(1)
La mano ignora el peso 
de lo que deja al margen 
cuando elige la tinta 
y el grosor de las palabras. 
Son marcas de alfarero, 
siluetas aludidas, 
las que caen al paso 
de los cantos rodados 
y quedan en la hierba
como una estela 
que abre
un pequeño 
reguero de luz 
negra en la
vibrante espalda 
de la noche.
(2)
Un gota
de agua
en cuyo centro 
anida
la tormenta.
(3)
Recuerdo la ventana
que en un lado del cuadro
da paso a la mirada 
del pescador de nubes.
Hay un pez infinito 
que cruza todo el cielo 
y las escamas puras 
de la vieja sirena
descubren en sus giros 
de sal las travesías 
de nuestro cuerpo insomne, 
su lento curso 
hacia el nido
de las ovas maternas
en las aguas más hondas.
(4)
Vienen sobre los días, 
entre los cruces 
de las horas 
y los rostros, 
la señales tan claras
del callado 
rumor
de su garduña.
Ella insiste.
No me deja 
ningún camino
abierto.
Flor mortal.
(5)
Flashes al vuelo,
ráfagas, fogonazos.
Veo entre sombras 
fugitivos instantes,
perlas ocultas 
que brillan 
en el cerco del tiempo.
Y abro, como un 
animal esplendoroso, 
mis manos 
y mi mente 
al sueño colectivo.
(6)
Y la naturaleza,
su espejismo:
todo lo encauza el viento
cuando sopla
mezclado con la lluvia
y es por completo 
ajeno al ojo
y al temblor
y al canto.
No seremos, amigos,
devorados,
por el centro insondable 
de esa flor.
2 comentarios:
Magnífico.
Muchas gracias, si tardías, no menos sinceras, amigo Pedro.
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