lunes, 27 de noviembre de 2023

UNA TARDE CON GLORIA


Cuando fui a buscarla a su casa de Alberto Alcocer para una lectura en el Aula de poesía del Johnny (CM San Juan Evangelista), Gloria Fuertes me hizo pasar a una salita con una mesa camilla «mientras termino de arreglarme para el sarao». Entró en otra habitación de la casa y yo curioseaba los cuadros y fotografías colgados en las paredes del salón. En una foto me pareció reconocer a Carlos Edmundo de Ory, del que entonces yo apenas había leído nada, aunque sí había visto algunas fotos, quizás en La Estafeta Literaria o en las páginas de huecograbado de ABC.

—Este parece el fundador del postismo —dije para hacerme el interesante, cuando Gloria ya había vuelto al salón y encendía un cigarrillo.
—Sí, el mismo. Carlitos. Menuda pieza. Y qué poeta más loco. ¿Sabes que fue novio mío?
—¡No me digas! ¡Menuda pareja harías!
—Pues sí. Delirios de juventud. Aunque tuve otro novio antes. Manolo mío: mi madrileño marchoso, maduro melocotón maleable…
—¡Qué bueno!
—Siempre me ha gustado mucho la fruta, jaja… Y no necesariamente los plátanos.
Advertí claramente el doble sentido pero no me sentía cómodo y decidí pasarlo por alto.
—Y eso del postismo, ¿exactamente en qué consiste?
La poeta —poco antes me había dicho que si se me ocurría llamarla “poetisa” me arreaba— dio una calada al cigarrillo y me miró con gesto no sé si de conmiseración o de fastidio.
—¿Pero tú no estás en la Universidad?
—Solo estoy en primero y estas cosas en Periodismo no se enseñan.
—Ya, estaba de coña. Lo del postismo en realidad no pasó de una aventurilla. Al menos para mí. Poco más que un pecado de juventud. A otros, en cambio, parece que les ha cundido más.
—¿Pero en qué consistía, cuál era su credo estético?—solté de un tirón y cayendo de nuevo en el afán de hacerme el interesante.
Gloria me miró entonces con aquella sonrisa suya de payasa buena, rematada con un arqueo de cejas algo burlón.
—Mira, niño, esas son cosas no fáciles de explicar, están en los libros y si quieres te las estudias.
—Pero una idea básica, un eslogan, algo definitorio…
—A ver: ¿tú en qué crees que pueden estar pensando un grupo de muchachos y muchachas decididos, de pura hambre atrasada, a comerse el mundo?
—¡En la Revolución!
—Sí, claro, en la revolución, en la revelación... y en el revolcón, eso seguro. Mira, el postismo como su nombre indica es lo que viene detrás del último ismo. ¿Sabes eso, no?
—Las distintas escuelas y tendencias vanguardistas —dije recordando lo que le había oido explicar a Marta Portal en las clases de literatura.
—¡Ahí, ahí…! Pues después de todo ese barullo, el postismo quería ser una recuperación de las voz propia no sometida a dictados externos. Vamos, que después de los ismos…
Hizo una pausa y sonrió al ver mi cara de expectación.
—Después de los ismos… ¡pos tú mismo, pasmao! ¡Postismo por ti mismo!

Aunque me mosquée no poco, enseguida me sumé a su carcajada franca y rotunda, como eran por entonces todas las suyas. Volvió después a bromear con las ínfulas de los poetas y a interesarse por mis cosas y mis amistades. Durante el trayecto hasta la Avenida de la Moncloa conversó muy divertida con el taxista, que la había reconocido porque para entonces, a mediados de 1976, Gloria ya llevaba años saliendo en la tele y era muy popular.

El recital fue todo un éxito. Se presentaba además la edición de Cátedra de sus «Obras incompletas» y pasamos una tarde y una noche intensa y divertida, aunque no exenta de algún incidente…
(LUN, 187 ~ Tiempo contado, Homenaje a GF en el 25º aniversario de su muerte)

miércoles, 1 de noviembre de 2023

«SANTOS Y DIFUNTOS, ¿UNA REDUNDANCiA?»

Anciano bajo la lluvia.

 «SANTOS Y DIFUNTOS, ¿UNA REDUNDANCiA?»,

SE PREGUNTA NOSTRA

BAJO LA INMINENTE AMENAZA DE UN CASI HURACÁN

QUE CASI SE LLAMA CIORÁN

«La tradicional expresión que nos acompaña desde que tenemos uso de razón, si bien se mira, ¿no es un buen resumen de la folie de la doliente humanidad, síntoma crucial de nuestra escasa imaginación tamborilera, símbolo incluso del inconveniente de haber nacido? No nos pongamos trágicos si nos queremos cómicos. Sabemos, desde muy temprano, que nuestro destino ineludible es formar parte del gremio de los que ya han transitado y, antes de rendirnos a lo ineludible, procuramos y batallamos y hasta derrapamos para que nuestras acciones nos granjeen algún tipo de satisfacción, placeres intensos, tal vez honduras, sin duda reconocimiento, sentido. ¿Y no es precisamente por eso, porque necesitamos espejos en los que mirarnos y hacia los que mirar, por lo que nos inventamos luego luego los Santos, curiosamente nombre también de las efigies que aparecían en las cajas de cerillas o cerillos, en algunas zonas también mixtos, de nuestra infancia? Al final, qué queréis que os diga, queridos entes en fuga, mis exequiables futuros: sabéis tan bien como yo y como el otro y el otro y el del más allá que todo lo que aparece perecerá bajo el fuego… y tal y tal, de modo que no sé yo si paga la pena». Así acabo de oírle pontificar a Nostra, acá mismo, debajo de mi balcón. Como están de obras en la calle —bueno en realidad en todo el barrio y casi en medio Madrid—, han cambiado de sitio las marquesinas de los buses, que es donde últimamente suele soltar Nostra sus filípicas, y se ha venido al rellano de la entrada del garaje, así que oigo su voz desde aqui con tanta claridad como si me estuviera murmurando confidencias al oído. Tal como se ha quedado la tarde, he de reconocer que es una gran ventaja.
(LUN, 214 ~ «Las cosas de Nostra»)