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(Lecturas en voz alta,
📕8). Por fin, tras varios aplazamientos, me enfrasco en los diarios de Piglia-Renzi, esa escolma de 327 cuadernos manuscritos a lo largo de toda una vida. Aunque la aventura de la lectura se inicia en un entorno complicado, los inicios no pueden ser más prometedores. Por ejemplo, en la página 25: «El lenguaje..., el lenguaje..., decía mi abuelo —dijo Renzi—, esa frágil y enloquecida materia sin cuerpo es una hebra delgada que enlaza las pequeñas aristas y los ángulos superficiales de la vida solitaria de los seres humanos, porque los anuda, cómo no, sí, decía, los liga, pero sólo por un instante, antes de que vuelvan a hundirse en las mismas tinieblas en las que estaban sumergidos cuando nacieron y aullaron por primera vez sin ser oídos, en una lejanísima sala blanca y desde donde, otra vez la oscuridad, lanzarían también desde otra sala blanca su último grito antes del fin, sin que su voz llegue por supuesto, a nadie...»
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