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| POR PAREJAS (de tinta) |
(Caja de Citas, 97). He aquí una buena pesquisa acerca de la principal ilusión, aunque no la única. Desde la Física y sus alrededores nos llegan hoy no solo las principales novedades científicas y las bases sobre las que se construyen los nuevos artefactos; también surge de ese ámbito el principal terreno de juego sobre el que trata de alzarse la reflexión filosófica capaz aún de iluminarnos. No por nada esta disciplina, la physis, tenía tanto peso en el corpus aristotélico, hasta el punto de que lo que se llamó metafísica debe su nombre sobre todo, como es sabido, a su posición espacial “detrás de” aquellos estudios fundamentales. Tal vez podríamos ver en esto, además de la vigencia de muchos de los planteamientos del Estagirita, cierto retorno a los cauces de la tradición.
(En voz alta). No sin sorpresa acabo de enterarme de la concesión del Premio Cervantes 2025 al escritor, académico y editor mexicano Gonzalo Celorio. Una decisión que sin duda dará lugar a todo tipo de comentarios y no pocas conjeturas. Aunque no desconocía su nombre, no recuerdo haber leído ninguna obra suya. Así que ya tengo un nuevo acicate. Y algo me dice que va ser un buen descubrimiento. Veremos. Por lo pronto, veo que nació el mismo día que un servidor (25 de marzo), si bien unos pocos años antes (en 1948). Al tanto.
Tristísima la noticia de la muerte del escritor todoterreno y, en cierto modo, de genio infatigable Francisco J. Satué (n. 1961), al que traté de cerca en una época y al que en tiempos solía ver por La Prospe o por Anaya. Hacía mucho que no sabía nada de él y hace solo algunas semanas pregunté a algunos amigos comunes, pero nadie supo darme razón. Siempre me pareció un hombre noble, franco, generoso, entregado por completo a su obra y al oficio de escritor, también inmerso en una deriva que no llegué a conocer bien. Recuerdos sus años de colaboración con Sánchez Dragó, que explotó a fondo su entusiasmo y su enorme capacidad de trabajo. Y leí con interés algunas de sus novelas (en especial La pasión de los siniestros, que en 1987 le valió el premio Ateneo de Santander) y varios trabajos periodísticos. La última vez que lo vi, hace quizás algo más de una década, en la calle Nieremberg, recuerdo que me comentó su extrañeza por algunos comportamientos de viejos amigos que consideraba traiciones y su empeño en enderezar algunos proyectos periodísticos que traía entre manos, quizás un coleccionable sobre algún tema histórico. Y quedamos en compartir un café tan pronto como hubiera ocasión. Pero ya no se produjo. Siento mucho su temprana desaparición. Descanse en paz.
(Caja de Citas, 95). Parece evidente que los suplementos culturales de los periódicos no gozan de buena salud y, de hecho, a menudo son objeto de furibundas y muy despectivas críticas (curiosamente, muchas de ellas perpetradas por quienes dicen que hace mucho que no los leen: esa paradoja es muy frecuente y en campos muy distintos). Mucho se podría contar y analizar y valorar sobre este asunto. En lo que a mí respecta diré que, perdida la vieja pasión por no perderme ninguna semana un buen número de estas publicaciones y saldadas hace ya mucho las voluminosas colecciones que llegué a reunir de "Informaciones de las Artes y las Letras” (primus inter pares y con “La Torre del Aire”, O "Los Cuadernos de la Romana", de GTB, como cierre ), “ABC Cultural”, luego solo “El Cultural”, el local y de filiación acaso postista “La Mujer Barbuda”, el “Disidencias” o “Culturas”, del viejo Diario 16, otros de La Vanguardia o la sábana de “El Independirnte”, tan singular, o incluso, tras sus precedentes de Libros, el “Babelia” (que Enrique Murillo quiso llamar “Babel”), alejado ya de todo eso, aún conservo la pulsión y la curiosidad por el género, y de cuando en cuando me entretengo en husmear en los que de un modo u otro quedan a mi alcance, ahora mayoritariamente en formato digital. Y me parece que el impulso sigue mereciendo la pena cuando uno se encuentra con piezas tan lúcidas y lucidas como esta reseña de Fernando Castro Flórez sobre la recién inaugurada exposición del Thyssen que plantea un singular cruce de caminos entre Jackson Pollock y Andy Warhol. Un magnífico prólogo para la próxima visita al museo, aunque con la cautela o sospecha de que no va a ser fácil que la experiencia esté a la altura de las expectativas creadas. Veremos.