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Antonio Tabucchi (1943-2012) |
Con la muerte de Antonio Tabucchi, ocurrida el pasado domingo 25 de marzo en un hospital lisboeta, tengo la impresión de que ha desaparecido el último heterónimo de Fernando Pessoa. Una impresión que puede resultar injusta por cuanto parece situar al autor italiano, que desde 2004 tenía también la nacionalidad portuguesa, bajo la exclusiva sombra del gran escritor luso. Y Tabucchi, como es sabido, es un autor con peso propio, con una obra amplia y variada, aunque una parte importante de su gravedad y de su fuerza literaria provengan, al menos en mi lectura parcial e interesada, de la luz que proyecta sobre ella el espíritu de Pessoa.
Desde que descubriera los poemas de Pessoa, en su vertiente de Álvaro de Campos, cuando era un joven de apenas veinte años seducido por la atmósfera de París, Tabucchi encontró la pista que orientó el resto de su vida. Un impulso que le llevó a viajar a Lisboa y a aprender portugués para enfrentarse al descomunal reto de intentar desentrañar el «misterio Pessoa». Ese prodigio aún inexplicado, tal vez inexplicable, de que bajo una sola apariencia física y en el escueto margen de una biografía de menos de medio siglo (1888-1935) pudiera habitar tal multitud de almas, todas esas formas tan diferentes y sensibles de estar en el mundo que puso en pie, con su «drama em gente», el hombre que fue tantos. Un hombre que, quizás como ningún otro de su siglo, fue capaz de hurgar con lucidez, dolor y belleza en el misterio de nuestra identidad de humanos «condenados» a vivir y sentir en el laberinto sin fin de la conciencia.
Pero la devoción de Tabucchi hacia Pessoa no fue solo una cuestión de afinidad espiritual. Incluso el cuerpo del genio lisboeta, su aspecto exterior, le influyó de forma notable, en una especie de posesión gestual que acabó confiriendo a la apariencia de Tabucchi, sobre todo en la madurez de la cincuentena, una extraordinaria cercanía física a la del Pessoa revelado por las fotos. Un mimetismo sin duda cultivado con similar esmero al que Juan Benet empleó en acentuar su parecido con Faulkner.
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Fernando Pessoa, ele mesmo. |
La decisión de Tabucchi de ser enterrado en el «Cementerio de los Placeres», el camposanto lisboeta en el que durante cincuenta años estuvo enterrado Pessoa, viene a cerrar el círculo de su biografía de una forma algo más que simbólica. De hecho, hace de su vida un homenaje completo a su gran maestro, y también una manera de seguir un camino elegido más allá de la muerte.
Ese camino, por lo demás, tiene fijado un itinerario posible en el
Réquiem (1992)
de Tabucchi
, la alucinada narración que, de forma tan premonitoria como finalmente buscada, se inicia al pie mismo de ese camposanto de nombre insólito (en realidad, proviene del de una antigua quinta o palacio), como si ya entonces la sensibilidad del escritor estuviera intuyendo que con ella se iniciaba la cuenta hacia atrás de una aventura que ahora ha llegado, no a su fin: a otro capítulo aún por escribir en el libro infinito que nos contiene a todos.
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«Jazigo de D. Dionizia de Seabra Pessoa», panteón familiar del Cemitério dos Prazeres de Lisboa donde Pessoa estuvo enterrado hasta octubre de 1985. Hice la foto en mayo de ese mismo año, durante mi segundo viaje a la capital portuguesa. Pocos meses después, el cuerpo de Pessoa, que había fallecido el 30 de noviembre de 1935, al parecer fue encontrado incorrupto, lo que obligó a modificar los planes iniciales de enterramiento en el Panteón de Hombres Ilustres del Monasterio de los Jerónimos. Allí se inauguró su mausoleo el 16 de octubre de 1985.
Foto © AJR, 1985. |