miércoles, 12 de mayo de 2021

Índices

(Al filo de los días). Leer a Vila-Matas suele ser lo más parecido a participar en el festín de Esopo, aunque tiene el inconveniente de que te obliga a levantarte mucho del sillón porque menciona, con una gran capacidad movilizante, a muchos autores —la mayoría de sus libros tienen una no disimulada naturaleza de casa de citas— y refiere detalles de fácil comprobación en ejemplares que han pasado también por nuestras manos pero que desde hace tiempo duermen el sueño de los justos —cómo será ese sueño— en anaqueles cada vez más caóticos. Mucha tela que cortar. Y esta anécdota. En Impón tu suerte (Círculo de Tiza, marzo 2018), donde se reúnen artículos y otros piezas cortas, en la página 130 aparece una breve mención de un libro de Flann O’Brien, La saga del sagú de Slattery, sobre la que E. V.-M. anota que es —abro comillas— «una novela sobre las patatas y el petróleo, en muy buena versión de Antonio Rivero Taravillo». Como el libro incluye al final un amplio índice onomástico (pp. 438-459) me entretengo en repasarlo y comprobar su inclusión en él de esta mención de ART, y en efecto allí figura el nombre aunque remitido a una página errónea. No sólo eso, a una página 13 que no está foliada porque corresponde, oh coincidencia, con la doble página en blanco insertada entre el prefacio y el primer apartado el libro. Dado que la página que debería figura es la 130, no es difícil deducir lo que ha podido pasar en la confección de ese índice: se ha perdido un 0, o sea nada. Lo que ya resulta más difícil calibrar es la significación profunda de un despiste/errata/error como ese en el interior de un artefacto en el que, como suele ocurrir en el universo del autor barcelonés, nada ni el azar mismo responde sólo a la puta casualidad, ni las erratas son insignificantes. Por lo demás, el libro se lee como agua que corre, es un continúa festival de entusiasmos y revelaciones, de pistas utilísimas y también de páginas muy valiosas, como por ejemplo las dedicadas a Roberto Bolaño, tan inspiradas y convincentes que me han llevado a volcarme de nuevo en el mundo del autor de Los detectives salvajes, y a... procurar no perecer en el intenso vórtice de un tiempo que no volverá.




lunes, 10 de mayo de 2021

Ýcaro

De pronto es esta luz,
su urgencia extrema
en el filo falaz de la costumbre,
el precio que pagamos por el peso
de vivir de prestado
y dar en cada
movimiento de vida
una respuesta
a las preguntas ciegas
y al abismo
donde más tarde —o mismo ahora—
comenzaremos
a precipitarnos.

viernes, 7 de mayo de 2021

Madrid con vida

Foto AJR, 2021.

(Al paso).
Tras el derribo del paso elevado de Joaquín Costa, el eje Avda. América-Francisco Silvela-Mª Molina-Ppe. Vergara ha quedado como un amplio espacio despejado y amable y al que, al parecer, no tardarán en regresar los ajenos y añorados bulevares, una de las señas de identidad de cierto Madrid ilustrado y paseante que había ido cayendo víctima de ese gran depredador de los espacios urbanos que es el automóvil. Este singular edificio de Iberia, cuyo chaflán recoge como un muro de percusión todo el tráfago proveniente de la Castellana y el flanco Oeste de la urbe, tenía fama de ser el punto más ruidoso de la ciudad, una condición de dudoso honor que tal vez se corrija ahora.

Una de las lecciones que hemos de sacar de este paréntesis de Pandemia (si finalmente conseguimos cerrarlo) debe ser la de cambiar de una vez y para siempre nuestra relación con la ciudad y su entorno buscando y practicando modos de tránsito y comunicación y, por así decir, de consumo de espacio y recursos que sean sanos, sostenibles, seguros. Algo que debería estar contemplado en un primer plano de esa Libertad cañí ®️ por la que abrumadoramente se ha decantado la mayoría de los ciudadanos de una urbe que se está descubriendo a sí misma cada día y que, pese a lo que se pueda malinterpretar por el precio pagado por errores que no son sólo suyos, aún tiene a salvo e imbatible un estilo de convivencia y un modo de vivir, junto con una red visible y subterránea de arte, memoria y sueños, que está más allá de las torpezas manifiestas, las rencillas populosas, las melancolías inertes o los desastres generales del más reciente Apocalipsis. Madrid es mucho más de lo que aún sabemos. Y es —sigue siendo— un gran aliciente vital continuar bregando por descubrirlo.

AstraZeneca in progress

 


(Al filo de los días). La que me quiere bien, que es la misma que ha tomado la instantánea, me la envía con este comentario a modo de pie: «Saliendo victorioso de la vacuna». De momento (la imagen es del pasado domingo 2) así ha sido: ni la menor secuela de la primera dosis de AstraZeneca, pinchada en mi brazo izquierdo en el transcurso de un proceso casi estabular pero eficacísimo, en el ahora llamado Wizink Center, entre vagos recuerdos de canciones de Cohen, Aute o Supertramp, y con el número de orden 5665. Una muesca en el volver de la vida. Iremos viendo.




jueves, 6 de mayo de 2021

Cantares de Ise y otros cantos

(Al filo de los días). Una mañana peristáltica de preparativos, notablemente incómoda, a la que ha venido a aliviar, por mero azar favorable, esta vieja edición (1979: lleva la firma de compra de S. Pinto con fecha 29.5.1983) de un clásico japonés. No diré que lo tenía completamen-té olvidado porque ya no hay verdades casuales de largo alcance (ni forma alguna de poder contrastarlas), pero sí puedo dar fe y carta de creencia de la alegría y entusiasmo que su recuperación me produce, además del inmediato partido que espero poder sacarle para llevar a buen puerto algo que traigo entre manos.

En estas últimas semanas he hablado con varios amigos y amigas sobre una de las grandes diferencias que percibimos respecto a las nuevas generaciones: la muy diferente valoración de los libros. Para los jóvenes, o incluso adolescentes, que fuimos hubo un tiempo en que hacerse con una biblioteca personal equivalía a algo así como a construirse el alma, y desde entonces venimos arrastrando esa ‘condena’, que verdaderamente lo fue cuando caímos en la cuenta (hace ya mucho) de que, si bien el saber puede que no ocupe lugar, los libros en papel tienen una imparable tendencia a ocuparlo todo y eso acaba siendo una realidad si no del todo incómoda sí difícilmente gobernable.
Pero de una y otra cosa (la querencia y sus inconvenientes, y disculpen los desvíos) quedamos reconfortados y a salvo cuando ocurren este tipo de reencuentros, tan felices y prometedores: a uno le gustaría mucho que pudieran ser posibles con amigos de carne y hueso (aunque algunos, ay, ya sean sólo polvo), pero también comprendemos y nos consuela saber que entre las páginas de un libro que regresa hay algo más que letras o, como es el caso, delicados grabados.
A estas alturas, nuestras almas puede que ya tengan tatuados sus verdaderos y más sentidos afectos con una siempre revisitable secuencia de tipos móviles. Y tinta viva. Y puede que esa circunstancia sea nuestro mayor consuelo. O uno de ellos. Que tampoco hay que exagerar.

lunes, 3 de mayo de 2021

El día Jawlensky


(En voz alta).
Mientras los puntos neurálgicos de la ciudad estaban siendo ocupados por desfiles de guardarropía y ceremonias más o menos alcanfóricas, era muy grato caminar por sus calles soleadas para llegar hasta uno de esos sus muy numerosos museos en los que tipos muy diversos de arte ofrecen islas de belleza y acicates para resistir y seguir disfrutando frente a tantas plagas y agresiones. Ayer, fiesta de la Comunidad, y día señalado para la imprescindible cita con la vacuna, fue también el día Jawlensky, merced a la visita —aplazada varias veces y ya casi en tiempo de descuento— a las salas de la Fundación Mapfre en su palacete de Recoletos. Fue todo un descubrimiento el recorrido por la excelente y amplísima exposición de obras de este autor ruso cuya vida y arte estuvieron marcadas por la honda emoción que de niño le produjo el desvelamiento de un icono. Dispuesta de manera admirable y con todas las cautelas que impone la peste, la hora y media larga que pasamos entre esta singular muestra fue todo un estimulante y conmovedor itinerario a través de una vida consagrada a la exaltación de la vida interior y la afinación de los sentidos. Una experiencia que, una vez más, nos reafirma en la profunda convicción de que con Madrid, con lo que la ciudad es verdaderamente, más allá de tópicos y simplezas, no va a poder nadie. Desengáñense, está ciudad está hechizada. Y su duende es inmortal.

lunes, 26 de abril de 2021

En la muerte del poeta Pedro Tenorio

El poeta Pedro Tenorio (1953-2021).
Foto tomada de Cuadernos del Laberinto

(Al filo de los días).  Em la tarde del domingo 25 de abril (2021) falleció, a causa de la Covid-19 y tras largos meses de hospitalización, nuestro gran amigo el poeta madrileño Pedro Tenorio (1953). Afincado desde hace años en Talavera de la Reina, su muerte, a los 68 años, ha causado una gran tristeza y conmoción en la ciudad donde pasó la mayor parte de su vida y entre quienes, allí y en otros escenarios, a lo largo de casi cuatro décadas compartimos con él horas, ilusiones, pasiones, luchas y palabras.

Pedro, que llevaba en su nombre y apellido una estela patronímica muy notable de la historia de España —asunto sobre el que a menudo bromeábamos y que fue incluso acicate de un proyecto narrativo suyo— ha sido sobre todo un hombre de palabra, seducido por la poesía, profesor y estudioso de la literatura y su didáctica, amante del arte y persona con una gran conciencia civil. Su labor como divulgador e incitador cultural, tanto desde su puesto de profesor de literatura como desde muchas otras actividades, es bien conocida y valorada en la ciudad del Tajo. Como poeta, su nombre trascendió las fronteras locales y logró, a través de sus publicaciones y premios, ciertos reconocimientos valiosos.

Su primer libro de poemas, Muertos para una exposición (1983), que obtuvo un accésit en el premio Rafael Morales, es una obra exigente y original, una indagación en las posibilidades de la palabra poética como recreadora del mundo, de un modo similar al que permiten la pintura, sus técnicas y principios. Junto a una suerte de tratado minimalista de estética y metapoética, también aporta un acercamiento filosófico a las “figuraciones” del lenguaje; es decir, a su efectivo poder de “crear realidad”.  «Los versos más antiguos / empiezan en el monte de heno helado / donde se desnudaban las muchachas», dice uno de sus poemas (cito de memoria).

Ese libro fue ocasión de que nos conociéramos e iniciáramos un diálogo que, con intermitencias y meandros, hemos mantenido hasta no hace mucho, cuando la enfermedad lo golpeó con dureza. Fue especialmente intenso nuestro trato con ocasión de la escritura y publicación de la que probablemente sea su obra más singular, La luz se calla (2013), un poemario dedicado al joven hijo muerto por propia voluntad, tragedia que marcó la vida del poeta y de la que, como han hecho a menudo los grandes creadores, Tenorio consiguió extraer la dolorosa belleza de una elegía llena de lucidez e imágenes inolvidables. Fue un honor escribir el prólogo y participar en la presentación de ese libro, y fue un privilegio hablar repetidas veces con el poeta o intercambiar amplia correspondencia en torno a un núcleo fundamental de su concepción de la poesía, transformada en este caso en una verdadera tabla de salvación.

Hay en su currículo otras varias obras poéticas, también muy exigentes: recuerdo en especial el ciclo de Evila, que tuvo diversas encarnaciones; los poemas de denuncia de la barbaridad bélica contenidos en Los castigos y las hostilidades (2010, premio Gil de Biedma de Nava de la Asunción) o el recorrido por diversos registros amoroso a ritmo de jazz de La piel del agua (2017). Hay que añadir varios manuales y otros materiales didácticos y diversos artículos e investigaciones emprendidas con gran entusiasmo y pericia.

Pedro era un hombre tierno, inteligente, culto, gran hablador, meditativo a la hora de buscar la palabra exacta, polemista que nunca perdía la afabilidad, aunque tampoco daba fácilmente su brazo a torcer, gran amigo y creador de círculos de amistad. Recuerdo, entre otras muchos momentos compartidos, algunas veladas en el patio de la casa de Las Herencias, allí donde el Tajo se convierte en un río casi italiano y atraviesa un paisaje con ondulaciones toscanas. O noches de francachela en el Madrid de la Alegre Transición, en reuniones o “movidas” de amigos; o con ocasión de su memorable actuación en la Sala Clamores, otras veces al hilo de la presentación de alguno de sus libros. También estuvimos alguna vez juntos en Hoyo del Manzanares, solar familiar, o en actos reivindicativos de Talavera en Toledo. Son momentos que se atesoran en la memoria y de los que siempre emerge la mirada intencionada, llena de humor e inteligencia, a veces también algo desvalida, de un amigo que nos tenía ganadas, a partes iguales, la admiración y el afecto.

Muchas de estas últimas ocasiones contaron con la complicidad de Prado Garvín, la encantadora mujer que llegó a la vida de nuestro amigo en momentos difíciles y que fue desde entonces, y hasta ayer mismo, la gran cómplice de alma fuerte. Para ella, junto a la madre (91 años), los hermanos y el resto de la familia de nuestro querido Pedro, va un gran abrazo. Al amigo, cuya muerte ha acentuado el agobio y la tristeza de estos tiempos de pérdidas tan dolorosas, lo recordaremos a menudo.

Que la tierra te sea leve, querido cronopio. Para que vuelvas a sonreír allí desde donde nos mires, volveré a llamarte «moderno émulo de Pleberio, el del gran planto», al tiempo que, con mis ojos puestos en las altas Torres Albarranas de la vieja Eburia, te deseo un buen viaje. Hasta siempre, amigo.