En principio, 
saber cuántos matices 
puede pueden ser dibujados 
en la boca de un hombre.
Ser capaces
de soportar el exceso de luz 
que rebota en los cuerpos
como un ala inasible
golpeando el cristal de la memoria.
Exprimir los colores:
‘A Noir, E, Blanc, I Rouge…’
Recorrer los delirios o diluvios
donde el joven león
que fatiga la selva
busca en vano guarida 
para pasar la noche.
Y en tanto que amanece,
callar
            como el suicida
que aguarda la llegada
del surco blanquecino del veneno 
a su sangre más íntima
y de antemano asiente 
a cuanto la sorpresa de morir
le depare.
Callar 
             cuando el poema
corra el riesgo de alzarse como fruto
de un músculo tenaz,
                                      acostumbrado.
(De El sol de medianoche, 1988)
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