Mientras esperaba, atento con un ojo a la partitura y con el otro al gesto del director, el momento preciso en que debía hacer sonar su cono metálico con un golpe seco y decidido, el percusionista vio volar sobre la sala de conciertos un pájaro burlón que a punto estuvo de distraerlo, fatalmente, con una inesperada, leve y rizada sugerencia erótica. Pudo, sin embargo y sin ñampearse, entrar a tiempo, y su cono, heredero del triángulo que había aprendido a tañer en su infancia, sonó risueño, sin ñoñerías, puntual e insolente, como un puñalito clavado en la espalda del inocente lector.
Fotografía tomada de aquí
Bien traída. Acorde con la fecha. Jajaja...
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Antonio. Que los vuelos del pájaro burlón no nos distraigan del verdadero oficio de tañedores de conos, o al menos de lo que de él más importa: estar en el lugar indicado en el momento oportuno (o sea, ahora, aquí: presente en fuga). Otro abrazo.
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