Quisiera ser el dueño 
de unas pocas palabras, 
poderlas dar a cambio de un beso o una sonrisa, 
aparearlas con otras que sepan darme otros
y entre todos 
volver a cantar como niños. 
Qué ingenuidad. Me estaba
contagiando del clima que desborda el poema
de la infancia  
y más aún del reflejo 
sobre vidrios quebrados
con que en la edad lejana
sin malicia ni historia
y al pie de una escalera
yo me sabía dueño 
de una sola palabra 
y rey de un nuevo mundo.
Todo eso ya pasó. 
Ahora he
aprendido a saludar 
a la belleza.
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