viernes, 15 de enero de 2016

Poveda, entre sonetos y poemas


Miguel Poveda entre sonetos arde
por los cuatro costados del flamenco:
hondura, luz, compás, pasión. Y el cuenco
de una voz prodigiosa (que dios guarde).

Una voz donde brillan las heridas
y se incendia la lluvia de la tarde,
mientras amor y muerte, sin alarde,
dirimen sus batallas, tan queridas.

Sonetos y poemas que se quiebran
y van al aire con sus versos sueltos,
como muchachas por la playa, libres.

Palabras sin cadenas que celebran,
en la voz de Poveda, los absueltos
delitos del querer… (¡Para que vibres!)

Miguel Poveda durante su recital en el Compac Gran Vía de Madrid, el 14 de enero de 2016. Allí estuvimos.



*****************************
(Recupero de los comentarios mi crónica del recital, para facilitar su lectura a los interesados.)

Aprovecharé tu interés, querido amigo, para extenderme un poco, siquiera a vuelapluma, sobre lo visto y oído el pasado jueves 14 de enero en el añejo y algo destartalado pero aún habitable Teatro Compaq Gran Vía, antiguo cine y sede de estrenos muy notables. 

El espectáculo, de unas dos horas y media de duración, sin intermedios –aunque sí con dos "interludios" protagonizados por la guitarra de Chicuelo, el piano magistral de Joan Albert Amargós y el buen hacer palmero y percusor del resto del elenco–, tuvo tres partes bien definidas. La primera se centró en el repertorio del último disco y justifica el título homónimo de la convocatoria: Sonetos y poemas para la libertad. La inició Poveda con su ya bien conocida versión del soneto «Para la libertad», de Miguel Hernández, rompiendo muy bien la voz en los versos más hondos. Siguieron después, entre otros, sonetos de Quevedo, con los oxímoros de su «Hielo abrasador»; Borges y el homenaje al padre, a la memoria y a la ficción del tiempo (con esa prodigiosa estrofa que el parte meteorológico del momento hacía, además de verdadera, literal: «Bruscamente la tarde se ha aclarado / porque ya cae la lluvia minuciosa. / Cae o cayó. La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado...»); Neruda («Amor mío, si muero y tú no mueres…»), el más claro de los sonetos del amor oscuro de Lorca («…llena pues de palabras mi locura / o déjame vivir en mi serena / noche del alma para siempre a oscuras»), otros de Alberti, de Ángel González, de Sabina… y uno de Aute (variante, no muy lograda, del “violante” de Lope), y que dio pie para la presencia en el escenario de Pedro Guerra, autor de las músicas de los sonetos, en cuya selección también participó Luis García Montero. 

Esta parte se cerró no con un soneto, sino con «No volveré a ser joven», de Gil de Biedma, prodigioso para mí, como sabes, una pieza mayor del repertorio de Poveda, aunque puede que no fuera esta vez la ocasión en que más partido le sacara. 

El tercio de los sonetos, aunque admirable en más de un momento, no diría yo que es el terreno en la que más brilla la capacidad de Poveda para decir con la hondura y soltura que él sabe. La estructura de la estrofa se presta bien al fraseo encadenado y al efecto de los juegos verbales y las paradojas. Pero quizás es un esqueleto verbal que puede llegar a tener cierta adustez para el cante y que a veces se enquista en la lejanía de las rimas o, más aún, en los giros y quebradas de los encabalgamientos, a los que no siempre parece posible sacarles un partido bien acompasado. Sería un tema para hablarlo con más calma.


La segunda parte fue la dedicada, propiamente, al jondo. Aunque con un repertorio más restringido que otras veces, aquí sí que volvió a mostrarse Poveda con un dominio absoluto, en plena madurez ya, de palos (soleares, seguiriyas, malagueñas, tanguillos) y colores: su voz alcanza cotas de limpieza que muy pocas veces se han conocido en el flamenco. A la vez, es un maestro en rendir homenajes a cantaores (y cantaoras) que son verdaderas recreaciones llenas de verdad y emoción. Así pasó, por ejemplo, con el rendido a Lole y Manuel ("todo es de color"), a Morente o a Camarón, sin duda las referencias con las que Poveda sabe que se (le) mide. Esta parte incluyó también un tributo a los cantes de Cádiz y el ritmo de los patios, con el baile de la "pataíta" que tanto le gusta al maestro y que domina con gracia. 


El tercio final, antes de entrar en un jaleíllo bien acompasado por todo el grupo, y donde tuvieron su oportunidad las voces de Esperanza León (de Écija), que le acompaña y da la réplica en muchas canciones, y de El Londro, fue un rápido recorrido, lleno de magistrales apuntes, por las coplas escuchadas en «la radio de su madre», una de las especialidades del artista. 


Esta parte tuvo como sorpresa el estreno de una de las canciones que Perales compuso para Rocío Jurado, cuya interpretación acometió después de subrayar la presencia en la sala de José Luis Perales (que fue ovacionado al levantarse a saludar desde su asiento) y Rociíto. Dejó aquí Poveda uno de esos momentos irrepetibles, que sin duda no son del todo improvisados, pero que le deben su carácter especial a la magia del instante: comenzó la canción en una tesitura que era un calco exacto, soberbio, de la gran voz de la Jurado (solo Falete, en lo que se me alcanza, se había atrevido a tanto), pero pidió a Joan Albert Amargós (el pianista y la otra parte fundamental de todo el espectáculo) que empezara de nuevo, para reiniciar en un tono más bajo. La interpretación, soberbia. A mí me dio la impresión de que hubiera podido cantar todo el tiempo a la altura de la voz femenina más poderosa que ha tenido la copla española, pero un buen homenaje debe también saber cuándo y dónde detenerse.


El colofón, ya en tiempo de bises, lo puso una nana-soneto, con letra y música de Pedro Guerra, que Poveda cantó con todo el sentimiento de su reciente paternidad, sacándole mucho partido a unos versos que no parecían ir mucho más allá de algunos tópicos esperables y repetitivos. Se me cruzó por la cabeza la idea de qué es lo que podría hacer Poveda con la «Nana del caballo grande», de Lorca, aquella con la que Camarón tocó cimas de rara hondura consciente, hasta el punto de negarse a repetir la grabación que le pedían para La leyenda del tiempo. «La naná ya está cantá», dijo el de la Isla. Y qué verdad era (es: ahí está el youtube para demostrarlo).

En resumen: quizás no ha sido el mejor de la media docena de conciertos que le he escuchado a Poveda en directo. En mi memoria brilla, por su amplitud y poderío, la noche de las Ventas, junto a pellizcos, muchos y bien concretos, de las noches de agosto en La Unión. Pero fue un ameno, emotivo, hermoso, a menudo vibrante y, sobre todo, muy cercano (fila 3, centrada, aunque con los asientos peligrosamente tendentes a la estabulación) disfrute sensorial.

11 comentarios:

Navajo dijo...

¿Qué tal el maestro? Por tu vibrante soneto supongo que pleno de excelencia. Espero que se mantuviera en el camino del flamenco y la copla, y no abundara demasiado en su peligrosa afición por la canción "prerrafaelista".

Alfredo J Ramos dijo...

Aprovecharé tu interés, querido amigo, para extenderme un poco, siquiera a vuelapluma, sobre lo visto y oído el pasado jueves 14 de enero en el añejo y algo destartalado pero aún habitable Teatro Compaq Gran Vía, antiguo cine y sede de estrenos muy notables.
El espectáculo, de unas dos horas y media de duración, sin intermedios –aunque sí con dos "interludios" protagonizados por la guitarra de Chicuelo, el piano magistral de Joan Albert Amargós y el buen hacer palmero y percusor del resto del elenco–, tuvo tres partes bien definidas. La primera se centró en el repertorio del último disco y justifica el título homónimo de la convocatoria: Sonetos y poemas para la libertad. La inició Poveda con su ya bien conocida versión del soneto «Para la libertad», de Miguel Hernández, rompiendo muy bien la voz en los versos más hondos. Siguieron después, entre otros, sonetos de Quevedo, con los oxímoros de su «Hielo abrasador»; Borges y el homenaje al padre, a la memoria y a la ficción del tiempo (con esa prodigiosa estrofa que el parte meteorológico del momento hacía, además de verdadera, literal: «Bruscamente la tarde se ha aclarado / porque ya cae la lluvia minuciosa. / Cae o cayó. La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado...»); Neruda («Amor mío, si muero y tú no mueres…»), el más claro de los sonetos del amor oscuro de Lorca («…llena pues de palabras mi locura / o déjame vivir en mi serena / noche del alma para siempre a oscuras»), otros de Alberti, de Ángel González, de Sabina… y uno de Aute (variante, no muy lograda, del “violante” de Lope), y que dio pie para la presencia en el escenario de Pedro Guerra, autor de las músicas de los sonetos, en cuya selección también participó Luis García Montero.
Esta parte se cerró no con un soneto, sino con «No volveré a ser joven», de Gil de Biedma, prodigioso para mí, como sabes, una pieza mayor del repertorio de Poveda, aunque puede que no fuera esta vez la ocasión en que más partido le sacara.
El tercio de los sonetos, aunque admirable en más de un momento, no diría yo que es el terreno en la que más brilla la capacidad de Poveda para decir con la hondura y soltura que él sabe. La estructura de la estrofa se presta bien al fraseo encadenado y al efecto de los juegos verbales y las paradojas. Pero quizás es un esqueleto verbal que puede llegar a tener cierta adustez para el cante y que a veces se enquista en la lejanía de las rimas o, más aún, en los giros y quebradas de los encabalgamientos, a los que no siempre parece posible sacarles un partido bien acompasado. Sería un tema para hablarlo con más calma.

[Sigo en otro comentario, por exceso de matrices]

Alfredo J Ramos dijo...

La segunda parte fue la dedicada, propiamente, al jondo. Aunque con un repertorio más restringido que otras veces, aquí sí que volvió a mostrarse Poveda con un dominio absoluto, en plena madurez ya, de palos (soleares, seguiriyas, malagueñas, tanguillos) y colores: su voz alcanza cotas de limpieza que muy pocas veces se han conocido en el flamenco. A la vez, es un maestro en rendir homenajes a cantaores (y cantaoras) que son verdaderas recreaciones llenas de verdad y emoción. Así pasó, por ejemplo, con el rendido a Lole y Manuel ("todo es de color"), a Morente o a Camarón, sin duda las referencias con las que Poveda sabe que se (le) mide. Esta parte incluyó también un tributo a los cantes de Cádiz y el ritmo de los patios, con el baile de la "pataíta" que tanto le gusta al maestro y que domina con gracia.
El tercio final, antes de entrar en un jaleíllo bien acompasado por todo el grupo, y donde tuvieron su oportunidad las voces de Esperanza León (de Écija), que le acompaña y da la réplica en muchas canciones, y de El Londro, fue un rápido recorrido, lleno de magistrales apuntes, por las coplas escuchadas en «la radio de su madre», una de las especialidades del artista.
Esta parte tuvo como sorpresa el estreno de una de las canciones que Perales compuso para Rocío Jurado, cuya interpretación acometió después de subrayar la presencia en la sala de José Luis Perales (que fue ovacionado al levantarse a saludar desde su asiento) y Rociíto. Dejó aquí Poveda uno de esos momentos irrepetibles, que sin duda no son del todo improvisados, pero que le deben su carácter especial a la magia del momento: comenzó la canción en una tesitura que era un calco exacto, soberbio, de la gran voz de la Jurado (solo Falete, en lo que se me alcanza, se había atrevido a tanto), pero pidió a Joan Albert Amargós (el pianista y la otra parte fundamental de todo el espectáculo) que empezara de nuevo, para reiniciar en un tono más bajo. La interpretación, soberbia. A mí me dio la impresión de que hubiera podido cantar todo el tiempo a la altura de la voz femenina más poderosa que ha tenido la copla española, pero un buen homenaje debe también saber cuándo y dónde detenerse.
El colofón, ya en tiempo de bises, lo puso una nana-soneto, con letra y música de Pedro Guerra, que Poveda cantó con todo el sentimiento de su reciente paternidad, sacándole mucho partido a unos versos que no parecían ir mucho más allá de algunos tópicos esperables y repetitivos. Se me cruzó por la cabeza la idea de qué es lo que podría hacer Poveda con la «Nana del caballo grande», de Lorca, aquella con la que Camarón tocó cimas de rara hondura consciente, hasta el punto de negarse a repetir la grabación que le pedían para La leyenda del tiempo. «La naná ya está cantá», dijo el de la Isla. Y qué verdad era (es: ahí está el youtube para demostrarlo).

En resumen: quizás no ha sido el mejor de la media docena de conciertos que le he escuchado a Poveda en directo. En mi memoria brilla, por su amplitud y poderío, la noche de las Ventas, junto a pellizcos, muchos y bien concretos, de las noches de agosto en La Unión. Pero fue un ameno, emotivo, hermoso, a menudo vibrante y, sobre todo, muy cercano (fila 3, centrada, aunque con los asientos peligrosamente tendentes a la estabulación) disfrute sensorial.

En cuanto a lo que insinúas sobre posibles derivas «prerrafaelistas», podemos hablarlo en otro rato.

virgi dijo...

Impresionante tu análisis. Me gusta este chico sólo por verlo en pequeñas intervenciones en la tv, así que no puedo decir nada más al respecto.
Un fuerte abrazo

virgi dijo...

Bueno, ni puedo, ni sabría.

Navajo dijo...

Querido amigo, después de leer tu minuciosa crónica es casi, casi, como haber estado también allí: lástima ese segundo casi. Como dicen algunos: la envidia, ¿sola o con leche?
Un abrazo

Antonio del Camino dijo...

Celebro el soneto, Alfredo, al margen de que, como bien sabes, no sea el flamenco mi música favorita (y sé que debo perderme algo serio: lejano asunto que tantas veces hemos comentado). Fluye con la naturalidad y pasión que el homenajeado debe dar a su cante, y que los entendidos como tú disfrutan.

Un abrazo..

Alfredo J Ramos dijo...

Gracias, Virgi. Es una alegría siempre verte por acá. Y te alabo el gusto y la intuición. "Este chico", como dices (aunque tenga ya más de 40 castañas, sigue siendo muy joven), creo que es uno de los más grandes artistas de que ahora mismo podemos disfrutar. Y compruebo además, complacido, que goza de un cada vez más extendido aprecio, cercano incluso a la peligrosa unanimidad... No pierdas ocasión de disfrutarlo en directo, si se te presenta. Merece mucho la pena. Un beso, amiga.

Alfredo J Ramos dijo...

La envidia siempre... cortada, amigo Navajo, ja ja. Hubiera sido un placer añadido poder compartir la jugada. A ver si se nos presenta algún día no lejano la ocasión (o, al menos, la de poder charlar de ello). Una abrazo.

Alfredo J Ramos dijo...

Gracias, Antonio. Me parece que este acercamiento de Poveda a formas poéticas que tan cercanas te resultan bien podría ser una vía de acercamiento al disfrute de su arte. Un abrazo.

Alfredo J Ramos dijo...

Releído el comentario anterior (y dominado el impulso de cambiarlo): por cercanías que no quede.