viernes, 13 de diciembre de 2024

TERESA LÓPEZ MAYO, In memoriam

 (La Palestra)

HOMENAJE Y RECUERDO DE TERESA LÓPEZ MAYO,
GRAN PROFESIONAL DE LA EDICIÓN,
AMIGA INOLVIDABLE,
EN EL X ANIVERSARIO DE SU MUERTE

Parece mentira que hayan pasado ya 10 años desde aquella tristísima madrugada en la que, por boca de su marido, mi también querido amigo Santiago Llorente, nos golpeó la no por esperada menos atroz noticia de la muerte de María Teresa López Mayo. Amiga muy querida y en tantas cosas maestra y confidente, Maritere era la compañera con mayor experiencia como editora gráfica en aquella verdadera escuela del oficio y buen hacer editorial que fue el «Equipo Aula Abierta», formado a partir de 1979 en la sede madrileña de Salvat Editores, en la calle de Príncipe de Vergara, esquina a Hermosilla.
Allí se llevaron a cabo algunas publicaciones que tuvieron una gran acogida y que, por su novedosa manera de abordar la divulgación y la agilidad de su configuración, en lo que serían los últimos coletazos de la Galaxia Gutenberg, tuvieron incluso cierta influencia en el diseño de los libros de texto de la época, con sus estructuras de las dobles páginas, el peso didáctico e informativo de las ilustraciones, los recuadros complementarios, o el nuevo cariz de los pies de fotos explicativos (no meramente identificadores).
Maritere, con su extraordinario don de gentes, su conocimiento e influencia en algunos estratos de la casa madre —sita en Barcelona, que por entonces era el verdadero centro neurálgico de la edición en español— y su experiencia profesional, fue decisiva en el buen funcionamiento de aquel equipo.
En su desempeño como editora gráfica —una función que quizás aún no tenía ese nombre— sin duda fue determinante su conocimiento exhaustivo, junto con el de Marifé Estrada, del muy importante Archivo Gráfico de Salvat (Edistudio), quizás el más amplio existente en aquellos años en el sector, en competencia con el de Espasa Calpe, pero mucho más actualizado. Su formación y buen gusto, tan importante en las tareas de ilustración, marcaron una impronta, del mismo modo que su calidez humana convertía en un privilegio el trabajar a su lado, en mis responsabilidades primero como redactor y luego, sucesivamente, como editor y editor del área de Humanidades, y propició inolvidables momentos en la pesquisa de imágenes, tarea a veces dificilísima en tiempos muy anteriores a la explosión cibernáutica y el despliegue de Internet.
Gran lectora y con una bien asimilada formación literaria, la tarea de editar e ilustrar un libro a su lado a menudo se convertía en todo un viaje cultural, extenso y demorado, no exento de los peligros derivados del incumplimiento de plazos atroces, o de urgencias; sin excluir caprichos que, más a menudo de lo que nos hubiera gustado, nos obligaban a tirar por la calle del medio. Pues bien: en esos casos, o en verdaderos callejones sin salida, era donde Teresa solía echar mano de tal o cual fotógrafo, de una amiga o un “contacto con tacto y posibles” en una agencia o en un periódico (recuerdo con especial intensidad el nombre de Juby Bustamante); o de alguna solución más o menos ‘mágica’ que nos permitía salvar el escollo y cumplir la faena.
No faltaron en ocasiones conflictos algo absurdos pero que podían desembocar en intempestivas tormentas, como aquella vez que, contra el expreso deseo del autor del libro, Teresa se empeñó —y con buen criterio— en que publicáramos una foto de Rafael Sánchez Ferlosio y Carmen Martín Gaite juntos y algo amartelados, cuando ya llevaban años de una en principio nada fácil separación matrimonial. La cosa estuvo a punto desembocar en la retirada del libro. Pero finalmente se quedó la foto. Y alguien incluso nos lo llegó a agradecer. La aventura de leer entre líneas.
Quizás el libro que en cuya edición más disfrutamos juntos, además de con los de Juan Cueto, autor por el que que ambos sentíamos especial devoción, fuera el que Rodolfo Gil Grimau dedicó a los cuentos de hadas. No solo el tema se prestaba al lucimiento gráfico, sino que fue ocasión de tener en nuestras manos y examinar a fondo la singular edición que Salvat había hecho de Las Mil y Una Noches con las ilustraciones de Segrelles, libro que Teresa conocía al dedillo. Las anécdotas podrían multiplicarse.
Fuera ya de la estructura de Salvat, Teresa trabajó para otras editoriales, y especialmente para Anaya, donde años después aún pude recoger ecos de la huella que su paso había dejado en el Archivo Fotográfico de la editorial de origen helmántico. Allí algún “chico para todo”, muy despierto y algo pillo, descubrió, feliz y súbitamente iluminado, que sus menesteres de mero buscador de imágenes en realidad correspondían a la muy importante tarea de “editor gráfico”. «Aquello me cambió la vida», le oí confesar al susodicho cuando me refería el pormenor. Cosas que pasaron.
Entre 1989 y 1992, y en el primer trabajo de lo que acabaría siendo Letraclara Editor, la empresa de servicios con la que al dejar Salvat desarrollé mis posteriores tareas profesionales, Maritere se ocupó de la edición gráfica de “Ecología y Vida”, una enciclopedia sobre problemas medioambientales —esos mismos que ya se han convertido en algo más que una amenaza—, obra que fue pionera en el género y de la que fui, además de autor del primer dossier, editor responsable, bajo la dirección científica de Joaquín Araújo. Pasamos muy buenos momentos y ajetreadas jornadas en el despacho de Corazón de María 62, entre concurridas reuniones de grupos ecologistas, arduas e instructivas sesiones seleccionado materiales de muy destacados fotógrafos naturalistas… y recibiendo ocasionales y algo latosas visitas de Don Manuel Iglesias Puga (a él le había alquilado el estudio), que nos contaba con lujo de detalles sus aventuras en el París de la Resistencia, donde al parecer conoció y hasta se emborrachó con Hemingway, o sus peripecias con la División Azul, en el transcurso de las cuales, decía, «Mi suerte dijo sí», título de un libro suyo de memorias, ya publicado por la Editorial San Martin y que quería a toda costa reeditar en un sello de mayor difusión. No lo conseguimos.
Teresa no pudo completar el proyecto de la enciclopedia de temas ecológicos por unos primeros problemas de salud que marcarían el resto de sus días, con periodos intermitentes de cierta gravedad, que, sin embargo y en estrecha complicidad con Santiago y su familia, no le impidieron llevar una intensa vida social —creo que es la persona con más amigos de verdad que he conocido— y dedicarse con entusiasmo a diferentes actividades. Se reveló, por ejemplo, como una muy dotada artista pictórica de miniaturas y bodegones, además de excelente pendolista y amanuense. Y fue también una destacada soprano en algunos coros, entre ellos el de la Unesco en Madrid, con los que participó en numerosos conciertos, incluidas varias actuaciones en distintas ciudades europeas.
A lo largo de sus días más difíciles, Teresa mostró un extraordinario coraje vital, y en sus últimas semanas de hospitalización no era infrecuente que su habitación en el Ramón y Cajal, donde murió, se convirtiera en una verdadera centro irradiador de amistad y sensibilidad en torno a ella.
Recuerdo bien el dolor y la intensa emoción bajo la lluvia cuando nos despedimos de nuestra linda amiga en el cementerio de la Almudena. Con ocasión de una ceremonia celebrada en San Andrés, al cumplirse el primer aniversario de su muerte leí en su honor un poema, concebido a modo de canción y precedido de una dedicatoria que ahora, al cumplirse —como digo— el décimo aniversario, reitero con igual y no olvidado sentimiento, y aun con mayor emoción (en estos diez años han desaparecido varios amigos y amigas más de “los de entonces”): «Para mi amiga Maritere, que poco antes de irse aún nos enseñaba el arte de vivir».
Seguimos aprendiendo de lo que no olvidamos.
He aquí el poema.

CANCIÓN PARA TERESA
Esta canción, querida amiga, tiene
la oscura flor de la tristeza dentro.
Son sus palabras puentes que no cruzan
al otro lado de la espesa niebla.
Pero son puentes. Y, al atravesarlos,
viajeros todos de una misma estela,
surge en la noche de la vida el brillo
de la belleza misericordiosa.
Esta canción, querida amiga, trae
a nuestros corazones el consuelo
de tu recuerdo vivo, la caricia
de unas palabras que, al decirlas, curan
porque ponen de nuevo ante nosotros
el don sin fin de tu delicadeza.
Querida amiga: gracias. Es tan grande
y tan dulce, tan firme, tierna y cierta
la alegría de haberte conocido
que sabemos que no puede morir.
(AJR)
Puede ser una imagen de una persona, pelo rubio, flequillos y sonriendo
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