Mientras a golpe de
ratón desenrollo de este a oeste
uno de los manuscritos del Mar Muerto
la luz de la Posada parpadea
y en el reflejo de la pantalla veo o creo
ver
cómo en medio de la sala a mis espaldas
surge del suelo
igual que aquellos tulipanes psicodélicos brotando del asfalto
la imagen tantas veces acordada
de la Torre de Babel
con sus pisos roídos por la ira divina
y el hormiguero de hombres
de todas las razas
entregados a la absurda tarea
de enladrillar el cielo y sus tropismos.
Temblor y hastío:
nunca pensé que la fascinación
pudiera ser un rito semejante
a la osadía de rasgar el muñeco
para explorarlo a fondo
y encontrarse de pronto con
las manos
por completo atrapadas
en el minucioso desorden del serrín.
No se
puede buscarle sentido al sentido.
No se explica la respiración.
(Buenas noches. No se lo tomen a mal.
De alguna forma había que volver.)
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