En la ya veterana colección «El duende verde», de la editorial
Anaya, acaba de ver la luz
Los días de Castrosil, una nueva publicación
de
Sagrario Pinto, buena amiga de esta Posada, como bien saben muchos de sus huéspedes. Es
una novela destinada al público infantil, aunque de lectura recomendable para todo aquel que quiera disfrutar con una
aventura ambientada en ese tiempo legendario que son los
veranos de la infancia.
Además, su acción transcurre en un enclave geográfico que, si bien tal como se nos ofrece es una invención, está claramente inspirado en algunos rincones de una remota y hermosa comarca gallega, la
Ribeira Sacra, un territorio verde y frondoso situado a caballo entre las provincias de Lugo y Ourense, en torno al impresionante cañón que las aguas embalsadas del Sil dibujan en su tramo final. Dispersas por este blog hay numerosas referencias al lugar.
En una supuesta aldea de esa comarca, bautizada como
Castrosil, y en casa de su peculiar abuela, va a pasar
Martín, el joven protagonista de la historia, sus vacaciones, en principio contra su voluntad y sintiéndose abandonado por sus padres, que dedicarán la suyas a realizar un viaje por tierras lejanas. Y allí, al tiempo que irá descubriendo un mundo que le terminará encantando, tendrá que superar sus miedos y sus inseguridades al enfrentarse a una dramática historia familiar que desconocía. Los «días de Castrosil» acabarán siendo para él, y por motivos de diversa naturaleza, realmente inolvidables.
Las
novelas de pandilla y las aventuras de verano son frecuentes en la narrativa infantil y juvenil. Sin duda tienen a su favor el interés real que esas dos palabras
(pandilla, verano) evocan en la mente de cualquiera que sea o haya sido menor de edad alguna vez. Una circunstancia cuya medida o frontera tal vez pueda fijarse, más que con ningún cómputo temporal concreto, a través de la persistencia de una actitud vital: la
capacidad de ver el mundo como si se estrenara cada día. Algo que realmente puede suceder en cualquier momento de nuestras vidas, aunque sepamos muy bien, por el paso del tiempo y por medio de las alertas que en su transcurso se encienden, que no siempre resulta fácil conseguirlo.
Los días de Castrosil, tanto por su trama como por su tono, se inscribe en el género de
relatos de camaradería entre iguales y, a la vez, en el de los que narran sucesos que solo pueden ocurrir en ese
tiempo fuera del tiempo que son las
vacaciones de verano. Pero, en cierto modo, es también una
novela de iniciación, ya que aborda las dificultades que implica el proceso de aprendizaje en un entorno familiar problemático (¿y cuál no lo es?), en el que algunas historias no se han contado como realmente ocurrieron o, simplemente, se mantienen ocultas. Es bien sabido que en todas las familias se guardan
secretos fuera del alcance de los más pequeños por considerar que de ese modo se les libra de una carga innecesaria en el siempre difícil proceso de crecer y afrontar el mundo. Cuando esas historias ocultas salen a la luz, el mundo de quienes las desconocían se trasforma. Es lo que a lo largo de esta pequeña novela le ocurre a Martín, en un proceso del que seguramente él no es del todo consciente, aunque sí sabe identificar las «zonas de riesgo»
Ahora bien, la presencia de esos
aspectos problemáticos, que en la obra son abordados con gran sutileza, sin cargar las tintas en los conflictos, pero sin recurrir tampoco a la «barra de moralina» correctora, en nada entorpece el desarrollo de una
trama sencilla, fluida, provista de una dosis suficiente de
intriga, bien desarrollada a través de un enigma que incluso tiene cierta vertiente detectivesca. Pero lo más destacable es que la narración está presidida por el
buen humor de un punto de vista a la vez lógico, ingenuo, despierto y sensible, que es el del propio Martín, cuya voz nos cuenta la historia.
Es una voz que recrea con matices bien graduados la capacidad de fascinación ante un mundo que se le va desvelando poco a poco al protagonista, a veces a costa de tener que asumir inseguridades y temores, o de verse obligado a superar equívocos que resultan dolorosos y que a menudo lo confunden. En este sentido, la
relación de Martín con su excéntrica abuela, una original, valiente y generosa mujer, constituye el verdadero eje de la historia. A mi juicio, tanto desde el punto de vista del desarrollo de la trama como en lo que se refiere a la construcción de personajes, es lo más logrado de la novela. La enérgica y resolutiva abuela enseguida conquista la simpatías del lector, sin duda mucho antes que las del propio Martín, que no parece dispuesto a perdonarle que arruinara su prometedora carrera de actor, en el divertido episodio con que se inicia el relato.
Lo
cuidado del lenguaje, las descripciones paisajísticas, la evocación de
viejas tradiciones y leyendas galaicas, junto con la presencia de temas de cierta actualidad (como el
expolio de obras del patrimonio artístico, por ejemplo), son otros asuntos presentes en una narración que se lee con gusto e interés creciente
. Y que, además, puede dar pie a entablar diálogos oportunos sobre diversas cuestiones dignas de debate, aspecto nada desdeñable desde el punto de vista escolar o familiar.
Las ilustraciones de
Kike de la Rubia, a tono
con su cada vez más
reconocible estilo, ofrecen un valioso apoyo al texto. Por un lado, mantienen una gran fidelidad al espíritu de la obra y resultan muy convincentes en la plasmación de entornos, monumentos y personajes: es muy sugerente, por ejemplo, la recreación del
Monasterio de Santa Cristina, la singular y escondida
joya románica de la Sacra Ribeira. Y, por otro, si bien es cierto que a veces el artista se toma algunas libertades interpretativas (verbigracia, a la hora de componer la vegetación del entorno fluvial), hay que reconocer que, lejos de resultar chocantes, esas licencias sirven para subrayar el carácter autónomo que toda obra artística ha de tener respecto a la realidad que la inspira. El suyo es un trabajo de
gran personalidad que consigue perfilar un escenario idóneo para que el relato puede crecer y desplegar sus posibilidades, sin entorpecer la libre imaginación del lector, que es al fin y al cabo el espacio privilegiado donde acaban cobrando vida, cuando lo logran, todas las historias de ficción, aunque su trasfondo sea, como es el caso, marcadamente realista.
Hay que apuntar, por último,
que
Los días de Castrosil, o para ser exactos una primera versión de la historia que la novela nos cuenta, ya conoció una edición previa como libro de lectura dentro de unos materiales escolares para las vacaciones, destinados a alumnos del Tercer Ciclo de Primaria, que fueron publicados por la división educativa del Grupo Anaya en 2008. Sin prescindir de su valor pedagógico, esta nueva edición, con sustanciales variantes respecto a la anterior, pone en nuestras manos una obra que tiene el aroma inconfundible de las
narraciones dignas de ser contadas. Un relato que logra transportarnos a un mundo en el que no es difícil sorprenderse ante detalles y sensaciones que sabemos que
perdurarán en nuestra memoria, tal vez porque ya estaban en ella esperando ser despertadas por las palabras oportunas.