sábado, 19 de septiembre de 2020

Volviendo a El cochecito

 (En voz alta). Había pasado tanto tiempo desde que vi por primera y (hasta ayer) única vez El cochecito (1960), que la disfruté casi en estado de gracia y con los ojos como platos. Como pude comprobar después que había escrito alguien, es una película que no se parece a ninguna otra, aunque tenga una clara filiación “generacional” (en el doble sentido, genérico y de época) y la indeleble marca del humor de Azcona y su mirada tiernamente cruda, sin concesiones ni posibles refugios. Y el genial pulso cinematográfico de Marco Ferreri. Una obra maestra, de principio a fin. Y una obra insólita.

Indagando en las maravillas de la red pude dar con el guion de la peli (está en el portal de la BV Cervantes). Y, al tiempo que revisaba algunas secuencias, con el texto en una mano y el mando a distancia en la otra, fantaseaba con
algunos detalles que no llegaron a filmarse, ninguno de ellos, en lo que se me alcanza, sin que afectara para nada a la integridad artística de la obra, que ha llegado a nosotros fiel a sí misma —es decir, a la intención creativa de sus autores—, una vez recuperado el final “venenoso” que la censura obligó a cambiar en su momento.
Pero hay algún detalle curioso. Por ejemplo, en la secuencia de la fachada del Museo del Prado, cuando aparecen en escena unos turistas orientales, el guion original dice así:
«ÁLVAREZ deja en el aire la frase para acudir en auxilio de su señorito que ahora chilla asustado:
–¡Lo chino...!, ¡lo chino...!
Se refiere a unos japoneses que están desembarcando de un autocar. El paciente ÁLVAREZ lo calma:
–Tranquilo, don Vicente... Que los chinos no hacen nada. —Y le explica al jubilado—: Es que tiene pánico a los comunistas. Como su madre, claro.
–Y se comprende.
–Empuje usted un poco, mientras me termino el bocadillo.
–Con mucho gusto, señor Álvarez.»
La alusión comunista no figura en la peli. Probablemente, funcionó algo parecido a la autocensura para no crear ‘problemas innecesarios’.

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