vez. Es lo que en estos días de la primera canícula del año me ocurre con la palabra cachurreiro, un término de indiscutible filiación gallega, aunque no lo he encontrado en ningún diccionario al uso, ni en varios repertorios de hablas coloquiales, tal vez porque esté acuñado en los moldes del barallete u otra jerga gremial. Pero es la palabra que le oía a mi abuela y, de forma especial, a mi tía y madrina Camila para designar el alto calor del mediodía en los veranos gallegos de mi infancia: «¿Cómo vas sair ahora, fillo, co cachurreiro que fai?», decía mi abuela. O: «Eso é, non tendes outra cousa que ir ata Cimadevila a estas hora, baixo este cachurreiro...», me advertía en ocasiones, con su inequívoco gesto disuasorio, mi madrina. La palabra llega cada año a mi cabeza con el primer sudor serio del verano.
(AJR: 3:13;Palíndromos ilustrados, LII) En lo que se me alcanza, ni el verbo rovarni, menos aún, el verbo rovafar tienen más consistencia semántica que la puramente sugeridora de sus grafías y fonemas. Pero la realidad es a veces tan envidiosa de la imaginación que acaba engendrando lo que parece imposible. Tiempo al tiempo. Foto: EFE
No se aprenden lecciones. De la vida,
y de eso que se llama `la vida´ aunque no sea
más que un puro existir sin nada a cambio,
sólo se saca en claro lo que vivo,
en pleno uso de su vida propia,
salta en el aire y viene a nuestro encuentro,
siempre sin prevención, sin ser notado,
y lo ilumina todo. Y todo canta.
Vida es luz. Lo más raro
es que sólo lo sepas en la sombra.